IV semana de Cuaresma
Lunes
Las lágrimas se volverán alegría, porque el Señor si tenemos fe hace
maravillas, con su Palabra hace nuevas todas las cosas
“Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. Él mismo había
declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero
cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que
había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto,
habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había
convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía a su hijo
enfermo en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se
encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo
moribundo. Jesús le dijo: "Si no veis signos y prodigios, no creéis". El
funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve
a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que
Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al
encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a
qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la
fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que
Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea”
(Juan 4,43-54).
1. Las lecturas cambian de orientación. Hasta ahora leíamos según
una unidad temática, unas líneas-fuerza, con los tres evangelistas
sinópticos y pasajes del Antiguo Testamento correspondientes. Ahora
comenzamos hasta Pentecostés la lectura semicontinuada de San Juan.
Nuestro camino de conversión hace ahora el camino de Jesús, con la
creciente oposición de sus adversarios, que acabarán llevándole a la cruz.
En el evangelio de hoy, Jesús cura a un niño que estaba a punto de
morir. Un funcionario le pidió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera".
"Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra
que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le
salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les
preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se
le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en
que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su
familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a
Galilea. Lo mejor están siempre por llegar, el porvenir de la humanidad es
"el gozo y la alegría". Tú lo has dicho. Enfermedades, pruebas, pecados...
todo esto se acabará un día. El porvenir no está cerrado. ¡La creación de
Dios triunfará! ¡Y que yo, contigo, trabaje en ella! Pero, da también, Señor,
a todos los afligidos, ese consuelo. Que todos los que sufren sean
reconfortados por la esperanza cierta de esa promesa de felicidad. Hiciste al
hombre para la felicidad: ¡creo en la resurrección de la carne y en la vida
perdurable! (Noel Quesson).
“En este momento de mi propia vida, ¿qué "signos y prodigios" estoy
tentado, humanamente, de pedir a Dios? Y es muy natural; y quizás hay
que pedirlos... Pero, pensando siempre en la invitación de Jesús, que quiere
purificar nuestra Fe.
-Vete, tu hijo vive. Creyó el hombre en la palabra que le dijo Jesús y
se fue... San Juan subraya que el hombre creyó en la palabra, sin poderla
verificar... Se fue. No tenía ninguna prueba. Tenía solamente "la Palabra" de
Jesús. Ante todas tus promesas, Señor, nos encontramos en la misma
situación. Ante tu promesa esencial: la vida eterna, la redención total y
definitiva, la victoria del amor, la supresión de todo llanto y de todo
sufrimiento, la resurrección, la vida dichosa junto a Dios en la claridad...
ante toda esta promesa ¡hay que creer en tu palabra! En la Fe, en el salto
de la Fe, en la confianza ilimitada de la Fe. "A quién iremos, Señor, Tú
tienes palabras de vida eterna".
-“Reflexion￳ el padre, que le dej￳ la calentura a la hora misma que
Jesús le dijo: "Tu hijo está bueno"; y así creyó él y toda su familia. Este fue
el segundo milagro”. Este hijo curado entre tantos otros que no lo serán...
hay tan pocos milagros... éste no es sino el segundo- atestigua que el Reino
de Dios ha empezado. Dios, creador de los cielos nuevos, una tierra nueva y
una humanidad nueva, una vida sin muerte, está actuando. Desde ahora,
Señor, quiero creer. Fuerte en esta Fe, ¿cómo puedo cooperar a esta obra
de Dios? ¿Cuál será mi forma de luchar contra el mal... y para la vida?”
(Noel Quesson).
Signo mesiánico. Beneficio anunciado por Dios para «el final de los
tiempos». Victoria de Dios sobre el mal. Realización de la profecía de Isaías.
Otra cosa muy bonita es que Jesús no se excusó porque no estaba en
Cafarnaúm, sino que obró el milagro. También nosotros podemos ayudar a
distancia, como Jesús, con nuestra generosidad; al Tercer Mundo
colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades
católicas que están allí trabajando; con los necesitados de nuestro pueblo o
ciudad con instituciones como Cáritas. El Señor puede hacer milagros,
también con nuestra ayuda: «Quien tiene caridad en su corazón, siempre
encuentra alguna cosa para darᄏ” (san Agustín). Es preciso compatibilizar
nuestra misión concreta, lo que nos toca, con la misión solidaria, ser parte
de ese “todo” que somos “todos”.
Es preciso compatibilizar nuestra misión concreta, lo que nos toca,
con la misi￳n solidaria, ser parte de ese “todo” que somos “todos”,
preocuparnos por ayudar a los que están lejos y tienen necesidad. Y pedir
con la fe de este hombre, como la Madre Teresa de Calcuta contaba que se
abandonaba en la providencia divina y encontraba visados en lugares
comunistas como en 1980 en Berlín Oriental, gracias a la Virgen.
