ESPEREMOS Y NO DESESPEREMOS
Padre Javier Leoz
Para paciencia: la de Dios. Una y otra vez, más allá de nuestras fragilidades,
traiciones, deserciones o dudas, sale a nuestro encuentro en un intento claro de
recuperarnos, perdonarnos y de conducirnos hacia un final feliz.
1.- Tres lecturas, las de este domingo, con un común denominador: la misericordia
de Dios no conoce límites. Condujo en diversas circunstancias, con patriarcas y
profetas, a un pueblo al que amaba con locura y, ahora con Cristo, de nuevo sale a
nuestro paso para infundirnos valor. Espera nuestro retorno, aunque
constantemente hagamos ademán de vivir sin Él. En multitud de ocasiones, como
aquel pueblo dirigido por Moisés también corremos el peligro de mirar hacia atrás.
De pensar que, lo que abandonamos, es mejor que aquello que nos aguarda en la
Tierra Prometida. ¿Es así o no? ¿O acaso no pensamos que, en algunos momentos,
es mucho lo que deponemos a un lado por seguir a Jesús? ¿Es pérdida o ganancia
creer en Él? ¿O es que, en algunos instantes, no dudamos si Dios está al frente de
nosotros o que caminamos huérfanos y sin rumbo?
2.- Uno, se asoma a la ventana de tantos desastres humanitarios o terrestres y
puede concluir que, Dios, parece haberse desentendido del mundo. ¿Es así? Por
supuesto que no. Dios sufre con el pueblo que sufre; Dios tiembla, con el pueblo
que tiembla; Dios llora, con el pueblo que llora. Y, además, en esos avatares de
destrucción, le inyecta valor y fe para superar aquellas realidades difíciles que
surgen en contra de la felicidad del propio hombre. El pueblo de Israel las padeció
(y contó con el auxilio de Dios) y nosotros, como pueblo de la Nueva Alianza,
seguimos soportando diversas encrucijadas y el Señor no deja de alentarnos para
que, nuestro existir, tenga una cabeza, una fuerza que nos impulse avanzar:
nuestra confianza en EL.
3.- En el miércoles de ceniza, el Señor, nos invitó a la conversión. Nos recordó que
éramos su viña. Pueblo de su propiedad. Nación consagrada. Y que, esa viña (con
higuera incluida) ese pueblo o nación, han de ser cuidados con la oración, la
penitencia o la caridad. ¿Cómo van esos propósitos? ¿Hemos avanzado en algo?
¿Hemos salido del vacío para llenar nuestra vida de contenido? ¿Hemos socorrido
alguna necesidad material o espiritual? ¿Nos hemos alejado de algunos aspectos
extremadamente opulentos, artificiales o superficiales? ¿Somos conscientes de la
variedad de oportunidades que Dios nos da para realizarnos?
La cuaresma avanza y los frutos han de aflorar por las miradas de nuestros ojos
(¿son para Dios?). Por las yemas de nuestros dedos (¿Buscan el bien de los
demás?) Por la sinceridad de nuestras palabras (¿Buscan y propagan la verdad?).
3.- Dios sigue esperando, y mucho, de nosotros. No siempre saldrán las cosas
como nosotros quisiéramos y como Dios merece. Pero la realidad es esa: Dios nos
quiere optimistas. En el camino de la fe. Aún en medio de dudas y de
complicaciones, de pruebas y de sufrimientos. No sólo espera de nosotros mucho
sino que, además, se compromete para que, cómo propietario de la viña de la que
formamos parte, sigamos sembrando ilusiones y esperanzas, el evangelio y sus
mandamientos allá donde estemos presentes. No nos corta el camino, lo ilumina.
Ahora bien; no podemos quedarnos con los brazos cruzados. El riesgo de muchos
de nosotros, de los que nos decimos cristianos, es que nos conformemos con ser
simples ramas de un frondoso árbol. Es decir; que cobijados o justificados bajo el
paraguas de un Dios tremendamente bueno, renunciemos a mostrar la mejor cara
de nuestra vida cristiana. A ser pregoneros de su presencia en un mundo que le
margina. A ser defensores de los valores del Evangelio en una atmósfera colapsada
por tantas palabras mediocres, baratas e insensatas. En definitiva: no nos
limitemos a llevar una vida cristiana en tono menor.
Es el momento, por lo tanto, de hacer un balance real de nuestra personal o
comunitaria cuaresma. ¿Qué frutos estamos dando? ¿De qué esclavitudes tenemos
que desentendernos? ¿De qué caminos u opciones hemos de volver para estar más
en comunión con el Señor?
Soltémonos, en medio de esta santa cuaresma, de todo aquello que nos impide dar
lo mejor de nosotros mismos. Demostremos todo lo bueno que habita en nuestro
interior y convenzámonos de que, con la ayuda del Señor, no hay lucha o empeño
que nos resulte imposible. Él va delante.
4.- ¿QUÉ FRUTOS, SEÑOR?
Me pides confianza y, por lo que sea,
prefiero mirar hacia atrás
que saborear y soñar con lo que en Ti me espera
Deseas el fruto de mi constancia y, a la menor,
me dejo enredar por los hilos de la pereza,
la tibieza o las dudas, la fragilidad o la torpeza.
Sueñas con un futuro bueno para mí,
y me encuentras soñando con otras cosas
con otras instancias que no son las tuyas
con una tierra muy distinta a la que Tú me ofreces.
Estoy en la higuera, pero la higuera de mi vida,
no siempre fructifica en lo santo, noble y bueno.
Miras a las ramas de mis días
y, lejos de comprobar cómo despuntan sus yemas
me limito a vivir bajo mínimos,
a dar aquello que me conviene y no me molesta
a fructificar, poco o nada, si no es beneficio propio.
¿QUÉ FRUTOS, DARTE, SEÑOR?
Mira mi miseria,
y dejándome arrastrar por tu riqueza
ojala recojas de mí aquello que a tu Reino convenga
Acoge mi buena voluntad,
y lejos de echarme en brazos de la vanidad
descubra que, sólo Tú y siempre Tú,
eres la causa de lo bueno que brota en mí.
Perdona mi débil cosecha,
y, sigue sembrando Señor, para que tal vez mañana
puedas despertar, descubriendo en mí
aquello que, hoy, brilla por su ausencia:
frutos de verdad y de amor
de generosidad y de alegría
de fe y de esperanza
de confianza y de futuro
de vida y de verdad.
Y no te canses, Señor, de visitar tu viña,
tal vez hoy, puede que no,
pero mañana, con tu ayuda y mi esfuerzo,
brotará con todo su esplendor
la higuera de mi vida
Amén