V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Is. 6, 1-2. 3-8: Aquí estoy mándame.
Es en una liturgia del templo, probablemente donde Isaías vive esta profunda
experiencia religiosa. Todo el ornato del templo y su belleza hacen comprender
la trascendencia de la santidad de Dios. Toda la liturgia lo lleva a expresar lo
que a su vez está viviendo en lo interior: Dios sentado en su trono, su
presencia lo llena todo, como el incienso llenaba el templo. Está en la
presencia del tres veces Santo, por lo cual se considera impuro y siente la
necesidad de purificación. Conversión y purificación que le vienen de Dios por
medio del serafín que toca sus labios con fuego, como el oro en el crisol.
Limpio de todo pecado, Isaías ya puede ofrecer su colaboración a Dios. La vida
de este profeta, como la de Pedro y Pablo, no se entiende, sino desde este
llamado, desde esta visión que tiene en la liturgia del templo como trasfondo.
Yahvé, llama gratuitamente, su elección es única y singular, y desde los signos
el profeta lee y contempla la llamada que a él sólo el Espíritu concede
escuchar.
b.- 1Cor. 15, 1-11: Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis
creído.
Pablo nos presenta el, kerigma de nuestra fe: Cristo ha muerto y resucitado
para perdonarnos los pecados, y darnos vida eterna. Este dato esencial que
nos presenta la revelación, traspasa toda su cristología, eclesiología y
soteriología. Para sus lectores, judíos y griegos, les anuncia la Resurrección de
Cristo, porque si bien el AT, habla poco de la vida después de la muerte, saben
que hay una sabiduría creadora de Yahvé, que creó el mundo y al hombre,
ahora hará un cielo nuevo y una tierra nueva, una nueva creación desde Cristo
Jesús. Esta realidad, está fundada en la Resurrección de Cristo, que murió y
resucitó, precisamente para hacerlo todo nuevo, comenzando por el hombre
mismo, nueva criatura, desde que abrazó la fe, se bautizó, participó de la
Eucaristía. Es todo un antídoto contra la desesperanza, la duda que surge en
el corazón de los neófitos. Hay una invitación al seguimiento de Cristo, en
clave catequética, donde las Escrituras, que son la fuente de la revelación y de
la fe. Pues según ellas: Cristo ha muerto por nuestros pecados y Resucitado al
tercer día. Las apariciones que menciona Pablo, la suya al final, nos hablan de
cómo también es un discípulo aventajado del divino Maestro.
c.- Evangelio Lc.5,1-11: Dejándolo todo lo siguieron
Es de mañana, junto al lago de Genesaret. Jesús de pie en la orilla, anuncia la
palabra de Dios, como el pueblo lo asedia, entonces sube a una barca de las
que estaban allí y se sienta como maestro y enseña a las muchedumbres que
lo escuchan desde la orilla. La palabra de Dios atrae a las personas. La barca
era de Simón. Ya se habían conocido, había sanado a su suegra, había sido su
huésped. Ahora aprovecha sus servicios para sí y para el pueblo. También
Simón conoce a Jesús. Quien siga a Jesús, es porque la persona y la palabra
de Dios, se apodera del hombre que busca la verdad.
Jesús le dirige la palabra a Pedro, una orden, que eche las redes al lago, allí donde
hay profundidad Si no cogieron nada durante la noche, menos lo harán por la mañana;
toda una prueba de fe para Simón, profesional en las artes de la pesca. La elección y la
vocación exigen fe, aunque no se comprenda, ahí está la esperanza (cfr. Rm.4,18-21;
Gn.15,5). Simón reconoce que las palabras de Jesús poseen autoridad y que son capaces
de realizar lo que el hombre por sus fuerzas no puede. Maestro, en labios de Pedro, es
reconocer que Jesús posee autoridad y palabra poderosa. La fe puesta en las palabras
del Maestro no se ve frustrada, al contrario, las redes están repletas de peces.
Respuesta de Dios a la fe sencilla de Simón que se amolda a su inteligencia, a su vida y
vocación. Así obra Dios con su pueblo: la salvación exige signos, pero Dios sostiene esa
fe con signos.
Lucas, coloca la llamada a los primeros colaboradores de Jesús en el contexto de la
pesca milagrosa, con lo cual, da sentido y éxito a la misión que tendrán los discípulos.
Serán continuadores de la obra de Jesús (cfr. Lc. 4, 14-44). Al ver a Jesús como un ser
extraordinario, Pedro le pide que se aleje, porque se sabe pecador (v. 8). Simón ve en
Jesús una epifanía de Dios; ha visto y vivido el milagro, el poder divino que obra en
Jesús. La manifestación divina suscita en Simón la conciencia de su condición de
pecador, saberse indigno de estar ante el Hijo de Dios (cfr. Is. 6,5; Lc. 3,21ss; Hch.
5,19; 12,17). La admiración por Jesús atrae irresistiblemente a Pedro, pero su
conciencia de pecado le aleja de Él. Con decir, Señor (v.8), expresa la grandeza de
Aquel que ha reconocido en este milagro. Lucas, denomina a Simón, también como
Pedro, todo un anticipo literario, porque en esta hora en que Simón opta por creer en la
palabra de Jesús, coloca los cimientos de la futura promesa de ser roca de la Iglesia,
fortalecer la fe de sus hermanos y recibir el encargo pastoral (cfr. Lc.22,32; Jn.21,15ss).
Pero no sólo Pedro quedó estupefacto, también sus compañeros, Santiago y Juan. Jesús
aparta el temor de Pedro y en su lugar, el Maestro lo convierte, en pescador de
hombres. Hasta ahora Simón Pedro había pescado peces, desde ahora pescará hombres
para el Reino de Dios. Lo mismo había hecho Dios con los profetas Simón, Santiago y
Juan, lo dejan todo: casa, barcas, redes, familia. La vida de ellos comienza de nuevo,
con un contenido distinto: siguieron a Jesús como discípulos para conocer su palabra, su
persona, su doctrina, su forma de vida. Lo que llena sus vidas es Jesús, el Reino de Dios,
el anuncio del evangelio, la pesca de hombres. Simón vivió en Jesús la epifanía de Dios,
se reconoce pecador y recibe una vocación-misión para la obra de salvación. El tiempo
de la salvación ha comenzado; conocimiento de esa salvación mediante el perdón de los
pecados (cfr. Lc. 1,77). ¿Qué vio Jesús en esos hombres, para hacerlos sus
colaboradores? Serán sus discípulos y pescadores de hombres (vv. 10-11). Este
evangelio vocacional y misionero, es reflejo de la tarea de Pedro, dentro y fuera de la
Iglesia. En el comienzo, Jesús actúa sólo a través de prédicas y obras, en forma directa
y personal, desde ahora, actuará por medio de hombres sencillos, que escuchan la
Palabra de Dios, y la guardan en su mente y corazón. Será la fuerza de la palabra de
Jesús, donde está el secreto del éxito de su misión evangelizadora. Cuando escribe
Lucas su evangelio, en la comunidad eclesial, habían entrado judíos y gentiles a la voz
de Pedro, por medio de su predicación y obras. En el comienzo de del Hechos, Lucas,
establece la Ascensión del Señor a los cielos, sube al Padre en gloria, para que comience
la misión de los apóstoles, que convocan a todos los pueblos a formar el nuevo pueblo
de Dios (cfr. Lc. 24, 47; Hch. 1,8). Será el Espíritu Santo, en Pentecostés, quien dé el
impulso inicial a la presencia de Jesucristo en medio de su Iglesia, por medio de su
Espíritu, su Palabra y Sacramentos, la oración personal y comunitaria, pero sobre todo
por medio de la comunidad. Debemos como Iglesia y como cristianos, tomar conciencia
de la misión de discípulos siendo fieles al hombre de hoy y al evangelio. Ante la falta de
interés por las cosas de Dios que existe hoy, debemos seguir confiando en el envío de
Jesús y en la fuerza de su Espíritu. Se debe predicar el evangelio de la gracia y la
misericordia del Padre (cfr. Lc. 4,16-22; 31-36), para con los hombres necesitados y
más alejados, para que su amor sea conocido por todos y entren a formar su Iglesia
peregrina que camina hacia la vida eterna.
Santa Teresa de Ávila, muchas veces sintió la presencia amorosa de Jesús en su vida.
Bastó una vez que le diera su Sí, definitivo; las otras veces fue para realizar obras que
demostraran su amor, por tan gran Señor. “No nos deja de llamar para que nos
acerquemos a él” (2M 1,2).