III Domingo de Cuaresma, Ciclo C
Compasión, liberación y conversión
El acontecimiento histórico de esta semana lo ha protagonizado el papa Benedicto
XVI al presentar su renuncia el pasado día 28 de Febrero de 2013. Agradecidos por
su servicio a la Iglesia, instruidos por su magisterio extraordinario y confortados
con su ejemplo de fe y de humildad, sobre todo a partir de su decisión de renunciar
al ministerio petrino, la Iglesia entera se pone ahora en oración, como en un
cenáculo universal, invocando al Espíritu de Dios para que del próximo cónclave
salga otro sucesor de Pedro que pueda guiar a la Iglesia y confirmar a sus
hermanos en la fe, respondiendo a los signos de los tiempos y a los desafíos del
momento presente en la Iglesia y en el mundo desde el amor apasionado a
Jesucristo y desde la fidelidad al Evangelio.
Tal vez el relato de la vocación de Moisés de este domingo pueda darnos una pista
de la orientación divina en la búsqueda de un nuevo Moisés como sucesor de Pedro
para la Iglesia y para el mundo. La lectura del Éxodo pone de manifiesto el punto
de mira de nuestro Dios y su perspectiva de actuación: “He visto la opresión de mi
pueblo,... me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos” (Ex 3,1-15). El
Dios compasivo mira a los que sufren todo tipo de opresión y se presenta como
liberador. Es el lenguaje del Dios que se revela a Moisés y no se manifiesta como
una divinidad impasible y ajena al hombre y a su historia. Dios se revela como un
Dios atento al dolor, al sufrimiento y la opresión. Y ahí es donde quiere intervenir
mostrándose como liberador. Eso es lo que implica el sentido dinámico del nombre
de Dios en la Biblia. No sólo se ha de entender con la mentalidad estática del “Yo
soy el que soy”, sino con otra mucho más histórica: “Yo soy el que actúa” aquí y
ahora en la historia. Y desde su intervención liberadora a través de Moisés se le
podrá reconocer como Señor.
Al Dios compasivo y liberador del que Moisés es testigo, es a quien todos los
creyentes hemos de volver si queremos convertirnos en serio. Pero si la religión se
vive como una seguridad tranquilizadora y rutinaria, que nos deja en el fondo
impasibles, especialmente ante el dolor y la injusticia de los oprimidos de este
mundo, entonces la advertencia de Pablo es grave: ¡Cuidado! (1 Cor 10 1-12). Por
eso el tercer domingo de la cuaresma es una llamada insistente a la conversión.
Dios es el que llama a sus hijos a vivir una realidad nueva. Es el Dios que, como en
el Éxodo, se nos anticipa con su gracia liberadora. Sin embargo el evangelio
reclama proféticamente una profunda conversión, que implica un cambio de
mentalidad y de estilo de vida. El verbo inicial de la cuaresma con la imposición de
la cruz en el miércoles de ceniza era una llamada a la transformación interior de la
persona, un cambio que debía afectar a todo nuestro ser: sentimientos,
conocimiento y voluntad. Es lo que el evangelio denomina metanoia. En el
evangelio de Lucas el verbo correspondiente a este cambio de mentalidad se
reserva para la sección propia lucana de la subida a Jerusalén de Jesús con los
discípulos y discípulas, donde aparece diez veces. Así, en este recorrido, Jesús los
instruye sobre la gran misericordia de Dios y a la par les da la lección del estilo de
vida que la misericordia liberadora de Dios conlleva como consecuencia.
Tras la alusión a la supuesta responsabilidad de las víctimas ante los dos trágicos
acontecimientos referidos en el fragmento lucano dominical (Lc 13,1-9), según el
cual Pilatos había mezclado la sangre humana de los galileos con la de las víctimas
de los sacrificios y la caída de la torre de Siloé había provocado la muerte de
dieciocho personas, Jesús reitera la interpelación a la conversión con un lenguaje
contundente: “como no se conviertan ustedes, perecerán todos lo mismo”. De esta
forma Jesús pone de manifiesto que no hay relación ni proporción entre la realidad
de los hechos dramáticos relatados y la supuesta culpabilidad de las víctimas. Sin
embargo, Jesús aprovecha la ocasión para apelar a la responsabilidad y culpabilidad
personal en la existencia del mal. Así se propicia una llamada urgente a la
conversión, pues quien se orienta por cualquier tipo de mal en la vida,
verdaderamente perecerá, si es que no está ya perdido del todo.
En nuestro mundo se tiende todavía a culpabilizar a las víctimas de cualquier drama
humano. En el fondo mucha gente piensa que si a alguien le toca sufrir algún tipo
de mal natural o ser víctima de algún desastre natural, debe ser como pago
malicioso del destino por algún mal realizado a título personal. Jesús libera de ese
pensamiento fatídico, pero no exime a cada cual de su propia culpa en la gestión de
su propia vida y de los dones recibidos.
La llamada amenazante a la conversión queda ilustrada por la parábola de la
higuera estéril, que muestra tanto la apremiante necesidad del cambio en el
corazón y en las estructuras humanas como la incomparable e infinita misericordia
de Jesús con su pueblo, del cual por mil generaciones sigue aguardando un fruto
digno. Sin embargo ser conscientes de esta infinita espera no puede legitimar
ningún tipo de conformismo pasivo. Más bien al contrario, en esta cuaresma
disponemos de un año más para convertirnos, para cavar y excavar alrededor de
nuestra personalidad, limpiarla de toda maleza, abonarla adecuadamente con los
valores del evangelio y orientarla hacia la liberación y la misericordia que
proféticamente Jesús, mediador definitivo ante el Padre, nos posibilita.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura