III Domingo de Cuaresma, Ciclo C
Dios a nadie castiga y a todos anima
La Palabra: “Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo” (evangelio).
1. Jesús encontró gente religiosa de su pueblo con una visión peculiar de Dios.
Pensaban que desde el cielo enviaba castigos y provocaba fenómenos catastróficos
para castigar a los malos. Así la muerte de algunos revolucionarios judíos dictada
por el gobernador Pilato era un castigo del cielo, y el derrumbe de una torre que
mató a dieciocho personas era efecto de una divinidad airada contra los pecadores.
2. Jesús de Nazaret gusta la intimidad de Dios, padre y madre, ternura infinita, que
es amor y no sabe más que amar. Es la buena noticia, el evangelio que no
acabamos de aceptar incluso los mismos cristianos. Dios no está en las alturas
vigilando desde una cerradura para ver cómo actuamos y enviar males como
correctivos. Esa divinidad es falsa porque la hemos fabricado nosotros y cabe
dentro de nuestras cabezas.
3. El Dios revelado en Jesucristo es más íntimo a nosotros que nosotros mismos.
Continuamente, a todos y a todo da vida y aliento. Nos invita una y otra vez, de
modo especial en este tiempo cuaresmal, a que despertemos a su presencia, que
tratemos de relacionarnos con los demás en el amor, que salgamos de nuestro
individualismo, que superemos nuestra pasividad y nuestros desánimos. Cuando
llegan la enfermedad y las dificultades oscurecen el horizonte, cuando parece que
ya no hay salida y todo está perdido, nos queda reconocer y abrirnos a esa
Presencia de amor que nos habita y que nos da fuerza para, una y otra vez,
levantarnos de nuestras propias cenizas.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net