Lengua de discípulo
Dios es silencio. Y sólo en el silencio lo escuchamos. Es intimidad y sólo cuando
abrimos la puerta de nuestra estancia, gozamos de su presencia. Se quedaría a la puerta
si no hacemos este ejercicio de apertura y acogida. Sin embargo, su Palabra es creadora
y resuena como catarata en crecida. Sólo quienes hacen eco en susurro a su voz, pueden
seguir sus huellas.
La Semana Santa nos abre al misterio de Jesús, a mi respuesta postergada. Su silencio
nos conmueve. Su Palabra nos estremece. Su amor crucificado me habla de su
predilección. “Me amó y se entregó por Mí”. Su cruz continúa plantada en el vértice de
la historia, de mi historia personal. Su mirada es hiriente, tanto, que transforma o
manda al abismo. O es Pedro que se convierte. O es Judas que se confunde, se pierde.
Su camino abre mi camino. Su Palabra desata mi lengua y la consagra como lengua de
discípulo y le da fuerza como para levantar al abatido, para consolar, anunciar,
profetizar. Es Palabra que resuena en mis oídos y me lleva a la escucha acunando en mi
interior el gozo de su presencia vivificante. Tanto amor, reclama amor.
La multitud que hoy irrumpiera con eco atronador contra los detentores del poder y las
bases de su culto, mañana cederá a las seducciones de la manipulación y condenará a la
cruz a quien hoy elogia, canta, exalta. Son los vaivenes de la pobreza de nuestra fe que
se hincha como espuma y cae como piedra por sus inconsecuencias, por sus
indecisiones. Al discipulado se le ofrece en esta Semana Santa la opción radical del
seguimiento.
Cochabamba 24.03.13
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail . com