Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
Acompañemos a Jesús a Jerusalén.
Ejercicio de lectio divina de LC. 19, 28-40, el Evangelio de la procesión de los
ramos.
1. Oración inicial.
Estimados hermanos y amigos:
Hoy iniciamos la Semana en que viviremos la celebración de nuestra Redención.
Durante las semanas precedentes del tiempo de Cuaresma, por medio del estudio
concienzudo de la Palabra de Dios, la realización de sacrificios que se han adecuado
a nuestro crecimiento espiritual, y la práctica de la oración, nos hemos dispuesto a
revivir la Pasión, muerte y Resurrección, de Nuestro Salvador.
Dado que vivimos sumidos en muchas ocupaciones, quizás nos sucede que nos
hemos acostumbrado a celebrar la Semana Santa todos los años, y por ello no nos
impresionamos, al contemplar cómo nos redimió Nuestro Salvador. Jesús no solo
dedicó su vida a la proclamación del Evangelio por medio de sus palabras y obras,
pues se dejó asesinar por sus enemigos, con tal de demostrarnos, que, el Dios Uno
y Trino, nos ama.
Dispongámonos este primer día de la Semana Santa a acompañar a Jesús a
Jerusalén. Si nuestro familiar más amado nos pidiera que lo condujéramos a la
muerte, porque ha tomado la decisión de suicidarse, y desea que estemos en su
presencia cuando se sacrifique, nos causaría un gran dolor. Dado que vamos a
revivir la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús durante toda la Semana Santa,
acompañemos a Jesús, con nuestras oraciones, y sirviendo a quienes sufren por
cualquier circunstancia, en conformidad con las posibilidades que tengamos, de
aliviar su dolor.
Jesús es amor y alegría. Al iniciar la procesión de los ramos fuera de las iglesias
en que celebraremos la Eucaristía, demostrémosles a quienes nos vean que somos
felices porque nos sentimos amados por Dios, y porque formamos parte de una
gran comunidad de hermanos. Alabemos al Señor con nuestros cantos y oraciones,
y dispongámonos a acompañar a Jesús en los días de su dolor y gozo, no como
meros espectadores, sino adoptando el compromiso de vivir y morir manifestando
la fe que caracteriza nuestra vida.
Oremos:
Espíritu Santo, llévame a Jerusalén, para que pueda fortalecer, mi débil fe.
Espíritu Santo, llévame a Jerusalén, junto a la multitud de seguidores de Jesús.
Espíritu Santo, llévame a Jerusalén, donde quiero actuar, no como mero
espectador de la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús, sino como cristiano
comprometido, con la predicación del Evangelio, y la asistencia espiritual y
material, a quienes sufren.
Espíritu Santo, ilumíname, porque quiero buscar a Jesús en Belén, en Nazaret, y
predicando en la región de Galilea, pero no quiero verlo crucificado, porque temo
que, mis aspiraciones, mueran con Él.
Espíritu Santo, ten compasión de mí, porque grito: "¡gloria al Hijo de David!" y:
¡!Hosanna!" entre la multitud de seguidores de Jesús, y me falta fuerza y voluntad,
para imitar la conducta de mi Señor.
Espíritu Santo, ten compasión de mí, porque muchos de quienes me hicieron
sufrir me hicieron reservado, y me falta voluntad para hacer el bien en favor de los
necesitados de dádivas espirituales y materiales, porque tengo miedo de que ello
signifique, que asumiré nuevos fracasos.
Espíritu Santo, ten compasión de mí, porque vivo pensando constantemente en
las causas cuya visión me hace sufrir, y me siento incapaz de superarme a mí
mismo.
Espíritu Santo, ten compasión de mí, porque quisiera tener una gran fe, y,
cuando me demuestras que he de conseguirla a través de la adquisición de tu
conocimiento y de la confianza que deposite en ti cuando sufra, me desanimo, y
actúo como los no creyentes.
Espíritu Santo, recuérdame que, después de la gran derrota del Viernes Santo,
viviré el gozo del Domingo de Resurrección, y sígueme concediendo tus dones, para
que mi debilidad se troque en fortaleza. Que así sea.
2. Leemos atentamente LC. 19, 28-40, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Bendito el que viene en nombre del Señor
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 28-40
En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén. Al
acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos
discípulos, diciéndoles:
—«Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha
montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo
desatáis?", contestadle: "El Señor lo necesita".»
Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico,
los dueños les preguntaron:
—«¿Por qué desatáis el borrico?»
Ellos contestaron:
— «El Señor lo necesita.»
Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar.
Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos.
Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los
discípulos entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los
milagros que habían visto, diciendo:
—«¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en
lo alto.»
Algunos fariseos de entre la gente le dijeron:
—«Maestro, reprende a tus discípulos.»
Él replicó:
—«Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras"".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 19, 28-40.
3-1. Jesús camina delante de sus fieles seguidores.
"Y dicho esto, marchaba por delante, subiendo a Jerusalén" (LC. 19, 28).
Dado que el Señor desea que inspiremos nuestra vida en la conducta que
observó, debemos dejarle que camine delante de nosotros, con el fin de que nos
conduzca, a la presencia, de Nuestro Padre celestial. Mantengamos nuestros ojos
espirituales fijos en Jesús, para que no renunciemos a la fe que nos caracteriza.
Mantengamos "los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en
lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está
sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción
de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis
resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado" (HEB.
12, 1-4).
Jesús nos pide que le sigamos a Jerusalén. ¿Qué cualidades especiales
necesitamos para que Jesús nos acepte entre sus seguidores? San Marcos, en su
narración de la elección de los Doce Apóstoles, nos dice con respecto a Jesús:
"Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él" (MC. 3, 13).
Antes de llegar a ser grandes predicadores, y de estar dispuestos a soportar
graves contradicciones por la causa del Señor, quienes llegaron a ser los Doce
Apóstoles de Jesús, tuvieron que superarse a sí mismos, venciendo sus defectos.
Esta es la causa por la que, nosotros, muy a pesar de nuestros defectos, -
independientemente de lo graves que sean los mismos-, y por más que nos cueste
superar nuestra condición pecadora, somos dignos de caminar detrás de Jesús,
hacia la ciudad donde el Señor fue crucificado, para superarnos a nosotros mismos,
enfrentando nuestras dificultades, en la medida que ello nos sea posible, para que
seamos dignos de resucitar con Él, para vivir en la presencia, de Nuestro Padre
común.
Hermanos que habéis sucumbido bajo la visión de vuestras dificultades: ¿Por qué
creéis que sois inútiles? ¿Habéis olvidado que vuestro valor es el de la Sangre que
fue derramada para que aprendáis a ser felices superándoos a vosotros mismos?
Caminemos detrás de Jesús. Recorramos con el Señor el camino que nos conduce
al estado de purificación y santificación que añoramos.
"Yahveh es mi pastor, nada me falta.
Por prados de fresca hierba me apacienta.
Hacia las aguas de reposo me conduce,
y conforta mi alma;
me guía por senderos de justicia,
en gracia de su nombre.
Aunque pase por valle tenebroso,
ningún mal temeré, porque tú vas conmigo;
tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan" (SAL. 23, 1-4).
Cuando nos cansemos de caminar siguiendo a Jesús, porque el camino que
debemos recorrer es largo, y nos falten paciencia y voluntad para alcanzar la
plenitud de la purificación y la santificación, nos refugiaremos en nuestros
hermanos de fe, pues debemos servirnos unos a otros, porque ello obedece a la
voluntad del Dios, que no quiere que vivamos solos, sino, en comunidad familiar.
"Mantengamos firmes la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la
promesa (de salvarnos). Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la
caridad y las buenas obras, sin abandonar vuestra propia asamblea, como algunos
acostumbran hacerlo, antes bien, animándoos: tanto más, cuanto que veis que se
acerca ya el día (de vuestra salvación)" (HEB. 10, 23-25).
3-2. El servicio comunitario y el pollino indómito.
"Al aproximarse a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos,
envió a dos de sus discípulos, diciendo: "Id al pueblo que está enfrente; al entrar,
encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre;
desatadlo y traedlo" (LC. 19, 29-30).
Dado que para nosotros no es fácil mantener la fe en un mundo en que nuestros
valores parecen extinguirse, Jesús nos pide que no vivamos nuestra fe solos.
Necesitamos urgentemente estar en contacto con nuestros hermanos de fe, con tal
de que podamos ayudarnos a sobrellevar nuestras dificultades, y de que
compartamos el gozo que nos caracteriza.
El pollino que aún no había sido montado por ningún hombre, le fue muy dócil a
Jesús. Ello me sugiere el pensamiento de que nos conviene intentar aceptar las
enseñanzas de Jesús, aunque nos cueste comprenderlas, y aplicarlas a nuestra
vida. Estamos recorriendo un camino cuyas dificultades no deben impedirnos
alcanzar la meta de nuestra purificación y de la santificación que añoramos. No nos
revelemos contra Dios, y esperemos que llegue el tiempo, en que comprenderemos
sus enseñanzas, para comprobar que, no nos mereció la pena, sino la vida, ser
seguidores del Hijo de María.
3-3. ¿Qué te ha pedido Jesús?
"Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", diréis esto: "Porque el Señor lo
necesita"" (LC. 19, 31).
Tal como Jesús necesitó un pollino para entrar humildemente a Jerusalén, nos
necesita a ti y a mí para que le sirvamos en sus hermanos los hombres, en el
campo pastoral, en que mejor podamos ejercitar, los dones y virtudes, que hemos
recibido, del Espíritu Santo.
¿Creemos que Jesús nos fuerza a servirlo contra nuestra voluntad? ¿Nos roba el
Señor el tiempo y los medios con que le servimos? San Marcos, en su relato
paralelo al Evangelio de San Lucas que estamos considerando, nos dice:
"Y si alguien os dice: "¿Por qué hacéis eso?", decid: "El Señor lo necesita, y que
lo devolverá en seguida"" (MC. 11, 3).
No perdemos el tiempo ni los medios que consagramos al servicio del Señor,
porque Él nos los devuelve centuplicados.
El Señor no nos fuerza a servirlo, pero quiere hacernos plenamente felices.
¿Cómo desobedeceremos a Aquel que renunció a su vida porque no creímos que
nos amaba cuando supimos de sus bellas palabras y de sus maravillosos signos?
3-4. Dios cumple sus promesas.
"Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho" (LC. 19, 32).
Dios creó el mundo, y puso el Edén a disposición de Adán y Eva. A pesar de que
nuestros ancestros cometieron el pecado original, Dios les prometió redimirlos, por
medio de un Salvador, que aplastaría la cabeza de la serpiente. Noé y sus
familiares fueron salvados del diluvio, por causa de la fe que le profesaron a dios.
Posteriormente, Yahveh liberó a los hebreos de la esclavitud de Egipto, y les
concedió la tierra prometida, a quienes no perdieron la fe en Él. Recordemos cómo
los judíos fueron deportados a Babilonia, y cómo Dios les devolvió su tierra.
Recordemos nuevamente que, aunque no estamos recorriendo un camino llano y
ancho, Dios está con nosotros, por más que, al contemplar nuestras circunstancias
adversas, podemos llegar a creer, que, Nuestro Padre común, nos ha desamparado.
Cuando sintamos que se nos debilita la fe, recordemos cómo Dios socorrió a su
pueblo leyendo la biblia, lo que hizo Jesús para redimirnos, y cómo el Señor ha
obrado en sus Santos, durante los veinte siglos que se ha prolongado, la historia de
la Iglesia.
3-5. Obedezcamos al Señor.
"Cuando desataban el pollino, les dijeron los dueños: "¿Por qué desatáis el
pollino?" Ellos les contestaron: "Porque el Señor lo necesita" (LC. 19, 33-34).
Dado que la Pascua era la fiesta más importante del año para los judíos,
Jerusalén se llenó de peregrinos. Los dueños del pollino, al saber que era Jesús
quien necesitaba el animal, no tuvieron inconveniente alguno, para prestárselo, a
los seguidores del Señor. ¿Qué vamos a darle al Señor para contribuir a la plena
instauración de su Reino en el mundo?
"Tú tus ordenanzas promulgaste,
para que sean guardadas cabalmente.
¡Ojalá mis caminos se aseguren
para observar tus preceptos!
Entonces no tendré vergüenza alguna
al mirar a todos tus mandamientos.
Con rectitud de corazón te daré gracias,
al aprender tus justos juicios.
Tus preceptos, los observaré,
no me abandones tú del todo.
¿Cómo el joven guardará puro su camino?
Observando tu palabra.
De todo corazón ando buscándote,
no me desvíes de tus mandamientos.
