DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Cebrià Pifarré, monje de Montserrat
6 de noviembre de 2011
Sab 6,12-16; 1 Tes 4,13-18; Mt 25, 1-13
Las tres parábolas del capítulo 25 de S. Mateo, leídas en estos últimos domingos del
Año litúrgico -la parábola de las diez doncellas, que acabamos de escuchar, la de los
talentos, sobre la responsabilidad del creyente, y por último, la parábola del juicio final,
sobre la primacía de la misericordia- nos invitan a fijar la mirada en las realidades
últimas de la historia humana y en el retorno de Jesús, el Señor.
No es difícil imaginar la escena evangélica de hoy. En una aldea de Palestina, ya de
noche, se celebra una fiesta de boda: diez doncellas de honor llegan para escoltar al
novio que sale a buscar la novia. He aquí, sin embargo, que tan sólo cinco de estas
chicas, que la parábola evangélica presenta como llenas de sensatez y sabiduría, son
consideradas dignas de entrar en el salón del banquete. Vigilantes, a diferencia de las
necias, que no se habían provisto de aceite, las cinco doncellas prudentes han podido
salir con la antorcha encendida en cuanto, a medianoche, se anuncia la llegada del
novio: « ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!». De ellas se puede decir lo del Cantar
de los Cantares: «Yo dormía, pero mi corazón velaba» (5, 2). Son la imagen de
quienes, perseverantes en la espera de Cristo Jesús, han mantenido viva la llama del
amor a la hora del encuentro. Sin duda, en la parábola hay un contraste entre
insensatez y prudencia. De acuerdo con la enseñanza final del Sermón de la Montaña
narrado por Mateo, la insensatez es propia de quienes edifican sobre la arena, y se
contentan, sin buscar el sentido ni la solidez, con una vida que se derrumba en cuanto
llegan las embestidas y pruebas; la sensatez, en cambio, es propia de quienes edifican
la vida sobre la roca, es decir, los que afrontan los contratiempos y agitaciones desde
la solidez del Evangelio y de la autenticidad, y así, sin perder nunca la esperanza,
resistiendo en el combate, preparan la venida de Cristo, una cadencia de paz.
La parábola, sin embargo, también puede ser vista como una pregunta sobre el valor
que se da al tiempo en relación a su horizonte final, es decir, en relación al Reino de
Dios que ya despunta en Cristo. ¿Cómo vivimos el misterio del tiempo, el misterio de
lo cotidiano, el sentido de las cosas pequeñas y de un universo fascinante? ¿Lo
sabemos captar, el fondo luminoso de los seres, el significado de los acontecimientos,
el sentido de la historia humana? ¿O quizá ya estamos bien con vivir superficialmente,
distraídos, sin alma, instalados en un vacío de muerte, en la frivolidad, en una charla
continua, en una evasión permanente, sin reflexión, sin silencio, sin oración, a fin
de no tenernos que hacer aquellas preguntas que nos permitirían acceder a nuestra
verdad más profunda, descubrir lo más noble y trascendente, divino, que anida en
nuestro corazón, siempre sediento de luz y de plenitud?
Resumida en el dicho de Jesús, «Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora»,
la parábola evangélica de hoy nos recuerda que el tiempo nos apremia, pues es una
oportunidad de gracia y de encuentro con Cristo, que no podemos dejar pasar,
somnolientos. Llega el esposo, y las que estaban preparadas se despertaron y
«entraron con él al banquete». Después, «se cerró la puerta», es decir, el tiempo ya se
ha agotado. Las que no se habían preocupado en la hora oportuna gritaron « Señor,
señor, ábrenos», es decir, «danos más tiempo». Pero el tiempo pasa, y cada cosa
tiene su tiempo. Necesitamos, pues, vivir la verdad y el sentido de cada momento.
Además de fustigar nuestra mediocridad y de avivar la esperanza, la parábola también
nos convoca a construir un mundo según las Bienaventuranzas de Jesús, un mundo
más justo y solidario, en una palabra, nos convoca a todos a ser artesanos de paz, de
belleza, de perdón, abriendo caminos hacia el cielo nuevo y la tierra nueva que
esperamos. Es bueno recordarlo en estos tiempos convulsos que nos toca vivir, en un
mundo más y más entrelazado, tanto en el ámbito de la vida social y de la cultura,
como en el ámbito del ordenamiento económico y familiar. Que seamos un humilde
suplemento de alma, en este mundo complejo. Que el adviento de Cristo nos
encuentre velando, con la antorcha de la fe y del amor bien encendida, y con Él
podamos compartir el banquete de la justicia del Reino, del que, la Eucaristía que
vamos a celebrar es profecía y sacramento .