III Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miercoles
“Salió el sembrador a sembrar”
I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la carta a los Hebreos 10,11-18:
Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas
veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está
sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus
enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha
perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Esto nos lo
atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: Así será la
alianza que haré con ellos después de aquellos días dice el Señor: Pondré mis
leyes en sus corazones y las escribiré en su mente; añade: Y no me acordaré ya
de sus pecados ni de sus crímenes. Donde hay perdón, no hay ofrenda por los
pecados.
Sal 109,1.2.3.4 R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
Oráculo del Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies. R/.
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R/.
Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré,
como rocío, antes de la aurora. R/.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,1-20:
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un
gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se
quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar:
«Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del
camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en
seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro
poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El
resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta
o del sesenta o del ciento por uno.» Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que
oiga.»
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el
sentido de las parábolas. Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los
secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en
parábolas, para que por más que miren, no vean, por más que oigan, no
entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.» Y añadió: «¿No entendéis
esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la
palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra;
pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en
ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla,
la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene
una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que
reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los
afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los
invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la
simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del
treinta o del sesenta o del ciento por uno.»
II. Compartimos la Palabra
“La cruz y el amor”
“Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio” y ese
único sacrifico es el que recordamos y hacemos presente en cada eucaristía.
Bien sabemos que lo que Jesús quiere demostrarnos claramente en su muerte
en cruz es el gran amor que nos tiene. Es el amor, manifestado de manera
extraordinaria en el dolor y en el sacrifico de la cruz, el que nos redime. Sin
amor no hay redención, no hay salvación, no hay perdón de los pecados, nos
hay justicia verdadera, no hay convivencia gozosa... Sin amor no hay vida. Es la
gran lección que Cristo quiere darnos. Por eso inventa la eucaristía, la
renovación del único sacrificio. Al regalarnos su cuerpo entregado, su sangre
derramada, nos regala cada día su amor, gracias al cual nosotros podemos vivir
con sentido y podemos amar en ese combate que es la vida humana.
“Salió el sembrador a sembrar”
Es imposible explicar la parábola del sembrador mejor que Jesús. Solamente
tirar un poco de su hilo conductor. Claramente nos dice Jesús que el que
recibamos a Dios, el que dejemos que Cristo sea nuestro Dueño y Señor, el que
sus palabras de vida empapen e inunden nuestro corazón y permanezcamos
siempre en él y den fruto y fruto abundante… depende fundamentalmente de
nosotros. Jesús hace bien su labor, como el honrado sembrador, pero nuestra
colaboración es indispensable. Si la tierra se niega a recibir la buena semilla…
nunca habrá cosecha.
Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)
Con permiso de dominicos.org