DOMINGO II DE ADVIENTO (B)
Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat
4 de diciembre de 2011
Is 40,1-5.9-11 / 2 Pe 3,8-14 / Mc 1,1-8
Queridos hermanos y hermanas,
Hemos abierto el libro de la Palabra de Dios y nos hemos encontrado con la primera
página del más antiguo de los Evangelios, el de San Marcos. Nos ha hablado de la
primera venida de Jesucristo: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos".
Hemos abierto el Libro y hemos oído palabras de consuelo, las que transcribe San
Marcos para hablar de Juan Bautista. Isaías las enmarcaba así: "Consolad, consolad a
mi pueblo, dice vuestro Dios... que los valles se levanten, que los montes y colinas se
abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del
Señor, y la verán todos los hombres juntos".
¿No os ha pasado nunca que un texto bíblico os evoque a alguien que lo ha
pronunciado en un momento histórico singular? Cuando cantamos el salmo "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", nos viene el recuerdo de Jesucristo
agonizando en la cruz. Cuando cantamos aquel otro que dice: "Cuando contemplo el
cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre
para que te acuerdes de él?", Nos puede venir a la mente que son las palabras que
dejaron en la luna los astronautas que la pisaron.
Cuando hoy oíamos la profecía de Isaías, no he podido dejar de pensar que la citó
Martin Luther King, en aquel célebre discurso "He tenido un sueño" que fue el inicio de
la abolición de la segregación racial en Estados Unidos. Tuvo un sueño, se entregó a
esta causa cristiana y lo mataron. Por eso figura en la fachada de la catedral de
Londres junto con el obispo Oscar Romero y el pastor Dietrich Bonhoeffer en tanto que
mártires del siglo XX. Ya Juan Bautista y Jesús habían soñado que aparecería la gloria
del Señor y se comprometieron hasta la muerte.
¡Cuántos recuerdos suscita el libro de la Palabra de Dios! Meditándolo, se convierte en
realidad lo que San Pablo decía a los Romanos: "Todo lo que se escribió en el
pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra
paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza".
Porque esperamos la venida del Salvador, la esperanza es la virtud típica del Adviento
pero también lo es la constancia. Por ello, si consideramos que nuestros tiempos son
difíciles, tenemos que esperar y al mismo tiempo resistir. "Esperanza y resistencia son
dos dinamismos vinculantes. Es en la medida en que guardamos esperanza que
podemos resistir, pero es porque resistimos que podemos esperar... La esperanza es
el motor y, al mismo tiempo, el resultado de resistir. Esperanza y resistencia se
alimentan mutuamente. Necesitamos resistir apoyando al prójimo, desde la mirada
atenta hacia el otro, desde el cuidado del otro. Resistimos haciendo casa, edificando
comunidad desde la proximidad y la confianza con el otro, desde la relación
personal. Abiertos siempre al diálogo". (Carles Armengol).
La esperanza es una virtud frágil. Y sin embargo conviene transmitirla. Conviene
guardarla, porque quien guarda algo lo cuida. Adviento, tiempo de esperanza,
Adviento tiempo para rehacer la esperanza en momentos difíciles.
No hay que asustarse cuando constatamos que, debido a su fragilidad, los signos de
la esperanza no son percibidos por todos de la misma manera. Y así, quien no sabe
reconocer la esperanza en aquello que la significa, fácilmente puede despreciar sus
signos. Quizás más de una persona dirá por qué esos tres personajes cristianos deben
figurar en la fachada de una catedral, y precisamente en cuanto mártires del siglo
XX. Cuando la madre Teresa de Calcuta dedicó toda su vida a los pobres, siempre
hubo quien dijo que, más que repartir comida, lo que hacía falta era enseñar a
obtenerla. Pero la experiencia nos muestra que el que teoriza sobre la primacía de
enseñar a pescar en vez de dar pescado, termina simplemente divagando sobre la
calidad de la caña de pescar.
Y es aquí donde vemos que los signos de esperanza sólo son perceptibles en la
medida que uno se compromete a ofrecerlos. ¿Cuántas veces desde el púlpito nos
hemos lamentado del consumismo del tiempo de Navidad y no hemos prestado
atención a los signos de esperanza a los que precisamente en Navidad incluso los no
creyentes son sensibles?
Lo siento, pero yo soy de los que, más que contemplar la caña de pescar, pienso en
los que dan pescado. En nuestro país la semana pasada El Gran Recapte superó las
mil toneladas de alimentos. Dentro de quince días la Marató de TV3 recogerá las
aportaciones en favor de quienes trabajan por la regeneración y el trasplante de
órganos y tejidos. Como en esta promoción han participado nuestros escolanes con un
videoclip, permitidme que diga algo de él, porque en este videoclip podemos ver una
parábola del consuelo que, desde su lugar, la Iglesia puede aportar a mucha gente,
como un camino que intentamos allanar para nuestro Dios. ¿No dice el Señor:
"Consolad, consolad a mi pueblo"?
Cuando en nuestro mundo, donde tanta gente sufre por la crisis económica, cuando en
nuestra Iglesia el pequeño rebaño parece cada vez más raquítico, digamos también
con el poeta: "cuando estoy triste y los ánimos los tengo por el suelo, cuando no he
previsto que el corazón me trate así", cualquier anhelo noble que salga del corazón
humano, los cristianos lo transformamos en oración. Y decimos al Señor: "Yo quiero
sentir la fuerza que tú me das. Me das fuerza para superar los obstáculos, me das
fuerza para cruzar el océano”. Porque, "si no hay amor, no tiene sentido la vida". Y
nosotros, yendo más allá que el poeta, podemos decir con san Juan de la Cruz: "Pon
amor donde no hay amor y sacarás amor".
Los escolanes salieron de esta basílica con el vestido que los identifica, aunque con
las manos desenvueltas. Nadie duda de que la Escolanía fue creada para dignificar la
oración de esta casa de la Madre de Dios. Con todo, ese día cantaron desde fuera,
tanto al pie de una de las más primitivas ermitas de Montserrat como desde el atrio de
la basílica, pero con las puertas del templo bien abiertas, porque su mensaje -profano
sólo en apariencia- salía del lugar sagrado para abrirse a toda persona de buena
voluntad. Y sus cantos se los llevaba el aire para volver, hechos oración, otra vez al
interior del templo y a la vez llegar, convertidos en mensaje de solidaridad, a posibles
pantallas de todo el mundo.
Cuando abrimos el libro de la Palabra de Dios encontramos motivos de esperanza, de
resistencia, de consuelo. Pero el cristiano sabe también leer el libro de la naturaleza
visible en la panorámica de las rocas, sabe leer el libro del arte musical, el libro de la
humanidad de los niños, el libro de la solidaridad humana que abre rutas para el Señor
y le allana el camino. Quién sabe leerlos, tendrá muchos sueños.