EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Juan 4,43-54.
Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea.
El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo.
Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que
había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a
la fiesta.
Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí
un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún.
Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a
verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo.
Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen".
El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera".
"Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que
Jesús le había dicho y se puso en camino.
Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y leanunciaron que su
hijo vivía.
El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le
fue la fiebre", le respondieron.
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive".
Y entonces creyó él y toda su familia.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
Comentario del Evangelio por:
San Anastasio de Antioquía (c - 599), monje después patriarca de
Antioquía
Homilía 5, sobre la Resurrección de Cristo, 6-9; PG 89, 1358-1362 (trad.
breviario, difuntos)
“Tu hijo está vivo”
“Para esto muri￳ y resucit￳ Cristo: para ser Se￱or de vivos y muerto” (Rm 14,9).
Pero, no obstante, Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos” (Lc 20,38). Los
muertos, por tanto, que tienen como Señor al que volvió a la vida, ya no están
muertos, sino que viven, y la vida los penetra hasta tal punto que viven sin temer
ya a la muerte. Como Cristo que, “una vez resucitado de entre los muertos, ya no
muere más”, (Rm 6,9), así ellos también, liberados de la corrupci￳n, no conocerán
ya la muerte y participarán de la resurrección de Cristo, como Cristo participo de
nuestra muerte. Cristo, en efecto, no descendi￳ a la tierra sino “para destrozar las
puertas de bronce y quebrar los cerrojos de hierro” (Sal. 106,16), que, desde
antiguo, aprisionaban al hombre, y para librar nuestras vidas de la corrupción y
atraernos hacia él, trasladándonos de la esclavitud a la libertad.
Si este plan de salvación no lo contemplamos aún totalmente realizado —pues
los hombres continúan muriendo, y sus cuerpos continúan corrompiéndose en los
sepulcros—, que nadie vea en ello un obstáculo para la fe. Que piense más bien
cómo hemos recibido ya las primicias de los bienes que hemos mencionado y cómo
poseemos ya la prenda de nuestra ascensión a lo más alto de los cielos, pues
estamos ya sentados en el trono de Dios, junto con aquel que, como afirma san
Pablo, nos ha llevado consigo a las alturas; escuchad, si no, lo que dice el Apóstol:
“Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él”. (Ef. 2,6)
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