III Semana de Cuaresma
Martes
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Dan. 3, 25. 26. 34-43: El sacrificio agradable a Dios.
La primera lectura, nos presenta la oración de Azarías. El sacrifico agradable a Dios
es un corazón humilde y contrito, es lo que ora y canta Azarías en el horno, al que
había sido arrojado por Nabucodonosor. La oración narra la triste situación de un
país sin guías y en completa ruina. Se acentúa el sacrificio espiritual de expiación,
que compromete más al hombre, que los ritos religiosos. “Se￱or, que somos más
pequeños que todas las naciones, que hoy estamos humillados en toda la tierra, por
causa de nuestros pecados; ya no hay, en esta hora, príncipe, profeta ni caudillo,
holocausto, sacrificio, oblación ni incienso ni lugar donde ofrecerte las primicias, y
hallar gracia a tus ojos. Mas con alma contrita y espíritu humillado te seamos
aceptos, como con holocaustos de carneros y toros, y con millares de corderos
pingües; tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y te agrade que plenamente te
sigamos, porque no hay confusi￳n para los que en ti confían.” (vv. 37-40). La auto
- oblación del siervo paciente de Isaías, se realizará plenamente en Cristo Jesús, de
ahí que todo cristiano, debe comprender su vida como una oblación, un sacrificio
espiritual, a Dios, unido a la Víctima por excelencia Jesucristo el Señor en la liturgia
cotidiana de la existencia diaria.
b.- Mt. 18, 21-35: Parábola del deudor despiadado.
Este evangelio tiene dos momentos: la pregunta de Pedro acerca del perdón
(vv.21-22) y la parábola del siervo sin entrañas (vv.23-34). Pedro pregunta por un
delito contra el hermano, una falta contra el mandamiento del amor. La medida del
perdón, es lo que está detrás de la pregunta. ¿Se puede perdonar sin compensación
alguna o hay una norma que mida la obligación de reconciliarse? La mención del
número siete, habla de perfección, de totalidad. Esto significa que estoy dispuesto a
perdonar más allá de la única vez que obliga el amor. Aunque se repita la falta,
debe estar dispuesto a perdonar. La respuesta de Jesús, es admirable, Pedro debe
perdonar hasta setenta veces siete (v. 22), es decir, en forma ilimitada, por lo
tanto, se considera que no hay medida. Aunque el hermano no mejore, el otro, no
debe dejar de ejercitarse en amar, en perdonar. El ofendido en relación al ofensor,
está en situación como la del deudor respecto al acreedor. Lamec, hijo de Caín
había proclamado, que si su padre iba a ser vengado siete veces, él lo sería setenta
veces siete (cfr. Gn. 4, 23ss). Dios se había reservado la venganza de Caín, pero
Lamec la reclama para sí mismo. Un pecado, puede originar otros mil más, Jesús
prohíbe la venganza con el ilimitado deber de la reconciliación. El poder del mal, se
contrapone con el poder del bien, del amor libremente dispensado (cfr. Rom. 12,
21). La parábola quiere dejar en claro, el modo de proceder de Dios: Sólo ÉL,
puede pagar una deuda tan grande, y pronunciar una sentencia tan terrible. Se nos
advierte sobre la dureza de corazón, que pone en peligro la eterna salvación, si no
media el perdón entre hermanos. Lo mismo que el rey, actuará Dios Padre, si no se
perdona de corazón a su hermano (v. 35). Dios es el que perdona, la enorme
deuda, por la súplica hecha en la oración. Su clemencia no conoce medida, su
perdón sobrepasa todo límite humano, lo mismo sucede, con su omnipotencia que
se muestra en su misericordia. Ahora bien, cada uno de nosotros, sabe que si
quiere alcanzar la vida eterna, también debe perdonar a su prójimo. Cada pecado
es una deuda que tenemos ante Dios y con el prójimo; la ofensa al prójimo,
acumula ira, nos vamos asemejando al mal siervo. Si Dios le condona su deuda, el
siervo vivirá de la misericordia y bondad de su Señor. Sólo así se entiende la
exigencia para con el prójimo, la misericordia recibida, no se debe guardar en el
corazón. La medida que Dios usa es la misma que la debemos usar nosotros; de ahí
la obligación de reconciliarnos con el hermano. Sólo así alcanzaremos la salvación,
al rendir cuentas en el día del Juicio final. Como todos vivimos de esa misericordia,
es nuestro deber regalárnosla unos a otros. Debemos imitar el proceder de Dios
para con el hombre.
Santa Teresa de Jesús, hizo de la misericordia su canto de alabanza a la
Omnipotencia divina: “Puede ser que al principio, cuando el Se￱or hace estas
mercedes, no luego el alma quede con esta fortaleza; mas digo que si las continúa
a hacer, que en breve tiempo se hace con fortaleza, y ya que no la tenga en otras
virtudes, en esto de perdonar, sí. No puedo yo creer que alma que tan junto llega
de la misma misericordia adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado
Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y queda allanada en quedar muy
bien con quien la injurió; porque tiene presente el regalo y merced que le ha hecho,
adonde vio señales de grande amor, y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar
alguno.” (CV 36, 12).