Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Ciclo C, Tiempo de Cuaresma,
Domingo de la Semana No. 5
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi
pueblo * El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. * Por Cristo lo
perdí todo, muriendo su misma muerte * El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra
Textos para este día:
Isaías 43, 16-21:
Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas;
que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes; caían para no
levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. "No recordéis lo de antaño,
no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo
notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo.
Me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua
en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido,
el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza."
Salmo 125:
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar:
La boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. R.
Hasta los gentiles decían: "El Señor ha estado grande con ellos." El Señor ha estado
grande con nosotros, y estamos alegres. R.
Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que
sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. R.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus
gavillas. R.
Filipenses 3, 8-14:
Hermanos: Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él,
no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la
justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus
padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de
entre los muertos.
No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo
corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí.
Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa:
olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante,
corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo
Jesús.
Juan 8, 1-11:
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de
nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en
flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué
dices?"
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que esté sin pecado, que
le tire la primera piedra."
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se
incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha
condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor."
Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."
Homilía
Temas de las lecturas: Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi
pueblo * El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. * Por Cristo lo
perdí todo, muriendo su misma muerte * El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra
1. Muerte al Pecado, Vida al Pecador
1.1 Damos hoy la palabra a San Agustín, que nos regala una preciosa meditación
sobre el Evangelio de hoy. Es sencillamente inmortal en su profundidad y belleza.
Se encuentra en su "Tratado sobre el Evangelio de San Juan," y la he tomado de
http://www.mercaba.org
1.2 Considerad ahora cómo pusieron a prueba su mansedumbre los enemigos del
Señor. Los escribas y fariseos le presentan una mujer sorprendida en adulterio, la
colocan en el medio y le dicen: Maestro, esta mujer acaba de ser sorprendida en
adulterio. Moisés, en su ley, nos manda apedrear esta clase de mujeres; tú ¿qué
dices? Palabras que decían tentándole con el fin de poderle acusar (Jn 8,3-6). Mas
¿de qué podían acusarle? ¿Le habían sorprendido a él en algún crimen o se ponía
de algún modo aquella mujer en relación con él? ¿Qué significan pues, las palabras:
Tentándole para tener de qué acusarle? Aquí se ve, hermanos, cómo descuella la
admirable mansedumbre del Señor. Se dieron cuenta de que era dulce y manso en
extremo, ya que estaba predicho de él: Ciñe tu espada al muslo, ¡oh poderosísimo!
Avanza, camina felizmente y reina con tu belleza y hermosura en atención a tu
verdad, mansedumbre y justicia (Sal 44,4-5). Él nos trajo la verdad como maestro,
la mansedumbre como libertador y la justicia como juez. Por eso el profeta predijo
que reinaría en el Espíritu Santo (Is 11). Cuando hablaba se reconocía la verdad;
cuando no reaccionaba a los ataques de los enemigos, se elogiaba su
mansedumbre.
1.3 Sus enemigos se consumían de odio y envidia por ambas cosas, por su verdad
y su mansedumbre, y quisieron echarle un lazo en la tercera, es decir, en su
justicia. ¿Cómo? La ley ordenaba lapidar a las adúlteras; la ley que no podía
ordenar injusticia alguna. Si él decía algo distinto de lo ordenado por la ley, se le
debería considerar injusto. Cuchicheaban ellos entre sí: Se le considera amigo de la
verdad y parece lleno de mansedumbre; debemos de tenderle una trampa respecto
a la justicia; presentémosle una mujer sorprendida en adulterio y recordémosle lo
que está mandado en la ley al respecto. Si ordena que sea lapidada, habrá perdido
su mansedumbre, y si juzga que se la debe absolver, no salvará la justicia. Para no
perder su mansedumbre, decían, por la que se ha hecho tan amable para el pueblo,
dirá indudablemente que debe ser absuelta. Ésta será la ocasión de acusarle y
declararle reo como trasgresor de la ley, objetándole: "Tú eres enemigo de la ley;
sentencias contra Moisés; más aún, contra quien dio la ley; eres reo de muerte y
has de ser apedreado con ella."
1.4 ¡Qué palabras y razonamientos tan adecuados para encender más la pasión de
la envidia y avivar aún más el fuego de la acusación y para exigir con insistencia la
condenación! Y todo esto, ¿contra quién? La perversidad contra la rectitud, la
falsedad contra la verdad, el corazón pervertido contra el corazón recto y la
necedad contra la sabiduría. ¿Cuándo iban a preparar lazos en que no cayeran
antes ellos? Mirad como la respuesta del Señor deja a salvo la justicia sin
detrimento de su mansedumbre. No cayó prendido aquel a quien se tendía el lazo,
sino quienes lo tendían: es que no creían en quien podía librarlos de los lazos.
2. La Respuesta de Jesús
2.1 ¿Qué respuesta dio, pues, el Señor Jesús? ¿Cuál fue la respuesta de la verdad?
¿Cuál la de la sabiduría? ¿Cuál la de la justicia en persona a la que iba dirigida la
trampa? La respuesta no fue: "No se la lapide," para no dar la impresión de que
actuaba contra la ley; tampoco esta otra: "Sea lapidada," pues no había venido a
perder lo que había hallado, sino a buscar lo que se había perdido (Lc 10,10). ¿Qué
respondió? Observad qué respuesta saturada de justicia, de mansedumbre y de
verdad: El que de vosotros esté sin pecado, arroje el primero la piedra contra ella
(Jn 8,7).
2.2 ¡Contestación digna de la sabiduría! ¡Cómo les hizo entrar dentro de sí mismos!
Dedicados a calumniar continuamente a los demás, no se examinaban a sí mismos;
clavaban los ojos en la adúltera, pero no en sí mismos. Siendo personalmente
transgresores de la ley, querían que se cumpliese, en base a toda clase de
argucias, no según las exigencias de la verdad, como sería condenar el adulterio en
nombre de la propia castidad. Acabáis de oír, judíos, fariseos y doctores de la ley,
acabáis de oírle como cumplidor de la ley, pero aún no habéis advertido que es el
dador de la misma. ¿Qué quiere darnos a entender cuando escribe con el dedo en la
tierra? La ley fue escrita con el dedo de Dios, pero en piedra, por la dureza de sus
corazones. Ahora el Señor escribía ya en tierra porque quería sacar de ella algún
fruto. Lo acabáis de oír. Cúmplase la ley; sea lapidada.
3. "Mire cada uno su Interior"
3.1 Pero, ¿es justo que ejecuten el castigo prescrito por la ley quienes deben ser
castigados con ella? Mire cada uno a sí mismo; entre en su interior y póngase ante
el tribunal de su corazón y de su conciencia y se verá obligado a hacer su
confesión. Sabe quien es: No hay nadie que conozca la interioridad del hombre,
sino el espíritu del hombre que mora en él (1 Cor 2,11). Todo el que dirige la
mirada a su interior se descubre pecador. Está claro que es así. Luego, o tenéis que
dejarla libre o tenéis que someteros juntamente con ella al peso de la ley. Si la
sentencia del Señor hubiese ordenado que no se lapidara a la adúltera, pasaría por
injusto. Si ordenaba la lapidación perdería la mansedumbre. La sentencia del justo
y manso no podía ser otra: Quien de vosotros esté sin pecado, que arroje el
primero la piedra contra ella. Es la justicia la que la sentencia: "Sufra el castigo la
pecadora, pero no por manos de pecadores; cúmplase la ley, pero no por manos de
sus transgresores." He aquí la sentencia de la justicia. Heridos por ella como por un
grueso dardo, se miran a si mismos, se ven reos y salen todos de allí uno detrás de
otro (Jn 8,9). Sólo quedan dos allí: la miserable y la Misericordia. Y el Señor,
después de haberles clavado en el corazón el dardo de su justicia, no se digna ni
siquiera mirar cómo van desapareciendo; aparta de ellos su vista y se pone de
nuevo a escribir con el dedo en la tierra (Jn 8,8).
3.2 Sola aquella mujer e idos todos, levantó sus ojos y los fijó en ella. Ya hemos
oído la voz de la justicia. ¡Qué aterrada debió quedar aquella mujer cuando oyó
decir al Señor: Quien de vosotros esté sin pecado arroje contra ella el primero la
piedra! Mas ellos se miran a sí mismos y, confesándose reos con su fuga, dejan sola
a aquella mujer con su gran pecado en presencia de quien no tenía pecado. Como
ella le había oído decir: El que esté sin pecado arroje contra ella el primero la
piedra, esperaba que ejecutase el castigo aquel en quien no podía hallarse pecado
alguno. Mas el que había alejado de sí a sus enemigos con las palabras de la
justicia, clava en ella los ojos de la mansedumbre y le pregunta: ¿Nadie te ha
condenado? Nadie, Señor, confiesa ella. Y él: Ni yo mismo te condeno; ni yo
mismo, por quien tal vez temiste ser castigada, porque no hallaste en mí pecado
alguno. Ni yo mismo te condeno. ¿Qué es esto? ¿Favoreces los pecados? Es claro
que no es verdad. Mira lo que sigue: Vete y no peques más en adelante (Jn 8,10-
11). El Señor dio la sentencia de condenación contra el pecado, no contra el
hombre. Si fuera favorecedor del pecado, le habría dicho: "Ni yo mismo te condeno,
vete y vive como quieras; bien segura puedes estar de mi absolución; peques lo
que peques, yo mismo te libraré de las penas, incluidas las del infierno, y de sus
verdugos." Pero no fue esta la sentencia.
Fr. Nelson Medina, O.P.