Padre Pródigo
Jesús ha venido a la tierra a revelarnos el verdadero nombre de Dios: Padre. Algo tan
dulce, tan tierno que rebasa todo sentimiento, toda cercanía. En la biblia es el Abbá.
Más allá de todo diminutivo. Ciento setenta veces usa Jesús este nombre en los
evangelios. Va unido a Reino, lleva el sello de la vida. Ningún judío se atrevería a dar
este nombre a Dios. Ni los musulmanes lo mencionan en los noventa nueve nombres
con los que invocan a su Dios.
La vida es un aprendizaje permanente de amor. Sin embargo, es tarea pendiente. Jesús
vino a matricularnos en esa escuela. Y nos mostró el rostro del Padre. Lo hizo en
brochazos sueltos que definen rasgos, estructuras, contenidos y proyección de las
lecciones allí dadas, aprendidas. El ápice último es el Padre Pródigo. Aquel que no sólo
da amor, sino que lo pide, lo mendiga, lo espera.
San Agustín, en frase lapidaria, dice: “Cada uno es lo que sea su amor”. Los dos hijos
de la parábola lo dicen a su medida: El uno, “Padre, perdóname”. El otro en cambio,
dice: “Ese hijo tuyo”. El uno ama hasta la reconciliación infinita, la fiesta, el derroche
abrumador del abrazo, de los besos, del vestido nuevo. El otro no ama. Simplemente es
un observador legalista. Allí donde no hay corazón, todo es cálculo, miopía, sinsabor.
Pablo en la segunda a los Corintios, acuña una de las sentencias más apasionantes de
sus cartas: “Quien es de Cristo es una criatura nueva, lo viejo ha pasado”. Los Israelitas,
al tocar la tierra prometida, reinventaron el Paraíso. Todo era abundancia, todo era
generosidad. Describen la criatura nueva que Pablo identifica en su propio ser. Y que el
evangelio define desde la prodigalidad del amor.
Cochabamba 10.03.13
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com