III Semana de Cuaresma
Viernes
"El reino de Dios ha llegado a vosotros"
I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la profecía de Oseas 14,2-10
Así dice el Señor: «Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por
tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: Perdona del
todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará
Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de
nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano." Yo curaré sus extravíos,
los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel
como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus
vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano. Vuelven a
descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su
fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le
respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos.
¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son
los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en
ellos.»
Sal 80 R/. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz
Oigo un lenguaje desconocido:
«Retiré sus hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.
Clamaste en la aflicción, y te libré. R/.
Te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel! R/.
No tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor, Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto. R/.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
te alimentaría con flor de harina,
te saciaría con miel silvestre.» R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28b-34
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: - «¿Qué
mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: - «El primero es:
"Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.
" El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay
mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: - «Muy bien, Maestro, tienes
razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que
amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar
al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: - «No estás lejos del
reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
II. Oramos con la Palabra
CRISTO, veo claro lo importante que es estar a la escucha de tu Palabra de vida.
Tú dices que el primer mandamiento es: “Escucha, Israel..., amarás al Se￱or tu
Dios...”. El amor y la amistad se manifiestan en el diálogo mutuo. Por eso cada
día leo tu Palabra, te contesto con mi oración y espero que vaya fortaleciéndose
nuestra amistad. ¡Quiero ser tu amigo!
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.
Hoy escuchamos las palabras del profeta Oseas. Oseas es el profeta de la
fidelidad, de la intimidad con Dios, del amor que se ofrece una y otra vez a los
que se prostituyen con otros dioses, sirviendo a sus deseos y necesidades
personales. El mensaje de Oseas es casi demasiado bueno para ser verdad:
volved a casa, todo ha sido perdonado. Volver al primer y más verdadero amor
de vuestra vida: Dios.
Oseas nos recuerda que tenemos que reconocer la bondad y la compasión de
Dios y que Dios es el único que puede salvarnos. Solo podemos dar fruto gracias
a Él. Esta lectura de Oseas es una descripción de Dios y de cómo ama al pueblo
elegido, a pesar de que le vuelven la espalda adorando a otros dioses. Pero Dios
nos dice: yo curare sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se
apartará de ellos. Y esta misma frase en la traducción de la Biblia de Jerusalén
nos dice “Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente pues mi c￳lera se
ha apartado de él”.
Dios será como rocío para su pueblo, y floreceremos como las azucenas. Nuestra
fuerza y nuestras raíces serán como el cedro del Líbano, y nuestro esplendor
como el olivo. Estas imágenes están repletas de esperanza y abundancia y llena
de paz. Dios quiere ser todas esas cosas para nosotros. Porque Dios nos ama
graciosamente, nosotros debemos estar dándole gracias continuamente por este
amor y por su fidelidad con nosotros. Él siempre nos perdona, no le devolvamos
la espalda.
El Señor nuestro Dios es el único Señor, y le amarás.
El escriba que se acerca a Jesús es un maestro de la ley empeñado en la
búsqueda auténtica de la verdad. Su pregunta nace de una exigencia
particularmente sentida en el judaísmo de entonces. Un número exagerado de
imposiciones y prohibiciones, no pocas veces insignificantes, impedía ver con
claridad lo realmente importante. La respuesta de Jesús, que recoge dos textos
del Pentateuco (Dt 6,4-5; Lv 19,18), se caracteriza por la seguridad soberana
con que une el amor a Dios y el amor al prójimo. Sólo el amor a Dios hace
posible el amor al prójimo y sólo en el amor al prójimo puede manifestarse el
amor a Dios. Este mandamiento del amor es el mayor, porque sólo él es el que
da sentido y orientación a todos los demás. Cualquier observancia religiosa y
cualquier acto de culto carecen de significado y de valor, si no son cumplidos a
la luz y en la perspectiva del amor.
El Señor es nuestro único Dios, es Él el que salva y no otros dioses hechos a
nuestra medida. Aquí caemos mucho en hacernos a Dios a nuestra medida y a
nuestro gusto, para que no me pida cuenta de las cosas sino de lo que yo
quiero, y entonces amamos a Dios a medias tintas, sin importarnos nada el
prójimo, que es el segundo mandamiento. ¿Por qué? Porque en verdad no nos
amamos a nosotros mismos, somos un poco egoístas incluso con nosotros.
Tenemos que amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma y con todo
nuestro ser, porque no hay Dios fuera de Él. Él es el único que puede salvarnos
es el dueño de nuestra vida, aunque nosotros nos empeñemos en otra cosa. Él
siempre está a nuestro lado y con sus palabras ilumina nuestra vida y nos va
encaminando. Él nos enseña que amando al prójimo, es el camino para llegar a
Él y para poder decir que amamos a Dios. Pues en el prójimo lo encontramos a
Él. Muchas veces decimos: “pero eso cuesta mucho, y más ver a Dios en el
hermano”. Pero si pensamos un poco nos preguntaríamos, si los demás ven a
Dios en mí. ¿Si yo no lo veo en los demás, cómo pueden los demás verlo en mí,
si no les demuestro mi amor? En este sentido ¿qué nos falta? Pues un verdadero
amor al hermano y, en este, a Dios. Si esto lo cumpliésemos seriamos las
personas más dichosas del mundo.
Monasterio Sta. María la Real - MM. Dominicas
Bormujos (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org