III Semana de Cuaresma
Miercoles
Alabemos a Dios que nos ha enviado a Jesús para darnos una ley nueva: la
libertad y el amor de los hijos de Dios
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he
venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a
dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes
que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto,
el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo
enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los
Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande
en el Reino de los Cielos»” (Mateo 5,17-19).
1. Jesús dijo a sus discípulos: « No penséis que he venido a abolir
la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento”. Es una ley de libertad, como decía Jacques Philippe
cuando habla de la libertad interior que nadie puede arrebatarnos. Esto es
medicina para no agobiarnos, para gozar de la auténtica felicidad. Hay
cosas que nos harán sufrir, pero ninguna logrará hundimos ni agobiamos
del todo. Se trata de tener un “oasis” en nuestro coraz￳n: “el hombre
conquista su libertad interior en la misma medida en que se fortalecen en él
la fe, la esperanza y la caridad… el dinamismo de lo que tradicionalmente se
han denominado las «virtudes teologales» constituye el centro de la vida
espiritual”; esto coloca en un papel decisivo en el desempe￱o de nuestro
crecimiento interior la virtud de la esperanza: una virtud que sólo puede
cultivarse unida a la pobreza de corazón, resumida en la primera
bienaventuranza: “ Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque
de ellos es el reino de los cielos ”. Para ser d￳ciles a esa maravillosa
renovación interior que el Espíritu Santo quiere obrar en los corazones con
el fin de hacemos acceder a la gloriosa libertad de los hijos de Dios –“donde
está el Espíritu del Se￱or, allí hay libertad”-, es importante acudir a María:
«Ofreceremos a Dios nuestra voluntad, nuestra razón, nuestra inteligencia,
todo nuestro ser a través de las manos y el corazón de la Santísima Virgen.
Entonces nuestro espíritu poseerá esta preciada libertad del alma, tan ajena
a la ansiedad, a la tristeza, a la depresión, al encogimiento, a la pobreza de
espíritu. Navegaremos en el abandono, liberándonos de nosotros mismos
para atarnos a Él, el Infinito» (Madre Yvonne-Airnée de Malestroit).
Jesús luchaba contra todo formalismo, contra toda estrechez de
miras. Sin embargo, obrando así, pero no para destruir la Ley, sino para
salvarla, mejorarla para que cumpliera su fin. “Nada es peque￱o delante de
Dios, según el texto de la Sagrada Escritura. No hay "pequeños deberes"
sobre lo que nos pide la Palabra de Dios.
"Considerar las cosas pequeñas como grandes, a causa de Jesús que
es quien las hace en nosotros” (B. Pascal). Jesús nos invita a no so￱ar con
cosas grandes: lo que a diario hacemos es a menudo pequeño, minúsculo.
Todo depende de lo que nuestro corazón pone en ello.
Santa Teresa de Lisieux entró en el Carmelo a los quince años con
todo el entusiasmo de su adolescencia. Lo que le esperaba fue: barrer los
claustros, hacer la colada, acompañar al refectorio a una hermana vieja y
enferma. Pequeñas cosas. La vida humilde, la dedicada a trabajos pesados
y fáciles, es una obra de selección que requiere mucho amor.
-“ El que practicare y enseñare -esos mandamientos mínimos-
será "grande" en el reino de los cielos ”. "Las obras deslumbrantes me
están prohibidas. Para dar pruebas de mi amor no tengo otro medio que el
de no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna
palabra; de aprovechar las más pequeñas acciones y hacerlas por amor.'
(Santa Teresita) Lo que es "pequeño" a los ojos de los hombres, puede ser
"grande" a los ojos de Dios (Noel Quesson), como decía san Teófilo de
Antioquía: «Dios es visto por los que pueden verle; sólo necesitan tener
abiertos los ojos del espíritu (...), pero algunos hombres los tienen
empañados». Para poder purificar el corazón y poder ver, pedimos en la
Colecta: « Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y
alimentados con tu Palabra, te pedimos, Señor, que te sirvamos
fielmente con nuestras penitencias y perseveremos unidos en la
plegaria ». Y también en la Postcomunión: « Santifícanos, Señor, con
este pan del cielo que hemos recibido, para que, libres de nuestros
errores, podamos alcanzar las promesas eternas ».
“Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase
una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que
traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe
a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en
cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino
de los Cielos ». ¿Qué son esos mandamientos tan importantes que hay que
seguir? El amor. En la vida vamos pasando del “yo, me, mí, conmigo” a un
“tú, te, ti, contigo”, de un “quiero para mí” a una vocaci￳n de servicio. El
amor es la vocación de la persona, el servicio es la misión que tenemos. El
que da, es rico. El que se queda con todo es pobre. Hay gente tan pobre
que solo tiene dinero. El pobre es el egoísta. Y hay una pobreza aún mayor:
"Hay diversas clases de pobreza -cuenta la madre Teresa de Calcuta-. En la
India hay gente que muere de hambre. Un puñado de arroz es precioso,
valiosísimo. En los países occidentales, sin embargo, no hay pobreza en ese
sentido. Nadie muere de hambre y ni siquiera abundan los pobres como en
la India... Pero existe otra clase de pobreza, la del espíritu que es mucho
peor. La gente no cree en Dios, no reza, no ama, va a lo suyo... Es una
pobreza del alma, una sequedad del corazón que resulta mucho más difícil
de "remediar". ¿Puedes tener tú esa pobreza? Pídeles a Jesús y a María que
nunca caigas en esa pobreza de espíritu; que te ayuden a quererles cada
día más y a acudir a ellos ante cualquier necesidad, y que te ayuden a
querer a los demás. ¡Jesús, María, que no olvide rezar ni por la noche ni al
levantarme! Que sea generoso: porque el verdaderamente "pobre" es el
egoísta. Recemos: Señor, purifica mi amor, con la forja donde se ponen los
sentimientos en el fuego y se quema lo malo y se esculpe la imagen de
Jesús en nosotros...
Cuentan que un obrero había encontrado un billete de mil dólares; no
le llamó mucho la atención porque en América los billetes son iguales
aunque tengan más valor y aquel papelito no le impresionó demasiado. Se
lo guardó en un bolsillo, varios días más tarde, al pasar por un Banco, entró
a preguntar cuánto valía. Casi se desmaya cuando se lo dijeron, pues la
suma equivalía a más de un mes de su jornal...
No es raro encontrarse con gente que no sabe lo que tiene; puede ser
un cuadro de un pintor famoso, un objeto antiguo, unas monedas raras,
unos sellos valiosísimos... Cuando nos enteramos, solemos sentir una
especie de envidia. No se nos ocurre pensar que nosotros también tenemos
un tesoro que quizá no apreciamos: El Sacramento de la Penitencia es esa
forja donde se realiza ese milagro. Tal vez al recibirlo frecuentemente y
sepamos que no sólo sirve para perdonar los pecados graves, sino también
los leves; que aumenta la gracia santificante y nos proporciona una gracia
especial para rechazar las tentaciones... Sin embargo, a lo mejor nos
parece que no nos aprovecha demasiado, que no nos hace mejores; que
nos acusamos una y otra vez de los mismos pecados, inútilmente... Si eso
pensamos, lo más probable es que nuestras confesiones no sean buenas. La
Penitencia es un sacramento que Jesús pagó con su vida. Debemos cuidar
todo lo que tiene que ver con la confesión.
¿Hago bien el examen? ¿Pido perdón con dolor? ¿Digo los pecados en
concreto y también los veniales? ¿Hago propósito de no volver a
cometerlos? ¿Cumplo la penitencia? La gracia de Dios que nos llega por
esos dos sacramentos no circula en vano por nuestra alma, algo hace en
nosotros (Agustín Filgueiras Pita).
Hoy en misa pidieron por los que se aprovechan de la crisis
económica, para hacerse ricos, para que el Señor les convierta y sepan
abrirse a los demás. ¡Señor perdónales porque no saben lo que hacen!
Estas fueron casi las últimas palabras que Jesús dijo antes de morir en la
Cruz. Dios perdona siempre cuando le pedimos perdón, incluso piensa a la
maldad de los hombres la llama ignorancia (“no saben”…), y es también
causa de salvaci￳n (“Padre, ¡perd￳nales…!”). Esto podemos aplicarlo no solo
a los asesinos, sino también a los que promueven ideas o películas malas, a
los que roban o enga￱an…
2. Los caminos que Dios enseña son justos y muy buenos, camino
para la felicidad y la vida. Dios se dirige a los hombres como a una persona
amada, por su nombre: « Escucha, Israel ...» y nos va dando los
mandamientos… En estos días de cuaresma trato de estar ᆱa la escuchaᄏ.
« Para vivir » plenamente... Escuchar a Dios para vivir en plenitud.
Ayúdame, Señor: que yo experimente, que tu Palabra escuchada sea «vida»
para mí... como una respiración. Para así entrar en posesión de la tierra que
Dios da. Que tu Palabra, Señor, sea mi "sabiduría", un alimento de mi
espíritu. Que tus pensamientos lleguen a ser también mis pensamientos.
Que tu manera de ver impregne mis modos de ver. Y todo ello en plena
libertad. No como una coacción exterior obligatoria... sino como una fuente
vivificante y profunda. No como algo mandado: “qué palo , hay que ir a
misa…" sino quiero sentir como una necesidad interior aceptada de buen
grado de quererte. Sin embargo, a veces dudamos: Tú te callas, pareces
estar lejos de nosotros. Pero lo sé, estás ahí. Tú me miras en este mismo
momento. Te interesas por mí y estás más cerca de mí que mi propio
corazón (Noel Quesson).
3. “ ¡Glorifica al Se￱or, Jerusalén, alaba a tu Dios, Si￳n! […]
Envía su mensaje a la tierra… le dio a conocer sus mandamientos.
¡Aleluya! ” Jerusalén se había derrumbado ante el asalto del ejército del rey
Nabucodonosor (586 a. c.). Pero luego Nehemías restableció los muros de
Jerusalén para que volviera a ser oasis de serenidad y paz. La paz,
«shalom», es evocada inmediatamente, pues está contenida en el mismo
nombre de Jerusalén, simbólicamente. Hay una confirmación de la elección
divina del pueblo, de su misión única: « Anuncia su palabra a Jacob, sus
decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les
dio a conocer sus mandatos ». El salmo habla de las bendiciones como la
“flor de harina”, que Orígenes ve en clave eucarística: ᆱNuestro Se￱or es el
grano de trigo que cae a tierra y se multiplicó por nosotros. Pero este grano
de trigo es superlativamente copioso. La Palabra de Dios es
superlativamente copiosa, recoge en sí misma todas las delicias. Todo lo
que quieres, proviene de la Palabra de Dios, como narran los judíos: cuando
comían el maná sentían en su boca el sabor de lo que cada quien deseaba.
Lo mismo sucede con la carne de Cristo, palabra de la enseñanza, es decir,
la comprensión de las santas Escrituras: cuanto más grande es nuestro
deseo, más grande es el alimento que recibimos. Si eres santo, encuentras
refrigerio; si eres pecador, tormento».
Llucià Pou Sabaté