DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat
10 de julio de 2011
Is 55,10-11 / Rom 8,18-23 / Mt 13,1-23
Queridos hermanos y hermanas,
El Evangelio ha sido muy largo, la homilía será corta. Jesús mismo nos ha narrado y
nos ha interpretado la parábola del sembrador. Por eso yo no la comentaré, sino que
sólo quiero subrayar la importancia que tienen las parábolas en la enseñanza de
Jesús.
San Lucas, en el prólogo de los Hechos de los Apóstoles, hace mención del primer
libro, el Evangelio, refiriéndose a todo lo que Jesús hizo y enseñó. Y estos dos
elementos marcan en cierto modo nuestra celebración del ciclo litúrgico. Durante poco
más de medio año hemos ido repasando y viviendo sacramentalmente su obra de
salvación. Nos preparábamos para la Navidad y celebramos gozosamente esta fiesta
con su complemento de la Epifanía. Iniciamos cuarenta días de austeridad y de
profundización de la vida cristiana para vivir con intensidad el misterio pascual de
pasión, muerte y resurrección del Señor. Participamos de esta alegría durante
cincuenta días coronados con el don del Espíritu Santo recibido en la fiesta de
Pentecostés. Y ahora, muy recientemente, hemos contemplado en dos domingos la
gloria del Dios Trinidad y el don de la Eucaristía. Hemos seguido, pues, lo que Jesús
hizo. Con la parábola del sembrador entramos durante bastantes domingos en lo que
Jesús enseñó. San Mateo nos ha ambientado con la descripción de lo que Jesús habló
largamente en parábolas estando en la barca con la multitud reunida en torno a él en
la playa.
Tras el sembrador desfilarán ante nosotros las figuras populares
de la cizaña que la paciencia de Dios deja crecer con el trigo,
del grano de mostaza que, convertido en árbol, donde anidan los pájaros,
la levadura que la mujer amasa para hacer fermentar tres medidas de harina,
del tesoro escondido en el campo,
del mercader que buscaba perlas finas,
de aquellas grandes redes que, echadas al agua, recogen de todo.
En conjunto, siete parábolas que dejan entrever la realidad del Reino de Dios, la
realidad de este obrar silencioso y eficaz de Dios en medio nuestro. Encontrándonos,
pues, ante lo que podríamos llamar el cuerpo central de la enseñanza de Jesús, es
normal que nos planteemos la pregunta: ¿Por qué las parábolas? La respuesta la
encontramos en el mismo texto de hoy, no demasiado fácil de comprender.
Efectivamente, el género "parábolas" revela, explica, da a entender, pero también
oculta, marca distancias, da paso a la perplejidad. Que la parábola del sembrador
habla de nosotros, es evidente: nosotros podemos ser las distintas tierras donde caen
los granos de una misma siembra. El sembrador es Cristo, pero ¿y si fuera también la
semilla? En otro contexto, aunque con un vocabulario similar, Jesús describe su
pasión salvadora a través de la imagen del grano de trigo. El día de la entrada
solemne en Jerusalén habla del grano de trigo que, si muere, da mucho fruto. El
misterio pascual de muerte y de resurrección.
La pasión de Cristo no es aceptada siempre ni por parte de todos. A los discípulos de
Jesús ya les repugnaba. Es lo que san Pablo llamaba el escándalo de la cruz. En el
texto evangélico de hoy, entre la descripción de la parábola y su explicación, una larga
cita de Isaías describe la posibilidad de no entender para convertirse. Pero, a
continuación, Jesús añade por su cuenta la bienaventuranza de los que pueden ver y
pueden oír. Ver lo que Jesús hizo y oír lo que enseñó.
Evidentemente Jesús no hubiera muerto en la cruz si hubiera sido un simple narrador
de adivinanzas. Las parábolas son algo más que comparaciones a partir de la vida
cotidiana, nos hacen entrar más adentro en la figura de Nuestro Señor, nos ponen
delante su misterio de muerte y resurrección, que la Eucaristía nos hace presente.
Lo cantábamos en la pasada fiesta de Corpus: "Nos fue dado, nos nació de una virgen
sin mancha; y, después de pasar su vida en el mundo, una vez esparcida la semilla de
su palabra, terminó el tiempo de su destierro, dando una admirable disposición" (Nobis
datus, nobis natus ex intacta Virgine, et in mundo conversatus, sparso verbi semine,
sui moras incolatus miro clausit ordine, Himno Pange lingua).