DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Cebrià M. Pifarré, monje de Montserrat
6 de febrero de 2011
Is 58,7-10; 1Cor 2,1-5;
Justo después de las Bienaventuranzas, que encabezan el llamado sermón de la
montaña y que son como el anuncio programático del Reino de Dios, el evangelista
Mateo, para definir el ideal misionero que debe caracterizar el discípulo del evangelio,
transmite las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Vosotros sois la sal de
la tierra... vosotros sois la luz del mundo ». ¿Qué nos quiere decir Jesús con estas
imágenes, desdobladas en dos pares: la sal y la luz, la ciudad en lo alto de un monte y
la luz en el candelero que alumbra a todos los de casa? La sal, que da sabor a los
alimentos y los preserva de la corrupción, aunque haya que velar para que no se
estropee, en el contexto de Mateo simboliza la sabiduría de las Bienaventuranzas. La
imagen de la luz, en contraposición a la tiniebla, símbolo de muerte, de iniquidad y de
pecado, es empleada a menudo en la Biblia para evocar la vida, la alegría, el amor, la
gracia. La imagen de la luz se esclarecida con otras dos imágenes: la de la ciudad en
lo alto de un monte, punto de referencia para quienes caminan en la noche o van
desorientados, sin norte, y con la de la luz que, una vez encendida, alumbra a todos
los que están en la casa. La ciudad y la luz no sirven para nada si se los esconde. Un
dicho de Jesús ayuda a entender el significado de estas imágenes: « Alumbre así
vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro
Padre que está en el cielo». Es decir, la luz de los discípulos de Jesús, traducida en un
estilo de vida según las Bienaventuranzas, hecho de sencillez, de misericordia y de
paz, no se ha de ocultar.
Pero, ¿de verdad, nosotros podemos ser luz del mundo? No es una pregunta retórica,
porque la luz verdadera, «la que, al venir al mundo, ilumina a todos los hombre», es
Jesús, Palabra y Sabiduría de Dios. Lo recuerda el evangelio de Juan. Y es así, como
luz del mundo, que Jesús se presenta en este evangelio: «Yo soy la luz del mundo; el
que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (1,9 y , 8, 12).
Seremos luz del mundo y sal de la tierra si nuestra vida queda toda impregnada, como
dice el apóstol Pablo, de los «sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2,5), es decir,
si nuestro estilo de vida es el de las Bienaventuranzas de Jesús. En la versión de
Mateo, escuchada el pasado domingo, las bienaventuranzas dibujan los rasgos que
deben caracterizar a los seguidores de Jesús. Hay que prestar atención, porque sólo si
está marcada por este espíritu de las bienaventuranzas la Iglesia, haciendo camino en
medio de una sociedad secularizada, será fiel al Evangelio y tendrá suficiente
credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres.
Feliz esta Iglesia y felices todos los que tienen un alma de pobre y un corazón sencillo,
y actúan sin prepotencia ni altivez, sin riqueza ni grandiosidad, sostenidos sólo por la
autoridad humilde de Jesús. / Serán luz del mundo. Dios les dará su Reino.
Feliz la comunidad cristiana y felices todos los que, despojados de cualquier privilegio
y poder, están de luto, lloran con los afligidos y comparten con Jesús la suerte de los
perdedores. / Un día serán consolados por Dios. Serán luz del mundo.
Dichosa la Iglesia y los que, renunciando a imponerse por la fuerza, la coacción, el
autoritarismo, en un mundo lleno de agresividad practica la mansedumbre de su
Maestro y Señor. / Son ellos los que heredarán la tierra. Serán luz del mundo.
Feliz la comunidad cristiana y felices los que tienen hambre y sed de una justicia
mayor, en su interior y en todo el mundo, pues tendrán una actitud de conversión y
trabajarán para hacer más digna y humana la vida de todos, empezando por quienes
son los últimos. / Su anhelo será saciado por Dios. Serán luz del mundo.
Feliz la comunidad cristiana y felices los que, renunciando al rigorismo actúan
compasivamente, en un mundo sin misericordia, prefiriendo la misericordia a los
sacrificios, pues acogerán a los pecadores y no les esconderán la luz del Evangelio de
Jesús. / También ellos obtendrán misericordia. Serán luz del mundo.
Dichosos los hombres y mujeres y feliz la Iglesia de corazón limpio y maneras de
hacer transparentes que, andando en la verdad de Jesús, no encubren sus pecados ni
fomentan el secretismo y la ambigüedad. / Ellos son los que verán a Dios. Serán luz
del mundo.
Dichosos los que no se cansan de trabajar para poner paz entre los hombres y los
pueblos, sembrando el perdón que todo lo cura, pues contagiarán la paz de Jesús en
un mundo que no puede darla. / Dios los reconocerá como hijos. Serán luz del mundo.
Felices, aún, los que, comprometidos en la causa de la justicia, han de sufrir hostilidad
y persecución, pues sabrán llorar con las víctimas cuya inocencia nadie defiende, y
conocerán la cruz de Jesús. / Dios les dará su Reino. Serán luz del mundo.
Son muchos los hombres y mujeres que, verdadero desfile de los santos, unidos a
Jesús, desde una vida de servicio humilde y abnegado, sin protagonismos ni
imposiciones, se lo han jugado todo para vivir la utopía del Reino, la vivencia de las
Bienaventuranzas. Hombres y mujeres que, como Teresa de Calcuta, el obispo
Romero, Juana Inés, el P. Arrupe, los monjes de Tiberine (Argelia), degollados como
corderos por haber optado por vivir con el pueblo humilde, y tantos otros que, desde la
cruz de Jesús, que es cruz de resurrección, constructores de paz y promotores
incansables de liberación, han ayudado a sus hermanos más desvalidos a descender
de una cruz que no era fuente de resurrección sino de desesperanza. Es así como se
han convertido en luz del mundo y sal de la tierra.