DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Joan M. Mayol, monje de Montserrat
18 de noviembre de 2012
Dan 12, 1-3; Sal 15; Heb 10, 11-14. 18; Mc 13, 24-32
El lenguaje figurado de los textos de hoy, hermanos, con sus imágenes concretas pero
metafóricas, no pretenden ser un relato objetivo del futuro del mundo ni nos quiere
desconectar de la realidad, es una lectura creyente del mundo y de la historia a partir
de la fe en Jesucristo. En Él, en su misterio pascual, la forma del mundo del futuro ya
se hace visible, y esta nueva fase de la historia de la salvación que se inicia con Él
llegará a su tiempo final con su regreso glorioso.
El concepto de tiempo final nada dice sobre la duración temporal de la historia pero
si algo sobre su calidad: es la prehistoria del futuro marcado y fichado por el Padre.
Del día y la hora nadie sabe nada; esta fecha nadie la conoce fuera del Padre porque
forma parte del misterio secreto de su providencia y de la oscuridad visible de la
libertad humana . Dice el Señor, tengo designios de paz y no de aflicción, como nos
recordaba el canto de entrada, pero la libertad del hombre, su responsabilidad social y
ecológica continuamente oscila entre el progreso y la degradación. Las imágenes de
guerras y revueltas y los desequilibrios naturales causados por la irresponsabilidad
humana están a la orden del día pero estos signos no señalan el final, en todo caso
marcan un antes y un después en el pequeño o gran mundo en el que se dan, pero el
final de la historia con mayúsculas será el retorno del Cristo que aparecerá glorioso
ante los hombres como el sol en día radiante.
Al hablarnos del fin del mundo, el Señor nos habla de nuestra propio fin y lo hace
desde la esperanza. En Él ha irrumpido la imagen referencial y decisiva de la
esperanza en la historia de la humanidad. Y así como en el concepto fe entra el
elemento existencial de configurarse a Él, más allá del puro tener por verdadero lo que
se acepta, así también la esperanza significa, configuración al futuro ya iniciado en Él.
Esta esperanza vive de experiencias positivas de justicia y de paz, de curación, de
salvación y de vida, y la fe las interpreta como un comienzo de la consumación
esperada.
La venida del Hijo del hombre sobre las nubes del cielo lleva implícito el
reconocimiento de Jesús como Señor , ya que sólo Él, como canta el salmo 67,
tiene las nubes por carroza. Su venida será la consumación de la nueva creación en la
que, así como en la primera Dios puso el sol y la estelada para iluminar el mundo
durante el día y durante la noche, ahora, los justos, que participan de la santidad de
Dios, brillarán como el sol, y aquellos que han conducido por el buen camino a los
demás brillarán como las estrellas para siempre. En la venida del Hijo del hombre san
Marcos no nos habla de juicio final sino de la realidad definitiva, nos habla de la
caducidad de un mundo marcado por la violencia y del futuro decisivo de los que obran
en justicia.
Así pues, vivir en la justicia y abrir caminos de paz forma parte, ya en el presente,
de la misión de los elegidos, los discípulos del Reino , será la realidad definitiva de
aquellos que han seguido conscientemente la llamada de Dios o, ignorando sin culpa,
siendo fieles a su propia conciencia, han vivido en la justicia y la búsqueda de la paz y
del bien. Y eso une en una misma misión a todo el género humano.
Por eso la Iglesia anuncia este evangelio cada día hasta el fin del mundo, porque está
convencida de su valor universal y eterno. Nadie que escuche sin prejuicios el
evangelio puede considerarlo sin más papel mojado. Las palabras de Jesús no pasan
porque no están sujetas a la conveniencia de la moda ni a las leyes de la oferta y la
demanda, pertenecen a lo más íntimo de todas las personas, son patrimonio espiritual
de toda la humanidad.
La certeza de la venida del Hijo del hombre suscita en los creyentes un coraje y
un consuelo inestimables para su vida humana a menudo probada, como la de
todos, por la duda y el sufrimiento. ¿De dónde sacar coraje y esperanza para vivir esta
tensión entre la nada y este anhelo incesante de sentido y de plenitud? Los
fragmentos del salmo 15 que hemos cantado como responsorial nos indica dos
aspectos a profundizar: El sentido de la presencia de Dios y la paz del corazón tal
como los vivió Jesús.
Hay que tender al sentido continuo de la presencia de Dios como Padre en
nuestra vida más allá de mecanicismos y rituales, oyéndole dentro de nosotros no
como controlador sino como Cirineo, como Maestro interior y el amigo más íntimo que
se puede tener. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré.
Es necesaria la humildad inteligente del corazón que sabe de su nada , para poder
encontrar serenidad y reposo en la promesa de Dios y en su fidelidad manifestada
plenamente en Cristo resucitado. No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel
conocer la corrupción. No en vano en este salmo los primeros cristianos vieron el
anuncio profético de la riqueza espiritual de la vida de Jesús, de su fuerza en la
pasión, de su confianza ante la muerte, de la alegría y la fiesta inefables de su
resurrección. Aquí también los creyentes, como diría Santa Teresa, podemos poner
toda nuestra confianza, ahí radica nuestra seguridad, la prueba de nuestra verdad, la
muestra de nuestra humilde firmeza. ( Del poema escrito por Santa Teresa de Jesús en
la Profesión de Isabel de los Ángeles)
Este camino que lleva a la vida, abierto por Jesús, es el que a lo largo de todo
este año litúrgico que termina, San Marcos nos lo ha mostrado como camino de
confianza y de libertad que se encamina a la alegría y la fiesta para siempre y,
aunque esté mezclado con la incomprensión, la lucha y el sufrimiento se
convierte, como el brotar de la higuera, en signo de vida nueva, señal que
apunta al triunfo seguro para siempre . Esta imagen de la higuera es genial como el
Señor mismo. Jesús no ha asociado la señal de su regreso glorioso y de la
consumación del Reino en otoño, que en cierto modo forma parte de la crudeza del
invierno, sino a la viveza incipiente pero irrefrenable de la primavera. Las palabras del
poeta lo dirán mejor que yo: Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la
primavera ( Pablo Neruda (1904-1973).