III M IÉRCOLES DE C UARESMA
(Dt 4, 1. 5-9; Sal 147; Mt 5, 17-19)
L ECTURA
“Mirad, yo os enseño los mandatos y decretos
que me mandó el Señor, mi Dios, para que los
cumpláis en la tierra donde vais a entrar para
tomar posesión de ella.
Ponedlos por obra, que ellos son vuestra
sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de
los pueblos que, cuando tengan noticia de
todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran
nación es un pueblo sabio e inteligente." (Dt
4, 5-6).
“El que se salte uno solo de los preceptos
menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en
el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de
los cielos.” (Mt 5, 19)
C OMENTARIO
Que el seguimiento de Jesús eleva al hombre a su más alta condición puede
parecer una afirmación interesada, como si se quisiera demostrar lo provechoso que es
seguir la voluntad divina por lo que reporta de paz, sabiduría y hasta felicidad. Y sin
embargo, los testigos del seguimiento evangélico de manera radical, nos aseguran que
no hay forma más plena de ser humanos que siguiendo a Quien siendo Dios, se hizo
Hombre.
Jesús es el cumplimiento perfecto del querer amoroso de su Padre. Dios no es
sádico, ni nos manda algo imposible, ni se entretiene mirando nuestros combates, sino
que se ha comprometido a darnos la gracia suficiente para llevar a cabo lo que es bueno,
agradable, perfecto.
Los que acogen la Palabra y la cumplen gustan el don de convertirse en familia de
Dios, de saberse hijos suyos, amados por Él, acompañados por su Providencia a través
del desierto de la vida y de las pruebas.
Evadir la ley de Dios es engañarse a sí mismo. Seguir los preceptos divinos es un
modo diferente de vivir, que ayuda a asumir la intemperie, la debilidad, la prueba, y
concede un modo diferente de sufrir, que hace solidarios, compasivos, entrañables. En
vez de rebelarse ante el dolor, se acreditan como personas llenas de sabiduría, que son
capaces de acompañar a los que también son probados.
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón. La ley del Señor es justa
y ensancha el alma. ¿Quién no ha probado los efectos íntimos que conlleva vivir según
Dios quiere? El salmista reza: “Tú, Se￱or, has puesto en mi coraz￳n más alegría que si
abundara en trigo y en vino” (Sal 4).
P UNTOS DE REFLEXIÓN
¿Crees de verdad que lo que Dios quiere es lo mejor para ti? ¿Qué sientes cuando
rezas: “Hágase tu voluntad”?