IV Semana de Cuaresma
Viernes
Jesús va a Jerusalén y le matarán, cuando llegue su hora; es signo de
contradicción, y también los cristianos sufrirán por la verdad. Buscamos el
rostro de Jesús.
Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por
Judea porque los judíos intentaban matarlo. Se acercaba la fiesta
judía de las Tiendas. Sin embargo, cuando sus hermanos subieron
para la fiesta, también Él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían
matar? ¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada!
¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el
Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio,
cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es". Entonces Jesús,
que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así que ustedes me conocen
y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia
cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo
conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de Él y es Él el que me
envió". Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos
sobre Él, porque todavía no había llegado su hora (Juan 7,1-
2.10.25-30).
1. En la fiesta de las Tiendas o Tabernáculos, la fiesta del final de la
cosecha, muy concurrida en Jerusalén, que duraba ocho días, vemos a
Jesús que sufre. Se presenta como igual a Dios. A su alrededor, sólo se
habla de matarle. Y Tú, Señor, sólo hablas de este amor que te colma.
Francisco de Asís se paseaba por las calles quejumbroso: "el amor no es
amado... el amor no es amado... el amor no es amado..." Ayúdanos, Señor,
a vivir como Tú, en la intimidad del Padre. Da a todos los que sufren esa
paz que era la tuya. Otorga a todos los que sienten la soledad, la gracia de
ser reconfortados por la presencia del Padre.
-“ Buscaban, pues, prenderle..., pero nadie le ponía las manos,
porque aún no había llegado su hora ”. El complot se va estrechando. La
Pasión se acerca. ¡Es "tu hora"! Sin ningún miedo, ciertamente. Todo
sucederá según los insondables designios del Padre, a la hora por Él fijada
desde toda la eternidad. Tener plena y total confianza en Dios. Ponerse en
sus manos, es el secreto de la paz (Noel Quesson).
¿Cómo era el rostro de Jesús? Fra Angélico decía: “quien quiera
pintar a Cristo sólo tiene un procedimiento: vivir con Cristo”. Es lo que hizo
S. Juan, de cuyo ambiente nacen estas palabras que leemos en su
Evangelio. Hay muchas leyendas, desde san Lucas pintor, la Verónica, y
otras por el estilo, que nos hablan de la santa Faz, cuya reliquia más
importante es la de Turín. Pero también es cierto que “Cristo graba su
rostro en el alma de aquellos que le buscan y le aman” (Fray Justo Pérez de
Urbel). San Policarpo, uno de los primeros Padres, discípulo de san Juan, ya
nos dice: “la imagen carnal de Jesús nos es desconocida”. Y san Agustín, en
el siglo IV: “ignoramos por completo cómo era su rostro”. Se puede decir
que los iconos bizantinos, de gran belleza en mostrar un hombre de
armonía y equilibrio perfectos, de paz y bondad, es imagen que coincide con
la sábana santa de Turín (una persona alta, de 1.75-1.80 metros, unos 75-
80 kilos, etc.). La reciente película de "El hombre que hacía milagros", de
plastilina, lograba caracterizar a Jesús muy bien, pues cuando le ponemos
un rostro no nos resulta cómodo. Nos es velado el rostro de Jesús, y la
búsqueda no puede cesar, pues no tenemos retrato de la figura más
influyente es Jesús de Nazaret. Juan Pablo II nos invitaba a fijar la mirada
en el rostro de Cristo crucificado y hacer de su Evangelio la regla cotidiana
de vida. Hay una cierta "experiencia de Dios", un "laboratorio" en el que
descubrimos, aun dentro del ambiente secularizado que nos rodea, el rostro
de Jesús. Sólo podemos saber cómo era Jesucristo por lo que nos dicen los
Evangelios. Para muchos los libros santos son en esto muy parcos. Por el
contrario, hay en ellos mucho más sobre la realidad humana de Nuestro
Salvador de cuanto parece a primera vista. Y cuanto nos dicen los Sacros
Biógrafos nos trazan una figura que para unos causa sorpresa, para otros
fascinación y para todos admiración y, en cierto sentido, desconcierto.
Por los relatos evangélicos podemos vislumbrar que Jesús tenía una
constitución física singularmente perfecta. La incesante actividad durante su
vida pública, sus incontables privaciones, su predicación de todos los días,
los períodos enteros que pasaba sin reposo, etc., exigían un gasto
considerable de fuerzas físicas y, por lo tanto, un cuerpo sano y robusto.
Nunca dan a entender, ni siquiera permiten sospechar, sus evangelistas que
padeciera enfermedad alguna. Sin embargo, sí afirman que conoció el
hambre, la sed, la necesidad del sueño, la fatiga tras el largo caminar,
estuvo sujeto a la muerte y su vista anticipada le causó viva repugnancia.
