V Domingo de Cuaresma, Ciclo C
“Miren que realizo algo nuevo”
Estas palabras del profeta Isaías podrían constituir uno de los titulares típicos de
esta semana para describir lo que ha sucedido en la Iglesia y en el mundo con la
elección de Francisco como sucesor de Pedro en la sede de Roma. El Espíritu Santo
ha realizado algo nuevo y sorprendente. Un cardenal argentino, hijo de emigrantes
italianos, de formación religiosa jesuita, buscado por el cónclave casi en el fin del
mundo, ha propiciado la gran sorpresa y ha roto casi todos los pronósticos de los
analistas. No menos sorprendente ha resultado el nombre con el que el cardenal
Bergoglio desempeñará su misión eclesial en el ministerio petrino: Francisco. Éste
es un nombre novedoso en el listado de papas y muy sugerente, pues nos remite a
la gran figura de San Francisco de Asís, cuya gran tarea fue la renovación de la
Iglesia desde el espíritu de fraternidad con todas las personas y con toda criatura y
desde una opción radical por los pobres de la tierra como seguramente ningún otro
santo ha podido encarnar. Tal vez éstas, la fraternidad y la opción por los pobres,
sean las dos claves que el papa Francisco quiere darnos en su nombre para
indicarnos su orientación al frente de la Iglesia que debe presidir y confirmar en la
caridad a todas las iglesias, anunciando así las líneas maestras de la nueva
evangelización de nuestro mundo. Sus primeras palabras y gestos de saludo
también confirmaban estas claves. Su actitud de sencillez y humildad, su espíritu
de oración y la impresionante inclinación de su cabeza ante su pueblo implorando
una oración silenciosa por él para que Dios lo bendijera, antes de impartir su
primera bendición papal, son signos de que algo nuevo está brotando con
Francisco.
Nos encontramos ya en el quinto domingo del itinerario cuaresmal hacia la Pascua y
la Iglesia vuelve a ofrecer desde las lecturas bíblicas un mensaje radicalmente
nuevo respecto al Dios que Jesús nos presenta. Es el Dios que, por amor al ser
humano, concede gratuitamente la salvación, y lo hace de forma incondicional. Es
un Dios que desborda la imaginación y los sentimientos humanos al acoger a los
oprimidos y pecadores, a los marginados y condenados. En el tiempo de la
cuaresma uno de los grandes temas de la predicación cristiana es la conversión.
Pero este domingo parece que más que de la conversión humana habría que hablar
de la conversión de Dios hacia los pecadores para concederles el regalo de su amor.
Y es que la iniciativa de la salvación la tiene siempre Dios. El Evangelio es la buena
noticia de que “Dios no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga
según nuestras culpas” (Sal 103,10). Éste fue el anuncio de Jesús, y por eso él
mismo es el Evangelio, la Buena Noticia acerca de un Dios que rompe las ideas
preconcebidas acerca de él como un Dios castigador, justiciero y legalista.
Las palabras poéticas del segundo Isaías anuncian el gran motivo de la esperanza
en Dios para un pueblo que está en el destierro. Abrir caminos en el mar y ríos en
el desierto son imágenes de liberación y de vida nueva para ese pueblo oprimido
que un día estuvo esclavo en Egipto y ahora está en Babilonia (Is 43 16-21). El
Señor liberador de antaño es el mismo que ahora sigue abriendo camino para su
pueblo, pero ahora lo hace mostrando una gran novedad: “Miren que realizo algo
nuevo; ya está brotando ¿no lo notan?”. La novedad de Dios es a veces casi
imperceptible, pero real. En la Pasión de Cristo, que muy pronto celebraremos, está
brotando algo nuevo. Es la transformación paradójica de la muerte en vida. Esa
transformación llevada a cabo por el amor de Cristo a la humanidad irá abriendo
camino en la historia humana con la lentitud propia de los seres humanos pero con
la firmeza propia de Dios. Cristo es el protagonista de esta transformación y el que
realiza con su muerte y resurrección la conversión definitiva de Dios al hombre
proporcionando una salvación irrevocable e irreversible. Por eso es mediador de
una Alianza nueva y eterna.
El evangelio de la adúltera (Jn 8,1-11), condenada a lapidación por el sistema
legalista de la interpretación farisea de la ley en una sociedad patriarcal y machista,
es la ocasión para revelar una vez más la novedad del Dios de Jesús: Un Dios que
no condena a los pecadores, sino sólo el pecado, y por eso los salva siempre
redimiéndolos del pecado. Jesús no es sólo hoy el intercesor que da una
oportunidad más para la conversión, como a aquella higuera que no daba fruto, ni
el que espera el regreso del hijo perdido, cuyo recuerdo del padre posibilita su
retorno. Hoy Jesús se encuentra con la mujer condenada por adulterio y, sin mediar
ningún tipo de petición ni de iniciativa por parte de ella, le concede el perdón
gratuito, la amnistía radical, el indulto general. La mujer no ha hecho todavía nada
positivo, pero, además de ser pecadora, como todos de un modo u otro, es una
víctima a todas luces. Jesús está siempre con las víctimas por el mero hecho de ser
tales.
La presencia liberadora de Cristo abre una nueva página en la historia humana y
restablece la dignidad de la mujer. Él muestra la misericordia de Dios poniéndose
de parte de las víctimas y revela el amor gratuito e incondicional de Dios hacia los
pecadores. Al mismo tiempo Jesús desenmascara la mentira de un sistema religioso
legalista y libera a la mujer del mismo, aprovecha la oportunidad para interpelar a
cada uno según su culpa y finalmente, tras conceder el indulto a la mujer, a ella le
muestra el camino nuevo abierto por él en el desierto de su vida, al decirle: “Anda,
y en adelante no peques más”. A la mujer perdonada se le indica que algo nuevo
está brotando en su vida, de modo que la nueva conducta alejada del pecado es
consecuencia, no condición, de haber obtenido el perdón y la rehabilitación. En esto
consiste la novedad de Dios. Si la mujer fuera capaz de reconocer ante tanto amor
de Jesús algo de su verdad personal y lograse formularla, entonces, como en la
parábola de la gran alegría con el hijo pródigo, se podría celebrar la gran fiesta del
abrazo donde la misericordia y la verdad se besan. Pero independientemente de
que lo reconozca o no, para ella Jesús con su indulto ha abierto un camino nuevo
de vida y dignidad.
El apóstol Pablo canta la grandeza experimentada por él al haber sido encontrado
por Cristo (Flp 3,8-14), el cual cambió su sistema de valores hasta el punto de
considerarlo todo como una pérdida en comparación con el encuentro con su Señor.
A partir de ahí también a Pablo le cambió su visión del mundo y empezó una nueva
trayectoria vital.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura