Dios no manda la enfermedad, manda al médico
Domingo 3º Cuaresma 2013 C
Con demasiada facilidad estamos listos para echarle a Dios la culpa de todas las
desgracias que nos acaecen en nuestra vida o en la vida de la comunidad. Que no
se muera alguien en plena juventud porque nos quejamos amargamente como en
el antiguo pueblo de Israel en el que medían la bendición de Dios por los años
vividos, o por otro lado afirmamos rotundamente: “Dios ya lo necesitaba” aunque el
chavo anduviera drogado, en la calle a las cuatro de la mañana echando pleito con
quien se le atravesaba en su camino. Tal parece como si Cristo estuviera de
acuerdo con esto, a tenor del texto evangélico que escuchamos este día, donde
Cristo se muestra extremadamente duro y sumamente exigente y amenazador,
pero lo que él quiere es mostrar caminos de salvación y de espera para todos los
hombres. A Cristo le presentaron el caso de algunos galileos, sus paisanos, que
Pilatos mandó matar mientras estaban realizando un sacrificio en el templo. Cristo
no afirma ni su bondad ni su maldad, pero responde con una profunda
reconvención: “¡Si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante!
Incluso él mismo les pone otro ejemplo y a continuación vuelve a repetir: “Si
ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante”. A continuación Cristo
les puso una parábola para que reflexionaran, donde muestra su verdadera
voluntad, la necesidad de conversión, la parábola de la higuera floja que no daba
higos cuando el amo los buscaba por lo cual le dio orden al rentero que la cortara,
pero a petición de éste que quería seguir regándola, abonando la tierra, y
aflojándola, accedió a dar otro año antes de arrancarla. Cualquiera de mis lectores
entenderá entonces que Cristo no se complace en la muerte de nadie, sino que
viene a dar a todos un tiempo oportuno de salvación. Siempre fue así, ya el Salmo
102 nos habla de un Dios compasivo y misericordioso, que perdona nuestros
pecados, y cura nuestras enfermedades, el que rescata nuestras vidas del sepulcro
y nos colma de amor y de ternura.
Y llama mucho la atención que la primera vez que Dios se comunica con Moisés en
aquella zarza que ardía sin consumirse, le declare el porqué de su comunicación:
“He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los
opresores y conozco bien sus sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo
de la opresión de los egipcios, para sacarlo de estas tierra y llevarlo a una tierra
buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel”. Esa zarza y ese fuego es el
que nuestro Buen Padre Dios ha hecho encender en nuestros corazones el día de
nuestro bautismo, pero que a veces no sabemos cuidar y en algunas ocasiones
llegamos a apagar completamente, con una vida de pecado y de desconocimiento
de los derechos de Dios sobre las personas, sus vidas, y los bienes de nuestros
hermanos. Se trata de nosotros, no del Dios que nos salva en su Hijo Jesucristo.
Somos nosotros los que nos alejamos, y el asunto de Cristo es volvernos al camino
de salvación. Vemos entonces que nuestra fe no es seguro de salvación que todo lo
asegura, sino un incentivo más para buscar la salvación ya que el Padre se ha
decidido por nosotros, nos envía a Cristo su Hijo y nos envía también al Espíritu
Santo consolador que alienta y fortalece el corazón para alejarnos del pecado, de
esa vida de indiferencia hacia los problemas que aquejan a nuestra humanidad, con
el pretexto de que de la puerta para adentro, todo está bien con los nuestros. Ésta
es la oportunidad de salvación, es la cuaresma del año de la fe, de invertir todo
nuestro capital en este asunto trascendental de nuestra vida.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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