EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la cuarta semana del tiempo ordinario
Carta a los Hebreos 11,32-40.
¿Y qué más puedo decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, de Barac, de
Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los Profetas.
Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el
cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones,
extinguieron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se
convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los
extranjeros.
Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos. Unos se dejaron torturar,
renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección.
Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles.
Fueron apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes,
cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, oprimidos y
maltratados.
Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por desiertos y
montañas, refugiándose en cuevas y cavernas.
Pero, aunque su fe los hizo merecedores de un testimonio tan valioso, ninguno de
ellos entró en posesión de la promesa.
Porque Dios nos tenía reservado algo mejor, y no quiso que ellos llegaran a la
perfección sin nosotros.
Salmo 31(30),20.21.22.23.24.
¡Qué grande es tu bondad, Señor!
Tú la reservas para tus fieles;
y la brindas a los que se refugian en ti,
en la presencia de todos.
Tú los ocultas al amparo de tu rostro
de las intrigas de los hombres;
y los escondes en tu Tienda de campaña,
lejos de las lenguas pendencieras.
¡Bendito sea el Señor!
El me mostró las maravillas de su amor
en el momento del peligro.
En mi turbación llegué a decir:
"He sido arrojado de tu presencia".
Pero tú escuchaste la voz de mi súplica,
cuando yo te invocaba.
Amen al Señor, todos sus fieles,
porque él protege a los que son leales
y castiga con severidad a los soberbios.
Evangelio según San Marcos 5,1-20.
Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre
poseído por un espíritu impuro.
El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.
Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas
y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo.
Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e
hiriéndose con piedras.
Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él,
gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te
conjuro por Dios, no me atormentes!".
Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!".
Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión,
porque somos muchos".
Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.
Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña.
Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que
entremos en ellos".
El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron
en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales-
se precipitó al mar y se ahogó.
Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La
gente fue a ver qué había sucedido.
Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio,
al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor.
Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con
los cerdos.
Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.
En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió
que lo dejara quedarse con él.
Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales
todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti".
El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús
había hecho por él, y todos quedaban admirados.
Comentario del Evangelio por :
Beato Carlos de Foucauld (1858-1916), ermitaño y misionero en el Sahara
Meditación sobre los Evangelios, nº 194
“Vuelve a tu casa, junto a los tuyos y anúnciales todo lo que el Señor ha
hecho por ti”
Cuando deseamos seguir a Jesús, no nos extrañemos si él no nos lo permite
enseguida, o incluso si no nos lo permite jamás... En efecto, su mirada va mucho
más lejos que la nuestra; y quiere no tan sólo nuestro bien sino el de todos...
Ciertamente compartir su vida, con y como los apóstoles, es un bien y una
gracia, y debemos siempre esforzarnos para ser más y mejores imitadores de su
vida. Pero esto es sólo una gracia exterior; Dios puede, colmarnos interiormente de
gracia, hacernos mucho más santos incluso sin esta imitación perfecta. Puede,
aumentando en nosotros la fe, la esperanza, la caridad, hacernos mucho más
perfectos en este mundo, o en una orden [religiosa] mitigada, que lo seríamos en el
desierto o en una orden austera... Si Dios no nos permite seguirlo, no hay que
asombrarnos de eso, ni asustarnos, ni entristecernos, sino decirnos que nos trata
como al Geraseno y que por tanto, tiene razones sabias y escondidas. Lo que hace
falta, es obedecerle y aceptar su voluntad. Por otra parte, posiblemente Jesús
permitió algunos meses o años más tarde, que el Geraseno se uniera a los
apóstoles.
Confiemos siempre, y en todas partes acerquémonos a Él con todas nuestras
fuerzas y seamos, en todos los momentos, en todas las condiciones, tal como él
mismo, si hubiera estado allí, se hubiera comportado, y si la voluntad del Padre le
hubiera puesto allí tal como nos pone a nosotros... La verdadera perfección es
hacer la voluntad de Dios.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”