IV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Hb.11, 32-40: Dios tiene algo mejor preparado para vosotros.
b.- Mc. 5, 1-20: Espíritu inmundo, sal de este hombre.
Este evangelio nos presenta uno de los momentos más sublimes de la
manifestación de la autoridad divina de Jesucristo y de su poder sobre el demonio.
Se trata de una posesión diabólica, un hombre que ni las cadenas detienen, su
morada las tumbas del cementerio, lugar de los espíritus inmundos, que da voces y
espanta a las gentes. Una vez sano por el poder de Jesús, la gente lo ve totalmente
cambiado: tranquilo, sentado, vestido y en su sano juicio, que los que lo
contemplan, sienten temor del poder de Jesús (v. 15). El evangelista quiere
presentar a Jesús victorioso sobre el poder del demonio: en tierra de paganos,
como era Gerasa, criadores de cerdos, animal impuro para los judíos. Vencer el
poder del demonio, en ese hombre, es signo salvador del poder que Jesús posee
contra las fuerzas, que se oponen a la liberación del hombre. Es un claro anuncio
del Reino, que con su acción comprende al hombre entero, cuerpo y espíritu,
liberación integral que le devuelve la dignidad de ser humano. Esta acción de Jesús
en tierra de paganos, anticipa la misión de la Iglesia en su tarea evangelizadora
entre todas las naciones de la tierra. El temor que engendra en las personas, la
obra de Jesús, curiosamente se convierte en rechazo a su persona al enterarse de
la suerte de los cerdos, que terminaron ahogados en el mar. Le ruegan que se vaya
de su pueblo (v.17); sin embargo, el hombre, ahora sano, le pide seguirle unirse a
sus discípulos. No se lo permite, pero le manda volver a los suyos y contar lo que el
Señor ha hecho con él, y cómo el Señor ha tenido compasión de él (v. 19). Vemos
que la presencia del mal dentro y fuera de nosotros, es una realidad actual, tanto
como ayer, tanto en la propia vida, en el ámbito eclesial y en la sociedad. Son
muchos los ídolos o demonios que nos atacan y muchas veces nos vencen: el
dinero, el poder, el egoísmo, la falta de amor al prójimo, la intolerancia etc. Jesús
es más fuerte que todos esos demonios, que nuestros males, de ahí que debamos
construir plataformas de liberación propia y ajena, rompiendo las cadenas que nos
esclavizan a realidades que nos dañan, nos manchan, nos enflaquecen etc. El
cristiano animado por el Espíritu Santo será capaz de denunciar la tiranía que
ejercen estos ídolos o demonios como son el consumismo, la explotación de los
pobres, los derechos humanos avasallados por regímenes totalitaristas, etc. La
batalla de la Iglesia contra las fuerzas del infierno, continúa bajo la fuerza del
Espíritu Santo, el trabajo pastoral y la oración incesante por todos los que trabajan
por construir el Reino de Dios, entre los hombres como lo hizo Jesús de Nazaret.
Teresa de Jesús y todos los Santos han experimentado en forma particular, la
bondad de Jesucristo que supera toda idea que podamos tener de ella por su
originalidad y delicadeza. Él es el toque delicado del Padre para el alma. Teresa de
Jesús lo expresa así: “Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo
bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se
juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea
digna de amar. ¿Pensáis que es posible, quien muy de veras ama a Dios, amar
vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras, ni
tiene contiendas, ni envidias; todo porque no pretende otra cosa sino contentar al
Amado. Andan muriendo porque los ame, y así ponen la vida en entender cómo le
agradarán más. ¿Esconderse? ¡Oh, que el amor de Dios si de veras es amor es
imposible! Si no, mirad un San Pablo, una Magdalena; en tres días el uno comenzó
a entenderse que estaba enfermo de amor; éste fue San Pablo. La Magdalena
desde el primer día, ¡y cuán bien entendido! Que esto tiene, que hay más o menos,
y así se da a entender, como la fuerza que tiene el amor: si es poco, dase a
entender poco, y si es mucho, mucho; mas poco o mucho, como haya amor de
Dios, siempre se entiende. (CV 40,3).