DOMINGO 3º CUARESMA (C)
Lecturas: Ex 3,1-8.13-15; S. 102; Icor 10,1-6.10-12; Lc 13,1-9
Homilia del P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Ya se habrán dado cuenta con las lecturas de hoy
que la Iglesia nos pide que insistamos en el esfuerzo de
conversión.
En esta perícopa todo el texto son palabras de
Jesús. Primero comenta dos hechos, corrigiendo la
mentalidad popular del tiempo que los explicaba como
un castigo de Dios por los pecados personales. Tanto la
furia de Pilatos como las piedras de la torre habrían
alcanzado a pecadores; a los demás no les habría pasado
nada. No nos debe extrañar pues también hoy hay
quienes piensan así, que las desgracias ocasionales son
sólo un castigo para las personas pecadoras. La
providencia de Dios haría que sólo alcancen a los
pecadores.
Por lo demás el hecho referente a Pilatos entra
dentro de su modo de comportarse como gobernante,
como aparece en el historiador judío Flavio Josefo. Por
abusos semejantes fue denunciado a Roma, depuesto allí
y condenado al destierro, donde murió.
Jesús aprovecha ambas noticias para exhortar a
todos a la conversión y acentúa su necesidad añadiendo
la parábola de la higuera estéril.
El sentido de las palabras de Jesús está bien claro.
Quienes en ese momento están presentes representan a
gente normal, es decir al conjunto de todos los hombres
en su infinita variedad, sin destacar ninguna clase o
grupo particular. Comprende también a los discípulos
(v. Lc 12, 41-48). Todos nosotros estamos, pues,
incluidos y debemos aplicarnos estas exigencias. Así
Jesús llama a todos a un esfuerzo de conversión que no
debe interrumpirse nunca.
La higuera como símbolo del pueblo y personas
elegidas por Dios, que han recibido la revelación de
Dios y de las que espera la conversión y el fruto de las
buenas obras es frecuente en la escritura. El dueño de la
viña es Dios, el viñador representa a cualquiera de los
profetas y enviados, pero más especialmente a Jesús
mismo. Los tres años que el dueño, Dios, llevaba
viniendo a ver la higuera manifiestan la paciencia de
Dios que espera mucho tiempo, más que el estrictamente
necesario, pues la higuera debería haber empezado a dar
fruto desde el primer año. El dueño está cansado de ver
sus hojas verdes, pero sin dar fruto alguno. Decide sea
arrancada. Pero el viñador, Cristo mismo, le pide esperar
todavía más; redoblará sus esfuerzos. Todavía tiene
esperanza. Pero si una vez más queda frustrada,
entonces sí la arrancará. No quiere hacerlo, pero no
habrá más remedio.
La lecci￳n es clara: “Si ustedes no se convierten
todos perecerán de la misma manera”.
La primera lectura nos narra cómo Dios llamó y
envió a su viña a uno de los grandes viñadores que ha
enviado a lo largo de la historia. Se trata de Moisés.
2
Dios no es ciego ni sordo. Dios ve la dolorosa situación
del pueblo que había elegido. Ese pueblo es anticipo y
signo, y representa a toda la Iglesia. Dios ve a muchos
de sus hijos de ese pueblo predilecto en la esclavitud del
pecado, hambrientos y sin libertad, y se ha fijado en
ellos y “baja” para librarlos a una tierra fértil, que quiere
darles para que sean libres en ella. Esa “bajada” la hace
el Señor por medio de Moisés al que le encarga esta
misión. El nombre que da de sí mismo, que es el Dios de
sus padres, Abrahán, Isaac y Jacob, es difícil de
interpretar. Pero el “Yo soy el que soy” o simplemente
“Yo soy” parece que significa “el Dios que está cercano
de ti”, el que no te abandona. Dios no deja abandonado
ni perdido a nadie. Jesús dirá de sí mismo que ha venido
a salvar lo que estaba perdido, que es el pastor que busca
la oveja perdida, para que se convierta y se salve. El
salmo responsorial lo confirma: “El Se￱or es compasivo
y misericordioso. Perdona todas tus culpas, cura todas
tus enfermedades, te colma de gracia y de ternura”.
En la segunda lectura San Pablo explica cómo las
infidelidades de los israelitas en el desierto son un
motivo de escarmiento para nosotros. A pesar de las
muchas intervenciones extraordinarias de Dios muchos
de ellos prevaricaron y no llegaron a la tierra prometida.
“El que se cree seguro, ¡cuidado! Que no caiga”. La
tentación y el peligro de pecar nos acechan siempre.
En ningún momento el viñador cesa de vigilar su
viña. Corta los sarmientos secos y la limpia
continuamente para que dé más y mejor fruto (Jn 15,2).
3
Esa acci￳n del vi￱ador, que llamamos “gracia”, continúa
estimulando el esfuerzo de los obreros de la viña, que
atendieron la invitación de ir a trabajar. A nadie es
permitido enterrar ningún talento. Hay que seguir
quitando vicios y defectos. El que no se esfuerza, no es
porque no los tenga sino porque no quiere verlos y se
conforma con una vida rutinaria. Pueden ser defectos
cuyas raíces permanecen, virtudes que sólo se han
alcanzado a medias. No olvidemos el mandato de Jesús
a todos: “Sean perfectos como su Padre celestial es
perfecto” (Mt 5,48).
Para mantenerse en esa actitud de conversión, de
mejora constante de las virtudes, ayuda la lectura y
meditación de la palabra y de las vidas de santos y otras
obras espirituales y desde luego la oración frecuente y
aun diaria. El sacramento de la penitencia es medio
magnífico, si se usa debidamente, en este proceso
incesante de conversión. Otro medio es el de la
dirección espiritual. Y sin duda es necesaria una actitud
decidida aceptando las cruces más diversas y el ejercicio
constante y vigilante de la caridad.
Resumiendo: para mantenerse en mejora y
conversión continua es necesario que la fe, la esperanza
y la caridad estén conscientemente vivas y actuando.
Que la Virgen María nos alcance esta gracia que nos
estimule y empuje siempre.
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