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Domingo 4C Cuaresma
“Padre, he pecado contra el cielo y contra tí” (Lc 15, 1-3, 11-32)
(Diálogo sobre el Evangelio de hoy: Hijo Pródigo)
La parábola del ‘Hijo Pródigo’ es muy bonita, pero desconcertante: el
padre perdona, pero ese perdón crea malestar. El hijo mayor reclama: "Eso
no es justo. Ese hijo no debería haber sido readmitido en casa." ¿Qué tipo
de familia era?
Se trata de una familia constituida por un padre buenísimo y sus dos hijos egoístas.
Al hijo menor se le ocurrió reclamar su parte de la herencia. Y su padre se la da,
aunque típicamente, los hijos reciben él total de su herencia después de la muerte del padre.
El padre podía repartir parte o toda su herencia antes de su muerte. Pero en ese caso,
la iniciativa era del padre, no del hijo. Y si un hijo recibía su herencia antes de la muerte del
padre, el hijo se quedaba en casa para atenderlo en su ancianidad.
Tampoco podía vender la tierra de los antepasados. Sin embargo, este hijo menor
recibe su herencia y la vende toda unos días después para tenerlo todo en efectivo e irse.
¿Cuánto le tocaba al hijo menor?
Si hay dos hijos, la propiedad se divide en tres partes: dos van al hijo mayor, y la
tercera va al hijo menor (Deuteronomio 21:17).
Ya fuera de casa, el hijo menor fue pródigo, es decir, derrochador, como un nuevo
rico. Y cuando gastó todo, el hambre le obligó hasta cuidar cerdos (animales impuros para los
judíos) y a querer comer lo que a ellos les daban.
¿Qué solución se le ocurre para salir del hambre?
Él se acuerda de su casa: " Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen de sobra
para comer y yo aquí me muero de hambre. Me levantaré y volveré ".
Lo único que le preocupa es cómo satisfacer su hambre.
Prepara un discurso calculado: " Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no
merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros ".
No pretende ser criado o esclavo, que le obligaría a vivir más cerca de su padre.
Además el jornalero tiene más libertad para ser contratado por otros amos.
Un día su padre lo vio de lejos, y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello
y le dio un largo beso. Su hijo comenzó su discurso. Pero el padre lo interrumpió, diciendo a
sus criados:
- Saquen en seguida el mejor traje, y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un
banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo
hemos encontrado”.
Y así recibió a su hijo, sin pedir cuentas ni poner condiciones, sin una recriminación
ni un reproche, invitando a jornaleros y vecinos, pues un becerro da para muchos invitados.
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¿Cómo era el hijo mayor?
Trabaja con su padre, pero le reclama:
– “ Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí
nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido
ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado ”.
Es decir, no se considera como hijo, sino como un trabajador mal pagado. No le llama
“padre”. Vive en casa del padre, pero está lejos de él en su corazón.
Echa de menos a sus amigos, pero no a su hermano, a quien llama ‘tu hijo’.
Su padre le contesta con mucha ternura:
-
¿Qué pretende Jesús con esta parábola?
Va dirigida a los fariseos, que se consideraban personas de bien, y criticaban a Jesús
por andar demasiado entre pecadores. Jesús les recuerda que todos somos pecadores, que Él
ha venido precisamente a salvar a los pecadores, que todos necesitamos arrepentirnos y volver
a la casa del padre.
Además no basta con obedecer, servir y guardar los mandamientos. Hace falta amar al
padre y al hermano, sobre todo si éste se halla en problemas; y no vivir con amargura,
orgullo, egoísmo, resentimiento, celos y envidia.
¿A quién representa el padre?
El padre personifica el amor de Dios, perdonador y generoso.
Si te regalan un billete de dinero todo sucio y raído, tú, seguro que lo aceptarás
inmediatamente. Así hace Dios con nosotros. Nos acepta como si fuéramos un billete de
dinero todo nuevo y estirado.
Éste es el mejor retrato de Dios que la Biblia nos ha dejado. El centro de la parábola
no son los hijos sino el padre, que quiere restaurar a la familia que se ha roto.
Dios vive tu drama de padre y madre, que a las seis de la mañana del domingo, ves
que tu hijo o hija no ha vuelto a casa. Miras por la ventana, estás atento a la puerta y no
puedes dormir. Y cuando llega, ¡qué descanso y qué paz! Así es Dios.
<Un catequista cont￳ a sus alumnos esta parábola. Y al final pregunt￳: “En esta
parábola todos sufren. Pero, ¿quién sufre el que más?” Un ni￱o levant￳ rápido la mano y
contestó: “El becerro”. Así es, y después el hijo mayor, que se quedó fuera durante la fiesta.
Ni siquiera saboreó el becerro, que había ayudado a engordar. Sólo por envidia y rabia.>
Despedida
Les invitamos a la Misa, a la Eucaristía, sacramento del amor. Ahí nos espera papá
Dios con los brazos abiertos y nos ofrece una fiesta alegre con los demás de la familia de
Dios, especialmente con los más necesitados.
“Mi pequeño, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas;
deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba
perdido, y lo hemos encontrado”.