III Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miercoles
El sembrador y la pedagogía de la parábola: siembra divina, hoy
“En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas
del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una
barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la
orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas.
Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador
a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del
camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en
terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida
por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y,
por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron
los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en
tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas
produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien
tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le
preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha
dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están
fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que
miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se
conviertan y se les perdone».
Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces,
comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la
Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la
Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se
lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en
terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben
con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son
inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución
por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los
sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero
las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las
demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin
fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la
Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros
ciento»” (Marcos 4,1-20).
1. Comienza hoy la Iglesia a proponernos las grandes “parábolas” de
Jesús. Son el corazón de la predicación de Jesús, que con el paso del tiempo
no pierden su frescura y humanidad, y llegan al corazón. Tu estilo, Jesús,
está ahí presente, y con ellas siento tu cercanía. Ayúdame a ver lo que
querías decirnos, lo que nos dices “hoy” en ese lenguaje de imágenes,
metáforas. Hoy, veo tus interpretaciones alegóricas, la semilla que cae
parte en el camino, parte en terreno pedregoso, parte entre espinas
y parte en suelo fértil . Siento que me hablan, pero nunca agotamos su
significado, siguen siempre abiertas…
La palabra hebrea mashal (parábola, dicho enigmático) abarca los
más diversos géneros: la parábola, la comparación, la alegoría, la fábula, el
proverbio, el discurso apocalíptico, el enigma, el seudónimo, el símbolo, la
figura ficticia, el ejemplo (el modelo), el motivo, la justificación, la disculpa,
la objeción, la broma.
Nos hablan de tu Reino, Señor, de tu venida. Quiero aprender cuando
les cuentas a los discípulos el significado de la parábola: « A vosotros os
ha concedido Dios el secreto del Reino de Dios: pero para los de
fuera todo resulta misterioso, para que (como está escrito) "miren y
no vean, oigan y no entiendan, a no ser que se conviertan y Dios los
perdone" ». Quiero entender que tú sabías que el profeta que citas fracasa
en su labor (tomo estas ideas de Ratzinger): tu mensaje, como aquel,
contradice demasiado la opinión general, las costumbres corrientes. A
través de su fracaso, las palabras resultan eficaces. Esto pasó con los
profetas y la historia de Israel, y en cierto sentido se repite continuamente
en la historia de la humanidad. Es tu destino, Señor: la cruz. Pero
precisamente de la cruz se deriva una gran fecundidad.
La siembra de la semilla está presente en tu predicación, y es el
«Reino de Dios» que crece, como el grano de mostaza. La semilla es
presencia del futuro. En ella está escondido lo que va a venir: « Os aseguro
que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero, si muere, da mucho fruto » (Jn 12,24). Tú mismo eres el grano,
Señor, y por tu «fracaso» vendrá la salvación: « Y cuando sea elevado
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí » (Jn 12, 32).
Es un fracaso como camino para lograr « que se conviertan y Dios
los perdone ». Es el modo de conseguir, por fin, que todos los ojos y oídos
se abran. En la cruz se descifran las parábolas. En los sermones de
despedida dice el Señor: « Os he hablado de esto en comparaciones:
viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os
hablaré del Padre claramente » (Jn 16,25). Ahora se entienden como
estaciones de la vía hacia la cruz. En las parábolas, Jesús no es sólo el
sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla
que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto (Ratzinger).
La parábola acerca lo que está lejos a los que la escuchan y meditan
sobre ella; por otro, pone en camino al oyente mismo. La dinámica interna
de la parábola, le invita a ir más allá de su horizonte actual, hasta lo antes
desconocido y aprender a comprenderlo. Pero eso significa que la parábola
requiere la colaboración de quien aprende, que no sólo recibe una
enseñanza, sino que debe adoptar él mismo el movimiento de la parábola,
ponerse en camino con ella. En este punto se plantea lo problemático de la
parábola: puede darse la incapacidad de descubrir su dinámica y de dejarse
guiar por ella; puede que, sobre todo cuando se trata de parábolas que
afectan a la propia existencia y la modifican, no haya voluntad de dejarse
llevar por el movimiento que la parábola exige. No obliga, señala el
camino…
En las parábolas hay implícita una presencia de Dios, esa presencia
tan necesaria en nuestro tiempo cuando se le rechaza por no ser
“experimentable” según la ciencia moderna esa presencia.
“Salió el sembrador a sembrar…” Parte de la semilla cae en el
camino, o se lo comen los pájaros, o queda ahogado por el egoísmo o el
miedo... Hoy se extiende la idea de que el egoísmo no es malo, que es una
opción, que la libertad es hacer lo que quiera. Sí, pero es una pobre libertad
esclava del egoísmo, y lleva a la tristeza. Es decir que somos libres y
responsables, que según lo que sembremos recogeremos. Y según como
sea nuestro corazón podremos o no acoger la simiente divina y dar fruto.
