Domingo IV de Cuaresma del ciclo C.
Vamos a aceptar, respetar y amar a Dios, y a evitar rechazar a quienes
no comparten nuestras creencias.
Ejercicio de lectio divina de LC. 15, 1-3. 11-32.
1. Oración inicial.
Iniciamos nuestro encuentro de oración, en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
R. Amén.
Hoy iniciamos la cuarta semana de Cuaresma, y por ello es recomendable que, en
las iglesias en que se evita tocar instrumentos musicales o se suprimen cantos para
instar a los fieles a hacer penitencia, se vuelvan a escuchar melodías y cantos
alegres, para concienciar a los fieles, de que se acerca el tiempo de Pascua.
La Cuaresma es un tiempo en que hacemos lo humanamente posible para
experimentar transformaciones profundas, las cuales nos cuestan sacrificios y
sufrimientos, pero ello nos merece la pena, si nos ayuda a ser mejores cristianos.
Obviamente, no vamos a poder superar plenamente todos nuestros defectos, pero
Dios, al ser consciente de nuestra debilidad, no nos exige que nos perfeccionemos
por nuestros medios, sino que nos pide que hagamos lo humanamente posible para
alcanzar tal fin, pues El hará lo que escape a nuestras posibilidades, para hacernos
dignos de vivir en su presencia.
Los esfuerzos que hacemos para superarnos nos aportan la satisfacción de
conseguir lo que deseamos.
La vivencia de las enfermedades nos enseña a vislumbrar la presencia de dios
fortaleciéndonos la fe cuando sufrimos, y, en el caso de que recuperemos parcial o
totalmente la salud, nos disponemos a vivir pruebas más difíciles de superar que las
circunstancias adversas que caracterizaron nuestro pasado, con la certeza de que
Dios jamás nos desamparará.
En el texto evangélico que meditaremos este Domingo IV de Cuaresma, se nos
informa de que Jesús les predicaba el Evangelio a todo tipo de pecadores. Quienes
sabemos que los santos no nacen, sino que se hacen, nos alegramos
profundamente de este hecho, porque, a pesar de nuestras imperfecciones, Dios
quiere que nos convirtamos a Él, por más que ello les moleste a quienes se creen
puros, por causa de sus prácticas cultuales, y porque solo hacen las obras de
caridad estrictamente necesarias, para tener una buena imagen, ante la sociedad.
En la llamada parábola del hijo pródigo, se nos narra la historia de un Padre que
perdió el amor y la confianza de sus dos hijos. El citado Padre es Dios, el hijo
menor representaba en el tiempo de Jesús a los judíos considerados pecadores y a
los paganos, y, en nuestros días, representa a los cristianos no practicantes, y a los
no creyentes. El hijo mayor de la citada parábola, representaba en el tiempo de
Jesús a los legistas (los escribas) y a quienes enseñaban a observar la Ley de
Moisés y la tradición de los ancianos (los fariseos), y, en la actualidad, está
representado por aquellos cristianos que observan escrupulosamente los
Mandamientos de la Ley de Dios, y los Mandamientos de sus denominaciones,
creyendo que ello les sirve para comprar la salvación, y desprecian a quienes no
comparten sus creencias.
Oremos pensando con cuál de los dos hijos de Dios nos identificamos.
El hijo menor buscó la felicidad lejos de Dios, porque los mandamientos religiosos
no significaban nada para él, ya que quizás nadie hizo el esfuerzo necesario para
enseñarle que tenía un Padre que lo amaba como a Sí mismo. Por el contrario, el
hijo mayor, obedecía escrupulosamente todos los mandatos del Padre, pero no lo
hacía por amor a su Creador, sino creyendo que ello lo hacía merecedor de la
salvación, sin tener en cuenta que su santificación solo podía ser la consecuencia
directa del amor de dios hacia él, y que, si debía cumplir los Mandamientos divinos,
ello era para agradecerle a su Padre, el amor que jamás dejó de manifestarle.
Oremos:
Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes
una misma adoración y gloria: Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos
amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan
nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de
demostrar que te amamos.
Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida: Quema nuestras impurezas con
tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.
Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños: Enséñanos a ser
humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible: Haz de nuestra
tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la
felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén.
2. Leemos atentamente LC. 15, 1-3. 11-32, intentando abarcar el mensaje que
San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
Nota: Si este ejercicio de oración y meditación se hace públicamente, puede
repartirse la lectura del Evangelio, entre un narrador, y cuatro lectores más, que
representen al Padre, al hijo pródigo, al hijo mayor, y a los siervos.
«Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido»
Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a
escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
—«Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
—«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
"Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país
lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó
él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus
campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las
algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me
muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como
a uno de tus jornaleros."
Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre
lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete,
porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado."
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno
de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha
recobrado con salud."
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí
nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando
ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas
el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque
este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado."»".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 11, 1-3. 11-32.
3-1. Los pecadores se acercaban a Jesús para oírle predicar el Evangelio.
"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle" (LC. 15, 1).
Los publicanos eran cobradores de impuestos contratados por los romanos, los
cuales eran odiados por sus hermanos de raza, porque trabajaban para sus
dominadores, y porque muchos de ellos, les exigían a los israelitas más dinero del
que debían darles a los romanos, lo cual les hacía amasar grandes fortunas.
Jesús no marginaba a los pecadores que se le acercaban. Ello nos recuerda que
todos somos dignos de tener a Dios por Padre. En la profecía de Ezequiel, se nos
dice que Dios nos dará un nuevo corazón, lo cual significa, que todos tendremos
una misma forma de pensar y actuar, cuando Jesús concluya la plena instauración
del Reino de Dios entre nosotros. Dios nos dará un espíritu nuevo, y nos cambiará
el corazón de piedra de pecadores, por un corazón de carne, un corazón humano,
que conciba pensamientos y sentimientos de amor, respeto, paz y justicia.
"Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su
carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según
mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo
y yo sea su Dios" (EZ. 11, 19-20).
Acojamos la llamada que el Señor nos hace a convertirnos a Nuestro Dios, en
este tiempo de Cuaresma.
3-2. Los escribas y fariseos.
"Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Éste acoge a los pecadores y
come con ellos"" (LC. 15, 2).
Los intérpretes de la Ley de Moisés y la tradición de los ancianos (los escribas), y
quienes les enseñaban sus prescripciones religiosas a los judíos considerados puros
(los fariseos), convirtieron el Judaísmo en una acumulación de preceptos,
encaminados a sumir en la desdicha a los pobres, a los enfermos, y a los
desamparados. Para los escribas y los fariseos, solo los ricos y sanos, eran dignos
de ser considerados amigos de Dios. Cuanto más desdichados eran los que sufrían,
más consideraban los escribas y fariseos, que los tales habían pecado, lo cual los
hacía merecedores de padecer las circunstancias adversas que caracterizaban sus
vidas. Esta es una forma muy sutil de justificar el hecho por el cual los que sufrían
no eran ayudados, que, desgraciadamente, ha sido heredada, por diferentes
denominaciones cristianas.
Para los judíos, las comidas, no solo representaban relaciones de familia y
amistad, pues representaban relaciones comunitarias, que no debían ser
perturbadas. En la actualidad, los considerados pecadores, no son excluidos de
muchas denominaciones cristianas, aunque hay otras que han heredado el parecer
de los escribas y fariseos, las cuales excluyen de entre sus miembros a quienes
incumplen algunas de sus normas. Muchos de tales excluidos se sienten
desamparados cuando son forzados a abandonar sus comunidades, ya que, para
integrarse a las mismas, fueron obligados, a distanciarse de sus familiares, y
amigos.
Dado que las comidas eran para los judíos símbolos representativos del Reino de
Dios y de su común unión con Yahveh, estos tenían terminantemente prohibido,
comer con los considerados pecadores, con quienes ni siquiera podían sentarse a
meditar la Ley de Moisés, pues los suponían distanciados de Dios, e inmerecedores
de ser amigos de Yahveh.
3-3. El Padre de dos hijos muy diferentes entre sí.
"Entonces les dijo esta parábola:... Dijo: "Un hombre tenía dos hijos" (LC. 15, 3 y
11).
Dado que Jesús no compartía la opinión de los escribas y fariseos con respecto al
trato que se les debía dispensar a los pecadores, en vez de discutir con ellos, les
expuso la conocida parábola del hijo pródigo, con tal de manifestarles lo que creía,
al respecto del citado tema.
Dios es Padre de todos los que lo aceptan, pero, a pesar de ello, hay quienes
creen que, al cumplir las normas características de sus denominaciones religiosas,
se ganan el honor de ser hijos de Dios. ¿Qué piensa Jesús de la opinión de tales
hermanos nuestros? Ello es lo que se nos expone, en la perícopa evangélica, que
estamos meditando.
Al pensar en el Padre del que se nos habla en la parábola del hijo pródigo, quizás
nos viene a la mente, la imagen que tenemos, de los padres actuales, quienes
proveen las necesidades de sus hijos, a veces les conceden muchos de sus deseos,
y se relacionan con sus descendientes, manifestándoles amor, amistad, y respeto.
Para los oyentes de Jesús, un padre que vivía para satisfacer los deseos de sus
descendientes, no se hacía obedecer sin que sus hijos tuvieran derecho a pensar
sobre si debían o no debían acatar sus órdenes, y, por si fuera poco, cometía la
imprudencia de repartir su herencia entre sus hijos antes de morirse, más que un
buen padre, era un insensato. Esta es la causa por la que leemos en el Eclesiástico:
"A hijo y mujer, a hermano y amigo
no des poder sobre ti en vida tuya.
No des a otros tus riquezas,
no sea que, arrepentido, tengas que suplicar por
ellas.
Mientras vivas y haya aliento en ti,
no te enajenes a ti mismo a nadie.
Pues es mejor que tus hijos te pidan,
que no que tengas que mirar a las manos de tus hijos.
En todas tus obras demuéstrate con dominio,
no pongas mancha en tu gloria.
Cuando se acaben los días de tu vida,
a la hora de la muerte, reparte tu herencia" (ECLO. 33, 20-24).
En la actualidad, en muchos países, consideramos normal el hecho de
equivocarnos, pues comprendemos que es imposible que lo hagamos todo bien,
durante los años que se prolonga nuestra vida, pero, en el tiempo que Jesús habitó
en Israel, las equivocaciones, eran vistas, como pecados imperdonables.
3-4. Una petición insólita.
"el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me
corresponde"" (LC. 15, 12A).
En nuestro tiempo, todos los padres son libres de repartir su herencia cuando
están vivos, o de hacer un testamento, para que sus bienes sean repartidos,
cuando acontezca su fallecimiento. Cada padre es libre de cederle a cualquiera de
sus hijos la parte de sus bienes que desee, pero esto no es lo que sucedía en el
tiempo que Jesús vivió en Palestina, así pues, los primogénitos tenían derecho a
percibir el doble de la cantidad de bienes, que percibían cada uno de sus
hermanos. A modo de ejemplo, un padre que tuviera cuatro hijos, debía dividir su
herencia en cinco partes, darle dos partes al mayor de sus descendientes, y una
parte, a cada uno de sus otros descendientes.
"Si un hombre tiene dos mujeres a una de las cuales ama y a la otra no, y tanto
la mujer amada como la otra le dan hijos, si resulta que el primogénito es de la
mujer a quien no ama, el día que reparta la herencia entre sus hijos no podrá dar el
derecho de primogenitura al hijo de la mujer que ama, en perjuicio del hijo de la
mujer que no ama, que es el primogénito. Sino que reconocerá como primogénito
al hijo de ésta, dándole una parte doble de todo lo que posee: porque este hijo,
primicias de su vigor, tiene derecho de primogenitura" (DT. 21, 15-17).