2. Dice Dios en el libro de Isaías: “Sí, yo voy a crear un cielo nuevo y
una tierra nueva”. En la película “La Pasi￳n” Jesús consuela a la Virgen
diciéndole que en ese momento, con su sufrimiento, hace nuevas todas las
cosas. “No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la memoria, sino
que se regocijarán y se alegrarán para siempre por lo que yo voy a crear:
porque voy a crear a Jerusalén para la alegría y a su pueblo para el gozo”.
Jesús ha comenzado ya la nueva creación, los «cielos nuevos y la tierra
nueva»; tal comienzo no se detendrá. La historia humana sigue dominada,
en gran parte, por el pecado, la corrupción y la muerte; pero algo va
cambiando.
“Jerusalén será mi alegría, yo estaré gozoso a causa de mi pueblo, y
nunca más se escucharán en ella ni llantos ni alaridos. Ya no habrá allí niños
que vivan pocos días ni ancianos que no completen sus años, porque el más
joven morirá a los cien años y al que no llegue a esa edad se lo tendrá por
maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus
frutos.” Con la muerte y resurrección de Jesús, lo anunciado aquí es
realidad, como una vuelta al paraíso inicial: Dios quiere que el hombre y la
sociedad vuelvan al estado primero de felicidad, equilibrio y armonía. Como
en el Adviento. “La vuelta del destierro de Babilonia -que es lo que anuncia
el profeta- se describe con tonos poéticos, un poco idílicos, de nueva
creación en todos los sentidos: todo será alegría, fertilidad en los campos y
felicidad en las personas” (J. Aldazábal): la convivencia del lobo y del
cordero significa que el odio y la hostilidad deben dar paso al amor; la
injusticia, al derecho. De hecho, los «cielos nuevos y la tierra nueva»
consisten en una nueva relación con Dios y en una nueva justicia con los
hombres. Esta existencia ha sido diseñada por el mismo Jesús. Quien sigue
sus pasos es una nueva criatura: «El que está en Cristo es una nueva
criatura; lo viejo ha pasado; mirad, existe algo nuevo» (2Cor 5,17).
Significa el fin de la dependencia de poderes mágicos. Dios es autor de esta
creación, y Jesús Señor de la historia. El profeta anuncia como una vuelta al
paraíso inicial: ya nos gustaría, pero no podemos ser hyppies, la cosa no
funciona, el estado primero de felicidad, equilibrio y armonía es más un
paraíso interior, que nos lleva al cielo que anhelamos, y en la medida que
podamos sembrar ese amor “porque el Reino de Dios está en medio de
vosotros”. Dolor y alegría, penitencia y expansi￳n, esperanza y
resurrección...: «Si tenemos fija la mirada en las cosas de la eternidad, y
estamos persuadidos de que todo lo de este mundo pasa y termina,
viviremos siempre contentos y permaneceremos inquebrantables en nuestro
entusiasmo hasta el fin. Ni nos abatirá el infortunio, ni nos llenará de
soberbia la prosperidad, porque consideraremos ambas cosas como caducas
y transitorias» (Casiano). «Entonces será la alegría plena y perfecta,
entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche
de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también
ahora, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos
alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza que
ha de convertirse luego en posesión» (san Agustín).
3. Rezamos en el salmo: “Yo te glorifico, Se￱or, porque tú me
libraste… Tú, Se￱or, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando
estaba entre los que bajan al sepulcro.De este modo, al descenso «a la
fosa» se le opone la salida «del abismo»; a su «cólera» que «dura un
instante» le sustituye «su bondad de por vida»; al «lloro» del atardecer le
sigue el «júbilo» de la mañana; al «luto» le sigue la «danza», al «sayal»
luctuoso el «vestido de fiesta».
“Canten al Se￱or, sus fieles; den gracias a su santo Nombre… si por
la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría". Es un
canto a alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro que ha quedado
atrás es grave y todavía provoca escalofríos; el recuerdo del sufrimiento
pasado es todavía claro y vivo; hace muy poco tiempo que se ha enjugado
el llanto de los ojos. Pero ya ha salido la aurora del nuevo día; a la muerte
le ha seguido la perspectiva de la vida que continúa”.
“Escucha, Se￱or, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Se￱or". Tú
convertiste mi lamento en júbilo, me quitaste el luto y me vestiste de fiesta,
para que mi corazón te cante sin cesar. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias
eternamente!” La aspiraci￳n a la victoria se ha mantenido siempre a pesar
de todo y se convirtió al final en una esperanza de resurrección. Es la
satisfacción de que esta aspiración poderosa ha sido plenamente asegurada
con la resurrección de Cristo, por la que nunca daremos suficientemente
gracias a Dios”. A través de la revelaci￳n (libro de Daniel y Macabeos, Job y
sapienciales, de forma más directa) se va preparando la esperanza cristiana
y de redención.
Llucià Pou Sabaté