Dentro del corazón he guardado tu promesa,
para no pecar contra ti" (SAL. 119, 4-11).
3-6. Jesús pasa por nuestra vida humildemente.
"Y lo trajeron a Jesús; y, echando sus mantos sobre el pollino, hicieron montar a
Jesús. Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino" (LC. 19, 35-36).
¿Tienen los no creyentes alguna manera de saber que somos seguidores de
Jesús, observando nuestra conducta? Jesús pasa por nuestra vida este Domingo de
Ramos. Hagamos de nuestros corazones moradas para el Señor. En vez de
alfombrar el suelo por donde pase el Señor con mantos como hicieron los judíos,
presentémosle al Señor nuestras obras y oraciones. No dejemos ir la oportunidad
de darle gracias a Jesús por todo lo que ha hecho por nosotros, y de pedirle lo que
deseamos, para el mundo, para la Iglesia, para nuestros familiares y amigos, y,
para nosotros.
3-7. ¿Por qué alabamos al Señor?
"Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos,
llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces por todos los
milagros que habían visto. Decían: "¡Bendito el rey que viene en nombre del
Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas"" (LC. 19, 37-38).
Los judíos alababan a Jesús con gran alegría.
¿Alabamos al Señor con alegría?
¿Se nos llena el corazón de gozo cuando oramos, o la prisa nos impide
relacionarnos con Nuestro Dios?
¿Nos alegramos tanto cuando alabamos a Dios, que ello se convierte en una
necesidad para nosotros?
Los judíos alababan a Dios y a Jesús, porque habían visto al Señor hacer
milagros. Cuando comprobaron que Jesús no buscaba el enfrentamiento directo con
los romanos, muchos de ellos, se convirtieron en sus enemigos jurados. ¿Alabamos
a dios porque creemos en El y lo amamos, o porque solo estamos interesados en
beneficiarnos de los milagros del Mesías?
3-8. Si estos se callan, gritarán las piedras.
"Algunos de los fariseos que estaban entre la gente, le dijeron: "Maestro,
reprende a tus discípulos." Respondió: "Os digo que si éstos se callan gritarán las
piedras"" (LC. 19, 39-40).
¿Por qué le pidieron los fariseos a Jesús que impidiera que sus discípulos lo
aclamaran como Rey? Por una parte, los fariseos consideraron blasfemas y
sacrílegas las palabras con que el Señor fue alabado. Ellos no estaban interesados
en que el nuevo Mesías menoscabara su autoridad, haciendo que la gente le
siguiera. Por otra parte, dado que los romanos no permitían que nadie se
proclamara rey sin que el Emperador le concediera tal dignidad, temieron que el
ejército imperial tuviera que reprimir una rebelión. Por su parte, Jesús entró a
Jerusalén como Rey humilde para simbolizar la plena instauración del Reino de Dios
en el mundo, y para apresurar su ejecución, pues deseaba concluir el tiempo en
que debía vivir el sufrimiento por medio del que debía demostrarnos que dios nos
ama.
¿Nos alegramos de que nuestros familiares alaben al Señor públicamente en
cualquier lugar donde estén, o nos avergonzamos de que el mundo sepa que somos
cristianos?
3-9. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-10. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en LC. 19, 28-40 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Qué significa el hecho de que caminamos detrás de Jesús?
¿Por qué nos conviene que el Señor camine delante de nosotros?
¿Por qué es bueno para nosotros el hecho de vivir mirando espiritualmente a
Jesús constantemente?
¿Qué cualidades especiales necesitamos para que Jesús nos acepte entre sus
seguidores?
¿Qué hubieron de hacer los Apóstoles de Jesús, antes de llegar a ser grandes
predicadores, y de estar dispuestos a soportar graves contradicciones, por la causa
del Señor?
¿Hemos olvidado en alguna ocasión que nuestro valor es el de la Sangre que fue
derramada para que aprendamos a ser felices superándonos a nosotros mismos?
¿Qué debemos hacer cuando se nos debilite la fe y por ello sintamos la tentación
de dejar de ser seguidores de Jesús?
3-2.
¿Por qué necesitamos compartir nuestros gozos y sufrimientos con nuestros
hermanos de fe?
¿Qué significa la mansedumbre del pollino que jamás había sido montado por
ningún hombre?
¿Por qué es conveniente que aceptemos las enseñanzas de Jesús y las
apliquemos a nuestra vida, aunque no las comprendamos?
3-3.
¿Cuál es tu vocación?
¿Qué te ha pedido Jesús personalmente?
¿Creemos que Jesús nos fuerza a servirlo contra nuestra voluntad?
¿Nos roba el Señor el tiempo y los medios con que le servimos?
¿Por qué no perdemos el tiempo ni los medios que consagramos al servicio del
Señor?
¿Cómo desobedeceremos a Aquel que renunció a su vida porque no creímos que
nos amaba cuando supimos de sus bellas palabras y de sus maravillosos signos?
3-4.
¿Por qué les confió Dios a Adán y Eva el Edén, si sabía que lo iban a traicionar?
¿Por qué nos perdona Dios nuestros pecados, si es consciente de que los
cometeremos muchas veces?
¿Por qué fueron salvados de morir ahogados Noé y sus familiares?
¿Por qué no todos los hebreos que salieron de Egipto fueron dignos de entrar en
la tierra prometida?
Cita tres recuerdos que deben mantener nuestra fe viva, cuando sintamos que se
nos empiece a debilitar.
3-5.
¿Qué vamos a darle al Señor para contribuir a la plena instauración de su Reino
en el mundo?
3-6.
¿Tienen los no creyentes alguna manera de saber que somos seguidores de
Jesús, observando nuestra conducta?
3-7.
¿Por qué alabamos al Señor?
¿Alabamos al Señor con alegría?
¿Se nos llena el corazón de gozo cuando oramos, o la prisa nos impide
relacionarnos con Nuestro Dios?
¿Nos alegramos tanto cuando alabamos a Dios, que ello se convierte en una
necesidad para nosotros?
¿Por qué alababan los judíos a Dios y a Jesús?
¿Por qué dejaron muchos judíos de seguir a Jesús para convertirse en sus
enemigos jurados?
¿Alabamos a dios porque creemos en Él y lo amamos, o porque solo estamos
interesados en beneficiarnos de los milagros del Mesías?
3-8.
¿Por qué le pidieron los fariseos a Jesús que impidiera que sus discípulos lo
aclamaran como Rey?
Cita dos razones por las que Jesús quiso entrar a Jerusalén siendo aclamado
como Rey.
¿Nos alegramos de que nuestros familiares alaben al Señor públicamente en
cualquier lugar donde estén, o nos avergonzamos de que el mundo sepa que somos
cristianos?
5. Lectura relacionada.
Aunque el Salmo 119 es largo, es un texto que nos ayuda a valorar los
Mandamientos divinos, no como imposiciones ni como negaciones que se nos hacen
para que no podamos ser felices, sino como camino que nos conduce a la presencia
de Nuestro Padre celestial. Si os es posible, os pido que lo leáis completo.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén. Jesús se dispuso a
morir, teniendo la certeza, de que iba a resucitar de entre los muertos. Jesús es un
ejemplo a seguir por nosotros, a la hora de afrontar grandes dificultades.
Contemplemos a quienes aclamaban a Jesús como Rey, no porque creían en El,
sino porque querían beneficiarse de sus milagros.
Contemplémonos comprometiéndonos a seguir a Jesús, y fallando muchas veces,
en tal empeño. Nuestra falta de voluntad para seguir al Señor, es la consecuencia
directa, de la falta de fe, que nos caracteriza.
Contemplemos a los fariseos que querían que Jesús no fuera aclamado por la
multitud de los peregrinos que iban a Jerusalén, a celebrar la Pascua, porque ello
afectaba negativamente a sus intereses personales, y porque podía provocar la
actuación del ejército romano.
Quizás también nosotros hemos actuado en algunas ocasiones como tales
fariseos, queriéndoles imponer nuestra voluntad, a nuestros familiares, amigos,
compañeros de trabajo, y hermanos en la fe que profesamos.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 19, 28-40.
Comprometámonos a escuchar el relato de la Pasión del Señor cuando
celebremos la Eucaristía, examinando nuestra vida, para ver con cuál -o cuáles- de
los personajes bíblicos citados por San Lucas, nos identificamos.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Gracias por hacerme digno de vivir en la presencia de Nuestro Padre
común, por medio de tu Pasión, muerte y Resurrección.
9. Oración final.
Lee los Salmos 121-128.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com