En la actualidad, quienes perciben la herencia de sus padres, pueden considerar
la misma, ateniéndose al valor sentimental que representa, o según el valor
económico de los bienes que perciben. En el tiempo de Jesús, el hecho de que el
hijo pródigo le pidiera la herencia a su padre, significaba que quería romper, tanto
con él, como con su hermano mayor. Los oyentes de Jesús, interpretaron el hecho
de que tal hijo le pidiera a su padre la parte de la herencia que le correspondía,
como si le hubiera dicho: Muérete.
Tal como hemos recordado en el presente trabajo, el citado hijo menor de la
parábola de Jesús, representa a quienes no se amoldan al cumplimiento de las
normas características, de las denominaciones cristianas. Tengamos presente que
muchos bautizados reniegan de Dios y del Cristianismo en general. En nuestros
días, tenemos la tentación de sentirnos libres, y, cuando se nos quiere aconsejar
desde el punto de vista del Cristianismo, nos acordamos de los pecados que han
caracterizado la vida de muchos cristianos a lo largo de la historia de las diferentes
denominaciones de seguidores de Jesús existentes, e inmediatamente pensamos,
que no queremos ser manipulados, por los integrantes de ninguna secta.
3-5. El padre repartió su herencia entre sus descendientes.
"Y él les repartió la hacienda" (CF. LC. 15, 12B).
Los escribas y fariseos que le oyeron a Jesús la parábola del hijo pródigo,
recibieron una parte mayor de la herencia de Dios que la que recibieron los
pecadores a quienes rechazaban, porque tuvieron el privilegio de ser conocedores
de la voluntad y de la Ley de Yahveh. Dios no amaba más a los escribas y fariseos
que a los pecadores, pero les dio la oportunidad de ayudarlo, a convertir a Él, a sus
hermanos de raza, que eran víctimas de la adversidad.
De alguna manera, los cristianos que tenemos alguna instrucción religiosa, hemos
recibido una parte mayor de la hacienda de dios, que la que han recibido, quienes
lo rechazan, porque no lo conocen, y no quieren que les enseñemos la Palabra de
Dios, porque temen que queramos hacerles desdichados.
Los escribas y fariseos, no utilizaron la parte de la herencia divina que recibieron,
para reunir a sus hermanos de raza, para constituir con ellos, una sola familia.
Oremos para no cometer nosotros también el mismo error, pues los dones divinos
que recibimos, no son exclusivamente para nosotros, pues debemos compartirlos
con quienes deseen recibirlos, en conformidad con las posibilidades que tengamos,
para ayudar al Dios Uno y Trino, a evangelizar a la humanidad.
3-6. El hijo pródigo rompió con su padre.
"Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano,
donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino" (LC. 15, 13).
El hijo menor rompió con su padre y su hermano, juntó todos sus bienes, se
marchó a un país lejano donde su familia no pudiera saber nada de él, -pues no
quería ser controlado-, y despilfarró sus bienes, viviendo como un libertino. Si, -tal
como hemos recordado anteriormente-, los judíos consideraron una insensatez, el
hecho de que el Padre repartiera su fortuna entre sus hijos, ¿cómo consideraron la
conducta del hijo menor, a quien ya despreciaban, porque se atrevió a disponer de
la herencia de su padre como si el mismo hubiera muerto, y se alejó de él,
demostrándole su desprecio?
"Si un hombre tiene un hijo rebelde y díscolo, que no escucha la voz de su padre
ni la voz de su madre, y que, castigado por ellos, no por eso les escucha, su padre
y su madre le agarrarán y le llevarán afuera donde los ancianos de su ciudad, a la
puerta del lugar. Dirán a los ancianos de su ciudad: "Este hijo nuestro es rebelde y
díscolo, y no nos escucha, es un libertino y un borracho." Y todos los hombres de su
ciudad le apedrearán hasta que muera. Así harás desaparecer el mal de en medio
de ti, y todo Israel, al saberlo, temerá" (DT. 21, 18-21).
3-7. El fin de la corta e incompleta felicidad del hijo pródigo.
"Cuando se lo había gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país y
comenzó a pasar necesidad" (LC. 15, 14).
Independientemente de que creamos en Dios, podemos ceder a muchas
tentaciones prometedoras de una felicidad incompleta, la cual, solo se prolonga,
mientras tengamos dinero, para invertirlo en todo tipo de placeres. ¿Qué
importancia tiene el hecho de que, -a modo de ejemplo, porque no consumo
alcohol-, yo tenga la costumbre de embriagarme, si no le hago daño a nadie? ¿Qué
importa si el alcohol me hace daño? Hay que morir padeciendo alguna enfermedad
algún día. Desde el punto de vista de la fe cristiana, ello no es bueno para mí
aunque yo lo use como remedio temporal para olvidar mis problemas, porque, al
ser seguidor de Jesús, no solo tengo el deber de mirar por mí mismo, pues también
tengo la responsabilidad de representar a la denominación cristiana a la que
pertenezco, la cual es la Iglesia Católica. Desgraciadamente, a muchos cristianos
les falta el sentido de pertenencia a sus denominaciones, y por ello no son
responsables, de cómo su forma negativa de proceder, afecta la imagen de las
mismas.
3-8. El tercer error del hijo pródigo.
"Entonces fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a
sus fincas a apacentar puercos" (LC. 15, 15).
