IV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Hb.13, 1-8: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.
b.- Mc. 6, 14-29: Es Juan a quien yo decapité.
El evangelista nos habla de la amenaza, que se cierne sobre Jesús, de parte del
poder político, como era Herodes Antípas. Al mismo tiempo, el evangelio se
expande y gana fuerza entre los que creen, también se organizan las fuerzas
contrarias. Herodes tiene noticias y rumores nacidos del pueblo, lo que revela la
verdadera opinión que tienen de Jesús. Creen que Juan ha resucitado, y está
obrando milagros más que en vida, pero surge inmediatamente la pregunta:
“¿Quién es este?” (Mc. 4, 41). Tampoco es Elías, a quien el pueblo se encomendaba
para todo, Jesús es mucho más que eso, ya que si fuera así, se le vería como un
precursor del Mesías, donde no resuenan esperanzas mesiánicas (cfr. Mc.15, 35;
Mal. 3, 23). Esas personas no tenían a Jesús como Mesías, lo veían como un
abogado y protector, pero nada más, ni siquiera le vale el título de alguno de los
antiguos profetas (cfr. Dt. 18, 15. 18; Lc. 9, 8). Tratar de ubicar a Jesús en esas
categorías, sin fe, es imposible dar con la respuesta que Dios esperaba de los
hombres al enviar a su Hijo único (cfr. Mc. 1,1). Herodes Antípas, no creía en
resurrección de los muertos, por lo tanto, su frase suena irónica, aunque lo había
escuchado con gusto, no llegó a convertirse ni siquiera con la predicación de Juan
Bautista. El final del precursor de Cristo Jesús, es parecido al de Elías, también
perseguido por Acab y su mujer la reina Jazabel, persiguió con odio mortal (cfr. 1
Re.19, 2); la diferencia es que, Juan muere por las intrigas de Herodías. El poder
del mal aparentemente triunfa sobre el varón, justo y santo, imagen del Mesías,
que llevará el mismo camino. Herodes mantuvo la palabra y el juramento hecho a
Salomé: darle lo que quisiera aunque fuese la mitad de su reino (cfr. Ester 7,2).
Juan Bautista, muere por una conducta frívola, mundana de una mujer incrédula y
la debilidad de un rey, por no haber escuchado su llamada a la conversión y
penitencia que había hecho el precursor del Mesías. La fiesta del rey de Israel
termina en una escena macabra: la muerte de un inocente. Esas mismas tinieblas
que invaden a Herodes y su corte, estarán presentes, pero más densa, “cuando el
Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores” (Mc. 14, 41). Mientras
Jesús predica todavía en Galilea, ya se vislumbra el final del Mesías, pero el detalle
que los discípulos de Juan recogieran y sepultaran su cuerpo para darle sepultura
es muy significativo: el varón de Dios ha encontrado su reposo. Anticipo glorioso:
también el Crucificado será puesto en un sepulcro, del cual surgirá el anuncio de la
Resurrección. Muerto Juan Bautista, Jesús deja Galilea para venir a Jerusalén a
cumplir su destino. Ambos mueren como testigos de la verdad y del reino de Dios
que anunciaban. Esa es también nuestra tarea ser testigos del Resucitado en medio
de nuestra sociedad.
Teresa de Jesús, a la falsa paz que ofrece el mundo, contrapone una vida de
santidad y de paz que vive la esposa del Cantar de los Cantares, en la vida
religiosa. Cuidado con las alabanzas que pueden ser motivo de caída o de muerte;
sólo la vivencia del Evangelio nos trae la paz verdadera: “Acordaos cual paró el
mundo a Cristo nuestro Señor, y que ensalzado le había tenido el día de Ramos.
Mirad en la estima que San Juan de la Bautista que le querían tener por el mesías
y en cuánto y por qué le descabezaron” (CAD 2,12).