DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat
Bodas de oro sacerdotales
25 de septiembre de 2011
Quizás pueda extrañar que califique los textos de la Liturgia de hoy como un canto a la
misericordia de Dios manifestada en Cristo Jesús. Pues, ¿qué significa la actitud de
Dios acogiendo al pecador que se convierte y hace el bien, como decía Ezequiel? o
bien, ¿el hijo que, displicente, se niega a ir a trabajar a la viña, pero después,
arrepentido, va? Creo que podemos ver la misma actitud que en el padre de la
parábola del hijo pródigo. A pesar de que el hijo se fue de casa el padre está siempre
esperando su regreso. Y es que el amor nunca desespera, no puede dejar de amar. Y
así que el padre lo ve venir de lejos va a su encuentro y lo abraza, sin escuchar las
razones que le dice su hijo arrepentido por el gozo de haberlo recuperado con
vida. Hoy, la situación es muy parecida. Para Dios, nadie está nunca definitivamente
perdido, siempre está a tiempo de volver porque él siempre espera con los brazos
abiertos.
Pues bien, esta es la actitud que marcaba toda la actividad de Jesús y que tanto
molestaba a las autoridades religiosas y a los letrados de Israel. "Acoge pecadores,
decían, come con ellos, no observa el sábado, perdona pecados, se acerca a los
marginados...". Ciertamente, porque el amor y la misericordia no están de vacaciones,
siempre son activos. Para Dios, nunca hay vacaciones de amar. Y es que Dios es
amor y no puede hacer otra cosa que amar y se compadece de los
desamparados. Pero los dirigentes del pueblo ni siquiera quisieron creer en Juan, que
venía de parte de Dios, y por eso acogía todo tipo de personas que se querían
convertir y se hacían bautizar con un rito de conversión.
Y, por qué hay personas que no reconocen sus faltas y, en cambio, a otros no les
cuesta reconocerlas en seguida cuando les ofrecen la comprensión y el perdón? Pues
porque unas están enajenadas en su seguridad, en su independencia o bien en su
salud religiosa o intelectual y no se reconocen conscientes de la necesidad de
redención.
Esto es lo que quiere reflejar el pecado de Adán: "seréis iguales a Dios". Es decir,
seréis independientes, sin que no te mande nadie. Pero ya sabemos hacia dónde
conduce esta independencia: a la muerte. San Agustín sabía cómo se vive en esta
lejanía de Dios, pero comprendió, por gracia, que "nos has creado para Ti, Señor, y
nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti". Tuvo que tocar fondo en su
miseria, se humilló y, a la vez, descubrió el don de la gracia. Esto es lo que decía un
monje antiguo: "Prefiero una derrota con humildad que una victoria con orgullo". Y San
Bernardo añade: "Dios prefiere un pecador arrepentido antes que una virgen
orgullosa".
He aquí, pues, lo que explica el doble comportamiento de los dos hijos: el primero que
es tocado por el amor del padre y el segundo, que aparentemente obedece, pero se
endurece en su independencia -seguramente atraído por otros intereses-. Y eso es,
precisamente, lo que discernía las reacciones de la gente ante el ofrecimiento de
misericordia de Jesús. Porque Jesús no podía ofrecer más que misericordia. Y
misericordia significa benignidad, compasión, y nunca imposición. San Pablo suplica a
los Filipenses que vivan en armonía y cariño. Lo que rompe la comunión, dice, es
precisamente la vanidad, la superioridad, el orgullo. Por eso les describe el
comportamiento de Jesucristo, que se hizo pobre, se rebajó hasta hacerse uno de
nosotros y aceptó la muerte en la cruz. El amor, la misericordia, se abaja, se hace
servidor, no se impone, no domina, ofrece, pide aceptación. ¡Es la impotencia de la
Omnipotencia! Y esta fue la razón de la Encarnación: Dios no vino a exhibirse
prepotente, sino que se abajó a la altura del ser amado. Porque Dios es amor, y,
porque ama, envió a su Hijo en una carne de pecado cuando todavía éramos
pecadores, dice San Pablo. Esta es la manera que tiene Dios de revelarse.
Realmente, Dios manifiesta su omnipotencia perdonando (oración), acogiendo,
curando, consolando, salvando tal como Jesús lo hacía. Quien no comprenda esto es
que no se conoce a sí mismo: imagen de Dios. Jesús en su actuación nos descubre,
pues, lo que somos. Y, porque somos como él, hemos de amar como hemos sido
amados, y no hay otra razón. El amor obliga a amar. "El amor saca amor" (Santa
Teresa). Tal como vivió Jesucristo, debemos seguir nosotros también sus huellas,
porque sólo así podremos llegar al término que nos ofrece: compartir con él la gloria
del Padre por toda la eternidad. ¡Bendigamos a Dios, que nos ha mostrado su
misericordia con el perdón por Jesucristo! Así sea.