El primer error del hijo pródigo, consistió en pedirle la herencia a su padre, a
quien le demostró un gran desprecio. El segundo error de dicho personaje, consistió
en alejarse de su antecesor y de su hermano, para vivir como un libertino. Después
de perder todos sus bienes, el hijo pródigo, con tal de no buscar a su padre, para
decirle que se había arrepentido de querer ser independiente de él, quiso vivir por
sus propios medios, lo cual le condujo a vivir un estrepitoso fracaso como veremos
seguidamente, lo cual nos recuerda que, no podemos decir que somos cristianos, si
no cumplimos la voluntad, de Nuestro Santo Padre.
3-9. El hijo pródigo vivió entre puercos.
"Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pues
nadie le daba nada" (LC. 15, 16).
¿Por qué dijo Jesús que el hijo pródigo fue enviado a apacentar cerdos? Ello
sucedió, porque, los judíos, consideraban que, los puercos, eran animales impuros.
En el Deuteronomio, leemos:
"Tampoco el cerdo, que tiene la pezuña partida y hendida, pero no rumia; lo
tendréis por impuro. No comeréis su carne ni tocaréis su cadáver" (DT. 14, 8).
Imaginemos cómo debió sentirse el hijo pródigo, quien, a pesar de la aversión
que debía tenerles a los cerdos por su convicción religiosa, tuvo que aguantar sus
olores y empujones, tuvo que llevarles la comida, y, por si ello no fuera suficiente,
envidió su posición privilegiada con respecto a la suya, ya que su sueldo era
insignificante, y por ello llegó a envidiar a los animales que apacentaba, porque, al
menos, comían algarrobas todos los días.
3-10. El hijo pródigo entró en sí mismo.
"Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!" (LC. 15, 17).
Si no somos capaces de perdonar una ofensa tan grave como la que el padre de
la parábola que estamos considerando le perdonó a su hijo menor, podemos pensar
que el hijo pródigo pensó en la posibilidad de ser siervo de su antecesor, no porque
lo amaba, sino pensando en tener una vida digna. Tengamos en cuenta que el
padre de la parábola tenía una buena posición social, lo cual se demuestra, porque,
además de ser dueño de una fortuna, tenía jornaleros a su servicio, a los que no les
faltaba el pan. El citado padre, siendo rico, compartía sus bienes, con los que
pertenecían a una clase social, inferior a la suya.
Después de caer en una situación de miseria que quizás no pudo imaginar que
existía, el hijo pródigo pensó que su padre jamás le perdonaría, pero quizás lo
admitiría como siervo. Cuando los católicos nos confesamos por miedo a la
condenación eterna, sentimos un dolor de nuestros pecados, llamado de atrición,
porque no nos duele la maldad con que hemos pecado, sino que tememos por
nuestras almas.
3-11. El examen de conciencia del hijo pródigo.
"Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti" (LC.
15, 18).
El hijo pródigo sabía que Dios estaba más afectado por su pecado, que su padre
carnal. Cuando ofendemos a nuestros prójimos los hombres, también ofendemos al
Dios Uno y Trino, por consiguiente, recordemos las siguientes palabras, que forman
parte de la parábola, del Juicio de las naciones:
"Entonces dirá el rey (Jesús) a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre,
recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era
forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me
visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme."
Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te
dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y
te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y
fuimos a verte?"
Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis"" (MT. 25, 34-40).
3-12. La más dura y gloriosa realidad del hijo pródigo.
"Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros""
(LC. 15, 19).
El hijo pródigo sabía lo que significó para su padre el hecho de que le pidió la
parte de la herencia que le correspondía, así pues, dado que actuó con plena
conciencia, sabía que cometió un grave pecado. A pesar de ello, él descubrió que su
vida no tenía sentido sin su padre, y por ello quiso ser su siervo, con tal de tenerlo
cerca. Ello nos recuerda a los cristianos que nos es imposible alcanzar la plenitud de
la felicidad, si no vivimos, en presencia, de Nuestro Padre celestial.
Esta realidad era dura para el hijo pródigo, porque le suponía reconocer que su
vida carecía de sentido sin su padre, pero al mismo tiempo, era gloriosa, si se ponía
a disposición, de quien podía engrandecerlo, más de lo que podía suponer.
3-13. el hijo pródigo fue a encontrarse con su padre.
"Y, levantándose, partió hacia su padre" (LC. 15, 20A).
Si para los católicos la atrición es el temor de no ser perdonados por Dios ante la
posibilidad de ser condenados eternamente, la contrición, es el rechazo al pecado,
no por miedo a la citada condenación, sino por la conciencia de la maldad de las
obras que se han llevado a cabo, sabiendo que se incumplía la voluntad de dios.
Todos los cristianos hemos pecado, y, al experimentar el perdón divino, hemos
descubierto que Dios nos ama inmensamente. Jesús dijo en cierta ocasión con
respecto a una pecadora pública que le lavó los pies con perfume, y se los enjugó
con sus cabellos:
"Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha
mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra" (LC. 7,
47).
¿Seguirán creyendo muchos de nuestros hermanos que son pecadores indignos
de ser perdonados por dios, después de haber leído LC. 7, 47?
Si cuanto más amamos, más pecados se nos perdonan, amemos a Dios, y
sirvámosle en sus hijos los hombres, y así sentiremos cómo se nos abre la puerta
del cielo.
3-14. el padre miraba el horizonte esperando al hijo pródigo.
"Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su
cuello y le besó efusivamente" (LC. 15, 20B).
Los oyentes de Jesús, debieron quedarse perplejos, cuando, el padre de la
parábola, quien parecía no haber escarmentado al haber perdido parte de su
herencia y a su hijo menor, cuando el mismo apareció a lo lejos, en vez de pensar
en castigarlo, corrió, se echó a su cuello, lo abrazó, y lo besó, efusivamente. Dios
es un Padre que, a pesar de que le fallamos muchas veces, siempre nos perdona y
acoge, aun sabiendo que, con el paso del tiempo, volveremos a traicionarlo. Este
hecho es ilógico para nosotros, si tenemos la costumbre de guardarles rencor a
quienes nos ofenden, pero, como dice San Juan Evangelista en su primera Carta,
"dios es amor (1 JN. 4, 8).
3-15. El padre no dejó que el hijo pródigo le pidiera que lo hiciera siervo suyo.
"el hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado
hijo tuyo"" (LC. 15, 21).
Al padre le bastó con saber que su hijo se había arrepentido de lo que había
hecho, para tener la certeza de haberlo recuperado, sano y salvo. A él le tenían sin
cuidado el dinero que su hijo gastó viviendo como un pecador, las acciones
pecaminosas que pudo llevar a cabo, y el sufrimiento que le costó pasar mucho
tiempo mirando al horizonte, esperando que su hijo menor regresara. Recordemos
que Dios vive esperando el momento en que decidamos convertirnos plenamente a
Él, muy a pesar de nuestra humana imperfección. Los años de nuestra vida que
desperdiciamos sumidos en la contemplación de nuestras dificultades o pecando sin
cesar, no tienen importancia, al compararlos con la dicha que nos aguarda, a partir
del día en que decidamos, vivir en la presencia, de Nuestro Padre común.
3-16. Los siervos de Dios deben estar dispuestos permanentemente a reconciliar
a la humanidad con Nuestro Santo Padre.
"Pero el padre dijo a sus siervos: "Daos prisa" (LC. 15, 22A).
Dado que vivimos según un estilo de vida que nos obliga a hacer muchas cosas
en poco tiempo, podemos caer en la tentación, de incumplir la voluntad, de Nuestro
Padre celestial. Esta es la causa por la que Él nos dice, en cada ocasión, que nos
recuerda que, la gente con la que nos relacionamos, le necesita: "¡Daos prisa!".
Dios quiere salvar a la humanidad del sufrimiento, el pecado y la muerte por
nuestro medio, haciendo lo que no podamos llevar a cabo, por causa de nuestra
imperfección. La parábola del hijo pródigo, debe renovar constantemente el amor y
la ilusión, con que empezamos a trabajar, en la viña del Señor, para que, nuestras
ocupaciones y preocupaciones ordinarias, no atenten contra nuestra fe.
3-17. El nuevo vestido del hijo pródigo.
"Traed el mejor vestido y vestidle" (LC. 15, 22B).
Imaginemos el aspecto con que el hijo pródigo debió presentarse ante su padre.
Después de haber pasado mucho tiempo apacentando cerdos, sin ni siquiera haber
podido alimentarse convenientemente, el citado personaje, debió aparecer ante su
padre, con la ropa rota, y muy sucia. A pesar de ello, el padre abrazó a su hijo, sin
pensar que se le iba a manchar el traje que vestía. Dios se hizo hombre, vivió entre
los pecadores sin marginarlos, afrontó la miseria de la humanidad, y aún está
purificando, a quienes desean ser como El, en conformidad con sus posibilidades
para alcanzar tal fin, mientras concluye la plena instauración, de su Reino, entre
nosotros.
Obviamente, el citado padre, no podía permitir, que su hijo siguiera teniendo el
aspecto, con que se presentó ante él. Esta fue la causa por la que les ordenó a sus
siervos que vistieran a su hijo, no con un traje cualquiera, sino con el mejor
vestido, el que debía ser lucido en las ocasiones más especiales, el que los
cristianos no debiéramos quitarnos jamás, porque es la gracia que recibimos
gratuitamente de Dios, para que podamos ser purificados y santificados, con tal de
que lleguemos a ser dignos, de vivir en su presencia.
3-18. el anillo del hijo pródigo.
"Ponedle un anillo en la mano" (LC. 15, 22C).
El anillo era un objeto de gran valor que representaba la dignidad familiar que el
hijo pródigo recuperó, por deseo expreso de su padre. Dios no perdona nuestras
infidelidades a medias. Si Dios perdona nuestros pecados, también nos concede la
dignidad de hijos suyos. Ahora bien, si Dios nos concede la dignidad de ser sus
hijos, evitemos las ocasiones de defraudarlo, porque nadie nos ama como El.
3-19. Las sandalias del hijo pródigo.
"Y unas sandalias en los pies" (LC. 15, 22D).
Las sandalias indicaban que el recién convertido ya no caminaría jamás descalzo,
sin un rumbo determinado, inseguro, hacia ninguna parte. El hijo pródigo tenía todo
lo necesario para vivir cumpliendo la voluntad de su padre. ¿Qué camino
recorremos ahora que hemos sido calzados por el buen Dios?
3-20. La matanza del novillo cebado.
"Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta" (LC. 15,
23).
El novillo cebado fue criado sin escatimar gastos, para celebrar una fiesta muy
especial. La matanza del novillo cebado, indicaba el júbilo del Padre de familia que,
por haber recuperado al hijo que perdió en el pasado, hizo una gran fiesta, en la
que no solo participaron quienes pertenecían a su clase social, pues también
participaron sus siervos. El padre no se reconcilió con su hijo a escondidas,
aparentando que el mismo nunca se había separado de él, disimulando la
vergüenza, de que su hijo menor, no se dejó educar por él, con tal de no llegar a
cometer, los pecados que caracterizaron, los años de su extravío. El hizo una gran
fiesta, para que todos sus conocidos fueran partícipes, de la buena nueva, que
alegraba su corazón.
3-21. ¿Por qué quiso el padre celebrar una gran fiesta?
"Porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha
sido hallado." Y comenzaron la fiesta" (LC. 15, 24).
