Ciclo C: III Domingo de Cuaresma
Rosalino Dizon Reyes.
Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15)
«¡Lo tienen bien merecido!» De esta forma se comenta no rara vez de las víctimas
de masacres o accidentes. Pero no así reacciona Jesús.
Al oír de un acto de crueldad, Jesús no pone en duda el carácter de ninguna
víctima. No emite juicio temerario. El Maestro se sirve más bien de lo ocurrido
para resaltar la necesidad de la conversión y cumplir con su misión de llamar a los
pecadores. Se revela como el Hijo del Todopoderoso que jura: «Por mi vida, no
me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva»
(Ez 33, 11). Él es como «el Altísmo que es bueno con los malvados y los
desagradecidos».
Y enseguida da a entender Jesús que la conversión se demuestra en los buenos
frutos, como ya lo enseñó su precursor. Su parábola enseña que Dios tiene
paciencia con nosotros pecadores, porque no quiere que nadie perezca (cf. Pe 3,
9), pero ella deja claro asimismo que fructíferos tendremos que ser tarde o
temprano, si no queremos que se nos tale a nosotros como a una higuera
infructífera.
En nosotros busca, sí, el Señor los frutos que son las obras de justicia y caridad (Lc
3, 9-14). A nosotros también se nos exige que rompamos nuestros pecados con
obras de justicia y nuestras iniquidades con misericordia para con los pobres, y que
nos amemos profundamente, pues el amor cubre multitud de pecados (Dn 4, 24; 1
Pe 4, 8). Nuestro amor a los hermanos hace evidente que ya nos hemos convertido
a Dios y hemos renunciado al diablo, que ya no estamos pereciendo, sino que
hemos pasado de la muerte a la vida (1 Jn 3, 10. 14). Escuchando el clamor de los
pobres, reflejamos a Dios, cuya santidad se manifiesta tremenda y fascinante al
revelarse el Libertador compasivo y misericordioso de los oprimidos. Hacerles caso
a los desvalidos, esto forma parte integral de la conversión que les resulta muy
difícil, sin embargo, a los que ignoran lo que se escribió para nuestro escarmiento y
quienes rechazan además al Resucitado (Lc 16, 30-31).
Aceptar a Jesús, a fin de cuentas, es el significado de la conversión. Y no se
sienten con necesidad de Jesús los con pretensiones de superioridad, los que están
ciertos en absoluto de sus prácticas y doctrinas, los profetas arrogantes que dicen
en nombre de Dios lo que él no ha mandado (Dt 18, 20), los arribistas que buscan
poder y gloria y quieren ser servidos en vez de servir, los practicantes de la justicia
por ostentación, quienes seguramente no sabrán nada de «dejar a Dios por Dios» y
preferirán estar con su Dios en una capilla cómoda a atender al mendigo en la
puerta (cf. VII, 50; IX, 297-298, 725, 830, 1081, 1125).
Pero «el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga». Pues, abiertos más bien a Jesús
están los publicanos y las prostitutas que les llevarán la delantera en el camino del
reino de Dios a aquellos cerrados (Mt 21, 31). De verdad, los inseguros darán fruto
abundante y se salvarán por permanecer en Jesús, como sarmientos en la vid; sin
él no podrán hacer nada y estarán en peligro de secarse y de ser recogidos luego y
echados al fuego (Jn 15, 5-6). Así pues, gracias al que, sin tenerlo merecido, quiso
merecérselo, pereciendo por rescatar a los desgraciados que lo tenemos bien
merecido.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)