DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Carlos Gri, monje de Montserrat
17 de julio de 2011
Sab 12,13.16-19 / Rom 8,26-27 / Mt 13,24-43
Hermanos: Jesús nos habla con palabras sencillas, con ejemplos sacados de la vida
cotidiana, del trabajo común.
La parábola del trigo y la cizaña nos advierte que el bien y el mal no se dan en estado
químicamente puro. De hecho, dentro de la misma área de nuestra comunidad
eclesial, es más, dentro del corazón de cada uno de nosotros, existe una confluencia
de bien y de mal, de luz y de oscuridad. Por otra parte, la vida humana es un horizonte
abierto. Nada es definitivo. Lo que hoy es trigo, mañana puede ser cizaña, y al revés,
lo que hoy es cizaña perniciosa, mañana puede ser trigo benefactor.
Tampoco podemos perder nunca de vista la enseñanza que contienen las parábolas
del grano de mostaza y la levadura. Estas dos realidades, vivas y dinámicas, son signo
del Espíritu del Señor, que Dios ha derramado en nuestro corazón, tal como nos dice
la segunda lectura. Este Espíritu desencadena en nuestra interioridad un auténtico
proceso de transformación hasta convertirlo en la imagen y en la semejanza del mismo
Cristo.
Así, pues, todo el deseo de Dios consiste en convertir nuestra cizaña en trigo, nuestro
pecado en gracia, nuestro egoísmo en amor. Sin embargo, el buen resultado de esta
obra no está automáticamente asegurado. Podemos ofrecer resistencia, podemos
preferir el placer fácil y destructor a la felicidad auténtica y consistente, podemos caer
en el desfallecimiento culpable y alejarnos de la luz y del amor del Señor.
Estas lecturas de hoy nos invitan a fijarnos dos propósitos de cara a nuestra vida de
discípulos de Cristo.
El primero es el de no juzgar irreversiblemente a nadie, porque, como hemos dicho
antes, mientras estamos en camino, nada es definitivo ni para el bien, ni para el mal.
El segundo es el de adoptar cada uno para sí mismo una actitud vigilante y
laboriosa. Vigilante, porque la tentación nos acecha pertinaz y la caída siempre será
una posibilidad. Desde este punto de vista siempre son actuales las palabras del
Maestro: nuestro espíritu está pronto pero nuestra carne es débil.
Laboriosa, a fin de hacer desaparecer los obstáculos que impiden la acción
cristificadora del Espíritu que siempre actúa con un dinamismo constante y creciente
en los repliegues más íntimos y escondidos de nuestra personalidad profunda.
El segundo Concilio del Vaticano nos enseña que María, la Madre de Dios, es
precisamente el ejemplo extraordinario para toda la Iglesia en orden a nuestra
transformación en Cristo. Que ella, pues, nos ayude y nos estimule a llevar a buen
término estos propósitos. ¡Que así sea!