Cuando el hijo pródigo le pidió al padre la parte de la hacienda que le
correspondía legalmente, de alguna manera, le dijo que no le importaba que
estuviera vivo, porque no quería ser influenciado por él, ya que quería ser
plenamente independiente. El padre vio cómo se marchaba su hijo de casa, quizás
sin despedirse de él, pensando que le había sucedido lo peor que puede sucederle a
un padre, lo cual es, que se le muera un hijo. Esta es la causa por la que, cuando el
padre vio regresar al hijo pródigo a la distancia, corrió a su encuentro, porque, el
hijo que se le murió, había recuperado la vida, y también estaba llenando de vida,
los años de su ancianidad. El hijo perdido había sido hallado por el padre que lo
esperó durante muchos años, y por ello dicho padre decidió celebrar una gran
fiesta.
Dado que muchos padres e hijos no mantienen buenas relaciones entre sí, la
parábola del hijo pródigo, puede despertarles diversas emociones, a muchos de
ellos. Es necesario que padres e hijos se esfuercen por comprender las posiciones
que los mantienen divididos, y que no se dejen cegar por el orgullo, con tal de
recuperar sus buenas relaciones, o de alentarlas, si nunca han existido.
3-22. La conducta inesperada del hijo mayor.
""Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó
la música y las danzas; y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué era
aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado,
porque le ha recobrado sano." Él se irritó y no quería entrar" (LC. 15, 25-28a).
El hijo mayor regresó del campo y se extrañó al ver que su padre no le había
avisado de que iba a celebrar una fiesta. Cuando este personaje supo que su
antecesor había mandado matar el novillo cebado en honor de su hermano menor,
-el que, a diferencia de él, en vez de luchar denodadamente para enriquecerlo, se
había ido a malgastar su parte de la herencia paterna, y regresó cuando se vio
arruinado quizá para terminar de dilapidar el patrimonio familiar-, sintió la
impotencia de saber que no le había servido de nada su pérdida de tiempo en
desprestigiar a su hermano menor ante su padre, pues temió que su antecesor
prefiriera a su otro hijo antes que a él.
El padre de esta parábola descubrió con gran tristeza, cómo su hijo mayor, -de
quien creía que lo amaba más que a sí mismo-, no lo había servido por amor, sino
pensando en apropiarse de la mayor parte posible de los bienes gananciales de la
familia.
Oremos para que Dios, no descubra con gran tristeza, que los cristianos no lo
servimos por amor a Él y a nuestros prójimos los hombres, sino por asegurarnos
una buena posición en su Reino celestial. Oremos para no ser descubiertos por
Dios, impidiéndoles el acceso a la fe, a quienes tienen una posición social inferior a
la nuestra, porque pensamos que la religión es un privilegio exclusivo, que solo nos
corresponde a nosotros.
Un criado le dijo al hijo mayor: "Tu hermano ha vuelto". Oremos para que,
quienes predicamos el Evangelio, no nos cansemos de recordarles a todos los
creyentes, que, los considerados pecadores irremisibles, también deben ser
amados, y tener oportunidades, para cambiar de conducta, y sentirse hijos de dios,
y que sus cambios de conducta, no deben ser forzados por nosotros, pues
acaecerán, cuando les abran sus corazones, a Nuestro Padre celestial.
Al no querer participar de la alegría de su padre, el hijo mayor, deshonró a su
progenitor, tanto como lo hizo su hermano menor, cuando le pidió su parte de la
herencia, y rompió con su familia. ¡Qué paradójico es el hecho de que se nos
descubra a los creyentes sirviendo a Dios por interés, y no por amor!
3-23. Las súplicas del padre.
"Salió su padre y le rogaba" (LC. 15, 28b).
En vez de permanecer bajo la afección de la terquedad del orgullo, apliquémonos
las palabras de San Pablo:
"Hermanos, si alguno incurre en falta, vosotros, que sois hombres de espíritu,
debéis corregirle con amabilidad. Y manteneos todos sobre aviso, porque nadie está
libre de ser puesto a prueba" (GÁL. 6, 1).
Es muy fácil pensar lo que haríamos nosotros si estuviéramos en la piel de
quienes pasan por determinadas situaciones, pero, si verdaderamente ocupáramos
en la vida el lugar de quienes juzgamos apresuradamente, y sin tener en cuenta las
razones por las que actúan inadecuadamente bajo nuestro punto de vista, quizá
haríamos las mismas cosas que los tales hacen, o quizá actuaríamos peor que lo
hacen ellos. Precisamente, -dado que todos somos humanos imperfectos-, debemos
tratarnos con amor y comprensión, porque estamos expuestos a cometer errores, e
incluso a pecar deliberadamente.
Por increíble que parezca esto, si tenemos en cuenta que Jesús nos pide en los
Evangelios que amemos y amparemos a los menesterosos, existen denominaciones
cristianas exclusivas de ricos, los cuales tienen prohibido socorrer a los necesitados
porque los consideran pecadores, e incluso, si alguno de ellos se empobrece, le
expulsan de sus iglesias o congregaciones, haciéndoles creer a sus adeptos que
pecó gravemente, con tal de que no le presten ninguna ayuda.
3-24. La cerrazón mental del hijo mayor.
"Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de
cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta
con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda
con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" (LC. 15, 29-30).
Se ha dicho anteriormente que muchos de nuestros hermanos cristianos, -tanto
católicos como no católicos-, creen que son merecedores de la salvación, no porque
el amor de Dios les ha alcanzado ese premio por mediación de la muerte y
Resurrección del Mesías, sino porque cumplen escrupulosamente los mandamientos
de sus respectivas denominaciones, al modo que muchos judíos cumplían la Ley de
Moisés en el tiempo de Jesús.
De la misma manera que el hijo mayor de la parábola que estamos considerando
se enfadó con su padre al constatar que su hermano no se había preocupado por
obtener méritos que lo hicieran digno de la salvación de su alma, los citados
hermanos cristianos, pueden tener dificultades para comprender por qué Dios
salvará, -cuando lo estime oportuno-, no sólo a quienes no viven bajo la óptica de
ellos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que desconocen
totalmente nuestra fe universal.
El hermano mayor se quejó de que su padre no le había dado ni siquiera un
cabrito para hacer una fiesta con sus amigos, recordándole a su antecesor que lo
había obligado a trabajar afanosamente, recalcando así la exclusividad de su
merecimiento de ser tratado como único hijo del hacendado.
De la misma manera que el citado personaje no tuvo permiso para hacer una
fiesta con sus amigos, nuestro Padre común es muy exigente con quienes
libremente hacemos su voluntad, así pues, nos pide que no faltemos a la
celebración de la Eucaristía dominical, que leamos su Palabra contenida en la Biblia,
que meditemos los documentos de la Iglesia, que contribuyamos a la extinción del
sufrimiento del mundo... Hay tantas cosas que deben hacerse urgentemente en la
viña del Señor, que nuestro Padre celestial, no nos da tregua para que
descansemos. Sin embargo, si nos volvemos demasiado ociosos, perderemos la fe,
y se debilitarán nuestros valores humanos.
¿Entendemos por qué Dios es tan exigente con sus hijos?
¿Entendemos que las exigencias divinas, más que beneficiar a nuestro Padre
común, nos benefician a nosotros, para que crezcamos espiritualmente?
El hijo mayor, llamó a su hermano, en presencia del padre, "ese hijo tuyo",
demostrándole a su antecesor, que lo odiaba. Oremos y esforcémonos para no
despreciar a nadie, ni por su posición social, ni por la conducta que observe.
3-25. Todo lo mío es tuyo.
"Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero
convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y
ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado" (LC. 15, 31-32).
Independientemente de que en alguna ocasión nos hayamos sentido como hijos
pródigos de Dios, no ocupemos la posición del hermano mayor de la parábola. Si
somos creyentes, abrámonos a los creyentes no practicantes, a los practicantes que
no sirven a Dios por amor, sino por egoísmo, y a quienes pertenecen a otras
denominaciones cristianas, o no son creyentes. Dios quiere ser Padre de toda la
humanidad, y nosotros vamos a ayudarle, a tener una gran familia. Que así sea.
3-26. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-27. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en LC. 15, 1-3. 11-32 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Quiénes eran los publicanos?
¿Por qué eran odiados los cobradores de impuestos imperiales por sus hermanos
de raza?
¿Por qué no marginaba Jesús a los pecadores?
3-2.
¿Cuál era la actitud de los escribas y fariseos ante quienes sufrían por cualquier
causa?
¿Por qué eran las comidas encuentros comunitarios muy importantes para los
judíos?
3-3.
¿Por qué les narró Jesús a sus adversarios la parábola del hijo pródigo?
Si según Jesús se nos concede la dignidad de ser hijos de dios porque tenemos fe
en El, ¿qué necesidad tenemos de cumplir los Mandamientos bíblicos y las normas
de las denominaciones a que pertenecemos?
¿Qué diferencia observamos entre muchos padres de nuestro tiempo y los padres
que vivieron en el tiempo de Jesús?
3-4.
¿Qué entendió el padre de la parábola cuando el hijo pródigo le pidió la parte de
su hacienda que le correspondía legalmente?
¿Por qué muchos cristianos se niegan a cumplir las normas características de las
denominaciones a que pertenecen?
3-5.
¿Por qué siente recelo mucha gente cuando se le intenta aconsejar desde la
óptica del Cristianismo para que resuelva sus problemas o sobreviva a los mismos
con el menor sufrimiento posible?
¿En qué sentido hemos recibido el doble de la herencia divina quienes tenemos
algún conocimiento de la Biblia que quienes desconocen a Nuestro Padre común?
¿Qué debemos hacer con los dones divinos que hemos recibido del Espíritu
Santo?
3-6.
¿Por qué se marchó el hijo pródigo de la casa de su padre?
¿Qué hizo el citado personaje con los bienes que heredó de su progenitor?
¿Qué debían hacer los padres judíos con aquellos de sus hijos que desobedecían
sus órdenes y se embriagaban constantemente?
3-7.
¿Crees que podemos encontrar la felicidad plena ignorando a Dios? ¿Por qué?
¿Por qué nuestra forma de proceder afecta a la Iglesia a que pertenecemos?
3-8.
¿Sabes cuáles fueron los tres grandes errores que cometió el hijo pródigo?
¿Por qué cometió el hijo pródigo el error de buscar trabajo sin recurrir a su
padre?
¿Por qué no podemos decir que somos cristianos, si no cumplimos la voluntad de
dios?
3-9.
¿Por qué dijo Jesús que el hijo pródigo fue enviado a apacentar cerdos?
¿Por qué llegó el hijo pródigo a envidiar a los cerdos que apacentó?
3-10.
¿Has entrado alguna vez en ti mismo/a?
¿Por qué pensó el hijo pródigo en la posibilidad de ser un jornalero de su padre?
¿Qué es para los católicos el dolor de atrición?
3-11.
¿Por qué se siente Dios ofendido cuando pecamos contra sus hijos los hombres?
3-12.
¿Somos conscientes de que hemos pecado?
¿En qué sentido quiere llegar Dios a darle sentido a nuestra vida?
¿Por qué era dura y gloriosa al mismo tiempo la humillación del hijo pródigo?
3-13.
¿Qué diferencia hay entre el dolor de atrición y el dolor de contrición?
¿Creemos que, cuanto más amamos a Dios, más pecados nos han sido
perdonados?
¿Seguirán creyendo muchos de nuestros hermanos que son pecadores indignos
de ser perdonados por dios, después de haber leído LC. 7, 47?
3-14.
¿Por qué corrió el padre al encuentro de su hijo menor, y lo acogió sin pensar en
castigarlo?
3-15.
¿Por qué no esperó el padre a que su hijo le dijera que quería ser su siervo, antes
de empezar a organizar la celebración del retorno del hijo pródigo?