En noticias incidentales, los evangelistas nos recuerdan algunas de
sus actitudes y gestos. Nos dicen que a veces hablaba a las muchedumbres
de pie, otras sentado y a veces –cuando comía– se reclinaba en un diván,
según costumbre de entonces. Solía rezar de rodillas o postrado totalmente
en tierra. Los gestos más frecuentemente descritos por los evangelistas son
los de sus manos, que parten los panes para distribuirlos, que toman el
cáliz consagrado y lo pasan a sus discípulos, que abrazan y bendicen a los
pequeñuelos, que toca a los enfermos (incluso a los leprosos) para curarlos,
que alza a los muertos, que azota a los vendedores del Templo y vuelca las
mesas de los cambistas de monedas, que lava los pies de los apóstoles A
veces nos hablan de los movimientos de todo su cuerpo, como cuando se
inclina a levantar a Pedro que se hunde en las aguas, cuando se agacha a
escribir con su dedo en el suelo frente a los acusadores de la mujer
adúltera, cuando vuelve la espalda a alguno de sus interlocutores para
demostrar su descontento. El más conmovedor de todos es el que hace en
la cruz, cuando, inclinando su cabeza expiró.
Los evangelistas también nos han guardado algunos gestos de los
ojos de Jesús que exteriorizaban sus sentimientos íntimos. A Pedro, cuando
lo vio por vez primera, lo miró de hito en hito, es decir, fijó su vista en él
como para leer hasta el fondo de su alma; más profundamente lo miró la
noche de un jueves para mover su corazón después de sus negaciones. Con
particular ternura miró al joven rico. A veces gustaba mirar a sus
seguidores con la mirada que usan los grandes oradores al comenzar a
predicar, como abarcando todo el auditorio. En sus ojos no sólo brillaba la
dulzura, sino también en oportunidades podía verse el resplandor de una
santa cólera. Con ellos lloró sobre Jerusalén y también miró con tristeza por
última vez los atrios del Templo antes de partir para su muerte.
¿Cómo era su voz? Siervo de Dios, no grita, sino que era firme y
severa su voz cuando tenía que dirigir un reproche o dar una orden cuyo
cumplimiento exigía con especial empeño. Terrible para pronunciar un
anatema; alegre o triste o tierna según las muchas circunstancias de su
vida.
Su aspecto y apariencia externa no lo conocemos, pero podemos
pensar acertadamente que tendría el “tipo” de su pueblo. Santo Tomás
comentando el Salmo 44 dice simplemente: “tuvo en sumo grado aquella
belleza que correspondía a su estado, la reverencia y la gracia del aspecto;
de tal modo que lo divino irradiaba de su rostro”. Unamuno lo describe
cifrándolo en dos versos: “Tu cuerpo de hombre con blancura de hostia /
para los hombres es el evangelio” (Miguel Ángel Fuentes).
2. Los que quieren ser santos resultan incómodos en medio de una sociedad
no creyente, y por tanto hay que eliminarlos. « Nos resulta incómodo, se
opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados... es
un reproche para nuestras ideas... lleva una vida distinta de los
demás ». La decisión es: « lo condenaremos a muerte ignominiosa ».
Las fuerzas del mal, encarnadas en los impíos, quieren ahogar la fuerza de
Dios que se manifiesta en la vida de los justos; es lo que les pasaba cuando
se escribió ese libro, que los judíos fieles de Alejandría son perseguidos y
despreciados por los judíos renegados y por los paganos, pero tiene un
sentido profético y es que todo esto habla de Cristo: se anuncia su pasión
(Misa dominical). El Mesías rodeado de odio..., acorralado. Dirán: " Si eres
hijo de Dios... baja de la cruz". «¡Deja! Veamos si Elías viene a
salvarle. » No puedo meditar sobre esto quedándome «ajeno» (Noel
Quesson). Hemos de implicarnos en hacer ese camino de cuaresma, como
recordaba san Agustín: "Si dices "ya basta", estás perdido. Aumenta
siempre, progresa siempre, avanza siempre, no te pares en el camino, no
vuelvas atrás, no te desvíes..." aunque nos digan lo que van contra el justo:
“porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en
cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la
enseñanza recibida. Él se gloría de poseer el conocimiento de Dios y se
llama a sí mismo hijo del Señor. Es un vivo reproche contra nuestra manera
de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable, porque lleva una
vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes. Nos considera
como algo viciado y se aparta de nuestros caminos como de las
inmundicias. Él proclama dichosa la suerte final de los justos y se jacta de
tener por padre a Dios”.
3. Dios, como repite el salmo, « está cerca de los atribulados... el
Señor se enfrenta con los malhechores... aunque el justo sufra
muchos males, de todos lo libra el Señor ». Nos mueve a confiar en
Dios. Confiar en Él aun en los momentos más difíciles: “ Cuando ellos
claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. El
Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. El
justo padece muchos males, pero el Señor lo libra de ellos. Él cuida
todos sus huesos, no se quebrará ni uno solo ”. Cuando Jesús sufra la
Cruz, se cumplirá este salmo: no se romperán sus huesos como a los
ladrones, sino que una lanza traspasará su pecho, cuando su alma ya
estaba salvando los que le esperaban en el limbo de los justos.
Llucià Pou Sabaté