Vemos el peligro es pensar que no hemos sembrado bien, que no
tenemos ni idea de hacer las cosas, el lamento pesimista del que se piensa
culpable de que haya guerras en el otro lado del mundo: “A menudo os
equivocáis cuando decís: me he engañado con la educación de mis hijos, o
no he sabido hacer el bien a mi alrededor. Lo que sucede es que aún no
habéis conseguido el resultado que pretendíais, que todavía no veis el fruto
que hubierais deseado, porque la mies no está madura. Lo que importa es
que hayáis sembrado, que hayáis dado a Dios a las almas. Cuando Dios
quiera, esas almas volverán a él. Puede que vosotros no estéis allí para
verlo, pero habrá otros para recoger lo que habéis sembrado” (G. Chevrot).
Finalmente, vamos a la semilla que cayó en buena tierra y dio fruto,
una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta: la fertilidad de la buena
tierra compensó con creces a la simiente que dejó de dar el fruto debido.
Nada quedó sin fruto. El gran error del sembrador sería no echar la simiente
por temor a que una parte cayera en lugar poco propicio para fructificar, o
por temor a que nos malinterpreten, etc.
“Jesús, os decía al comienzo, es el sembrador. Y, por medio de los
cristianos, prosigue su siembra divina. Cristo aprieta el trigo en sus manos
llagadas, lo empapa con su sangre, lo limpia, lo purifica y lo arroja en el
surco, que es el mundo” (S. Josemaría). Su sangre vivifica a todo el mundo,
a cada uno. Y así también, de formas muchas veces insospechada, hace
fructificar nuestros esfuerzos: “Mis elegidos no trabajarán en vano” (Is. 65,
23), no se pierde nada de lo que se hace cuando estamos con el Señor. El
apostolado es así tarea alegre y, a la vez, sacrificada: en la siembra y en la
recolección: “Ante un panorama de hombres sin fe, sin esperanza; ante
cerebros que se agitan, al borde de la angustia, buscando una razón de ser
a la vida, te encontraste una meta: El! / Y este descubrimiento inyectará
permanentemente en tu existencia una alegra nueva, te transformará, y te
presentar una inmensidad diaria de cosas hermosas que te eran
desconocidas, y que muestran la gozosa amplitud de ese camino ancho, que
te conduce a Dios” (San Josemaría). En Santa María encontramos el mejor
modelo de correspondencia a la siembra divina, a ella acudimos para dar
fruto.
2. –“ En la antigua alianza los sacerdotes estaban "de pie" en el
Templo... Jesucristo empero se "sentó" para siempre a la diestra del
Padre”. Es la diferencia entre el antiguo sacerdocio judío y el sacerdocio de
Jesús. Ellos estaban atareados “ ofreciendo reiteradamente los mismos
sacrificios que nunca pueden borrar los pecados ”, como quizá
nosotros al multiplicar los ritos como si se tratara de querer doblegar a un
Dios justiciero e inflexible. Jesús nos busca y reconduce como a la oveja
perdida llevándola sobre sus hombros, es El quien ofrece incansablemente
su perdón, es El quien ha hecho todo el camino de la reconciliación, Dios ha
cargado con el peso de la sangre derramada, en Jesucristo.
-“ Jesucristo, habiendo ofrecido por los pecados un solo
sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre. Desde
entonces espera que sus «enemigos sean puestos por escabel de
sus pies» ”. Señor, quiero yo también contemplarte, sentado junto a Dios,
en esa hermosa actitud majestuosa esculpida en la piedra de muchos
tímpanos de las catedrales (Noel Quesson).
-“ Por su único sacrificio, Cristo condujo siempre a su
perfección a aquellos que de Él reciben la santidad”. Gracias, Señor.
Nos haces presente el único sacrificio de la cruz. ¿Qué conclusión debo
sacar concretamente para mi vida de HOY?
-“ El Señor declara: «Pondré mis leyes en sus corazones, las
inscribiré en su mente y no me acordaré ya más de sus pecados y
faltas»”. Estas preciosas palabras de Jeremías nos consuelan.
3. Quiero ver tu realeza, Jesús, con las palabras que canta el salmo:
Oráculo del Señor a mi Señor: / "Siéntate a mi derecha, / y haré de
tus enemigos / estrado de tus pies."” Me gusta verte con tu cetro,
someter en la batalla a tus enemigos: "Eres príncipe desde el día de
tu nacimiento, / entre esplendores sagrados; / yo mismo te
engendré, como rocío, / antes de la aurora." Te contemplo como el
Camino, mediador eterno: "Tú eres sacerdote eterno, / según el rito
de Melquisedec."”
Llucià Pou Sabaté