3-16.
¿Por qué podemos caer en la tentación de hacer muchas cosas, y de incumplir la
voluntad de dios?
¿Por qué Dios nos pide que nos demos prisa a la hora de servirlo?
¿Qué debemos hacer para que nuestras ocupaciones y preocupaciones ordinarias
no atenten contra la fe que nos caracteriza?
3-17.
¿Cuál es el traje especial que siempre debemos vestir los cristianos?
3-18.
¿Cuál es el significado del anillo que le fue dado al hijo pródigo?
¿Por qué debemos esforzarnos en no defraudar a Dios?
3-19.
¿Cuál es el significado de las sandalias con que fue calzado el hijo pródigo?
3-20.
¿Por qué fue criado el novillo que mandó sacrificar el padre para hacer
celebraciones especiales sin escatimar gastos?
¿Por qué mandó sacrificar el padre el novillo cebado?
3-21.
¿Por qué quiso el padre celebrar una gran fiesta?
¿En qué sentido resucitó el hijo pródigo de entre los muertos, y fue hallado por su
padre, cuando estaba perdido?
3-22.
¿Trabajó el hijo mayor afanosamente para aumentar el patrimonio de su padre, o
para asegurarse una buena cantidad de bienes, cuando acaeciera el fallecimiento de
su progenitor?
¿Por qué pensó el hijo mayor que su hermano retornó a la casa de su padre?
¿Qué triste descubrimiento hizo el padre con respecto a su hijo mayor?
¿Por qué deben tener oportunidades de ser amados y de convertirse a Dios todos
los pecadores?
¿Por qué deshonró el hijo mayor a su padre, tanto como lo hizo en el pasado el
hijo pródigo?
3-23.
¿Sentimos que Dios nos llama a socorrerlo en quienes sufren por cualquier
causa?
¿Pensamos que somos superiores a quienes consideramos pecadores
irremisibles?
¿Por qué nos conviene evitar juzgar temerariamente a nadie?
¿Por qué existen denominaciones cristianas que consideran pecadores a los
pobres?
3-24.
¿Tenía el hijo mayor la certeza de que su hermano había gastado el dinero que
heredó de su padre en prostitutas?
¿Nos salvaremos porque tenemos fe en Dios, o por cumplir los mandatos bíblicos
y de nuestras iglesias o congregaciones?
¿Crees que Dios salvará a quienes, si lo hubieran conocido, lo hubieran aceptado
como Padre?
¿En qué sentido nos pide Dios que nos afanemos para ser buenos cristianos, tal
como lo hacemos, a la hora de realizar las actividades que caracterizan nuestra
vida?
¿Entendemos por qué Dios es exigente con sus hijos?
¿Entendemos que las exigencias divinas, más que beneficiar a nuestro Padre
común, nos benefician a nosotros, para que crezcamos espiritualmente?
3-25.
¿Con cuál de los personajes que aparecen en la parábola del hijo pródigo
debemos identificarnos?
5. Lectura relacionada.
Lee los capítulos 15-17 del Evangelio de San Lucas lentamente, para comprender
mejor lo que debemos hacer, como buenos cristianos.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús predicándoles el Evangelio a los marginados de nuestro
tiempo, entre los que nos encontramos nosotros, quizás no porque somos pobres
como ellos, pero compartimos su dignidad, porque nuestra grandeza es pequeña,
en comparación con lo que llegaremos a ser, si nos confiamos a Nuestro Santo
Padre.
Contemplemos a quienes quieren comprar la salvación por medio de sus prácticas
religiosas, rechazando a quienes más necesitan encontrarse con Dios, aunque, el
comportamiento de algunos de los tales, parece demostrar justo lo contrario, a esta
realidad, que afecta a toda la humanidad.
Contemplemos al padre de la parábola sufriendo, porque su hijo menor se separó
de él, llevándose la parte de su herencia, que le correspondía legalmente. ¿Hemos
saboreado traiciones y desengaños?
Contemplemos al hijo pródigo intentando sobreponerse a su gran fracaso, y
disponiéndose a fracasar nuevamente, con tal de no reconocer ante su padre, que
cometió un grave error, al separarse de él.
Imaginemos cómo se sentirían nuestros hermanos cristianos que no comen
sangre si se les obligara a transgredir el citado precepto, e imaginemos al hijo
pródigo sucio entre los cerdos, y envidiando la posición de tales animales, los
cuales podían comer diariamente, lo cual le estaba prohibido.
Contemplemos al hijo pródigo reflexionando sobre su situación, y utilicemos tal
hecho, para hacer nuestro examen de conciencia para confesarnos, antes de
celebrar la Semana Santa.
Contemplemos al padre abrazando y besando efusivamente a su hijo, y
colmándolo de dones. ¿Hemos sentido cómo Dios nos ha acogido después de
perdonarnos nuestros pecados?
Contemplemos al hijo mayor, sin querer participar del gozo de su padre,
reclamando para sí el derecho de ser el único hijo de su progenitor.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 15, 1-3. 11-32.
Recemos lentamente un Padre nuestro por los pecadores y marginados de este
mundo, pensando que Dios quiere ser el padre de toda la humanidad, sin hacer
distinciones marginales.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Dios y Padre bueno: No quiero independizarme de ti imitando la conducta del hijo
pródigo de la parábola de Jesús, ni quiero marginar a nadie, tal como lo hacía el
hijo mayor. Dame un corazón como el tuyo, para que me sienta hermano de la
humanidad, sin ceder a la tentación, de hacer distinciones marginales.
9. Oración final.
Lee los Salmos 51 y 61.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa, la Biblia de
Jerusalén versionada el año 1976, la biblia Reina Valera versionada el año 1960, y
la meditación que escribí, para la Vigilia pascual, del año 2010.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com