II Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Jesús nos salva, con la nueva alianza nos invita al amor y nos ofrece la
misericordia divina
“En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y
vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para
enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a
los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de
Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por
nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe,
Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el
Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó” (Marcos 3,13-
19).
1. Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el
Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles:
“En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso” .
En primer lugar, los elige: " antes de la creación del mundo, nos ha
destinado a ser santos” (Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela
dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación
se entienden nuestras cualidades; la vocaci￳n es el “papel” que nos ha dado
en la redenci￳n. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi
existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocaci￳n.
¿Y para qué nos ha llamado? “…y vinieron donde Él. Instituyó
Doce, para que estuvieran con Él”. Para estar con Él. Esta llamada
implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al
Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a
ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo
viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente
en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la
tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente,
porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que
sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te
apartas de El» (San Josemaría).
Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los
sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier
estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y
a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena,
promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).
Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás;
tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y
afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.
Santa Teresa del Niño Jesús dice sobre el misterio de la vocación : “ No
voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir
eternamente -¡¡¡ las misericordias del Señor!!! (cf Sal 88,1)...Abriendo el
Santo Evangelio, mis ojos han topado con estas palabras: “habiendo subido
Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él” (Mc
3,13) He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el
misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma...
El no llama a los que son dignos, sino a los que le place, o como dice san
Pablo: “ Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia
con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que
quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia ” (Rm
9,15-16) .
”Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué
Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con
igual medida. Me maravillaba al verle prodigar favores extraordinarios a
santos que le habían ofendido, como san Pablo, san Agustín, y a los que él
forzaba, por decirlo así, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de los
santos a los que nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna
hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que pudiera serles
obstáculo para elevarse a él... Jesús se dignó instruirme acerca de este
misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que
todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la
blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la
margarita su encantadora sencillez... Jesús ha querido crear santos
grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha
creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser
margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios cuando mira al
suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere
que seamos”.
2. -“ Ahora Jesús ha obtenido un "ministerio" tanto más
elevado ”... Hebreos pone en griego: «La liturgia» -el ministerio sacerdotal-
que Jesús tiene que asegurar...» El es, en efecto, el verdadero celebrante
de nuestras liturgias. A través de las miserias humanas del sacerdote
celebrante, ¿sabemos ver la perfección de Aquel a quien representa? –“ En
cuanto que es Mediador de una Alianza más perfecta” ... Cuando dos
enemistados no logran reconciliarse, se acude a un «mediador» que tratará
de acercar los distintos puntos de vista de ambos para restablecer entre
ellos la alianza. Jesús es mediador perfecto, totalmente solidario de Dios y
totalmente solidario de los hombres... a la vez hombre y Dios.
-“ Pues si aquella primera Alianza fuera irreprochable no habría
lugar para una segunda ”. Y dice citando a Jeremías: -« He aquí que
vienen días, dice el Señor, que concertaré con la casa de Israel y
con la casa de Judá una nueva Alianza, no como la Alianza que hice
con sus padres. Ellos no permanecieron fieles a mi alianza; entonces
yo me desentendí de ellos ”. La Antigua era una alianza débil porque
dependía de nuestras fuerzas, nos acusaba: -“ Pondré mis leyes en su
mente; las grabaré en su corazón”. El «Nuevo Testamento» ha llevado a
la plenitud cuanto se decía en el Antiguo, y ahí el sacerdocio hablaba de
Cristo, y ya Jeremías anunciaba una nueva Ley, impresa en el corazón y no
en tablas de piedra (cuyo cumplimiento fue escaso: condujo a una
obediencia externa, meramente legalista). En Jesús, la ley es el amor que
lleva a cumplir la obediencia, la voluntad de Dios: " Aquí estoy para hacer
tu voluntad " (Sal 39).
Las exigencias de la voluntad divina le fueron impuestas al hombre
desde fuera. No era un principio interno que determinase al hombre en su
actuación. La nueva alianza fundamenta las relaciones entre el hombre y
Dios en una base completamente distinta. No cambian los mandamientos,
pero ya no serán algo impuesto sino que el deseo de su cumplimiento brota
del corazón humano, que por la gracia desea lo bueno, y adquiere fuerza
para vivirlo. Además, si el amor empapa nuestro actuar, trataremos bien a
los demás, y tendremos paz aún en nuestros pecados, que no nos alejan de
Dios sino que nos hacen acudir con más fuerza a su misericordia, que
siempre nos perdona.
Es Dios el que actúa. Y su gracia, como motor del corazón del
hombre, inserta en él la ley de Dios, su voluntad, de modo que esa ley no
sea exterior sino esté inscrita en el interior, permitiendo así una especie de
obediencia espontánea y libre. Efectivamente ¡esto es lo que necesitamos,
Señor! Danos primero lo que Tú nos pides. Haz que mi vida corresponda a
tu querer de modo natural.
-“ Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo ”. He ahí el pacto ahora
concluso: es como unas nupcias, una unión definitiva, para lo mejor y para
lo peor. Y el sacramento del matrimonio humano así lo significa (Efesios, 5-
32). Mi relación contigo, Señor, ¿tiene ese carácter de relación personal e
íntima... a la vez que comunitaria, en Iglesia, en pueblo?
-“ Seré indulgente con sus faltas y no me acordaré más de sus
pecados ”. El perdón forma parte de la alianza de amor (Noel Quesson).
3. Jesús nos ense￱a a vivir el amor y la obediencia al Padre: “ Ni
sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías
holocaustos ni víctimas , dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se
me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío,
en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. He publicado la
justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo
sabes, Yahveh. ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan!
Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu
salvación”. Te pido, Señor, no quedarme en lo exterior y ritualista, ni caer
en el cansancio por mis fallos sino apoyarme en «la Sangre de la Nueva y
eterna Alianza».
Llucià Pou Sabaté