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EN CAMINO
4to Domingo de Pascua, ciclo “C”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- Primera lectura: Hch 13,14.43-52: Nos vamos a los no judíos.
- Salmo Responsorial: 99: El Señor es bueno, su misericordia es eterna.
- Segunda lectura: Ap 7,9.14b-17: Dios secará toda lágrima de sus ojos.
- Evangelio: Jn 10,27-30: Mis ovejas escuchan mi voz.
Persecución: amenaza y oportunidad – Cuarto Domingo
El anuncio del evangelio fue dirigido primero a los judíos, tanto a los de Palestina
como a los de la diáspora, o sea, judíos que vivían fuera de su tierra, en algún lugar del
imperio romano. Los primeros cristianos fueron judíos. Estos tenían la costumbre, y
aún la tienen aunque con menos fuerza, de formar guetos en los pueblos extranjeros a
donde se mudaban. Eran conocidos los barrios judíos, lugares impenetrables para
quienes no pertenecían a su raza.
Después de la persecución a los cristianos en Jerusalén, éstos se vieron obligados a
salir por toda Judea y Samaría (Hch 4,1ss; 5,17s; 8,1). Luego, las persecuciones se
extendieron por toda Palestina y los cristianos tuvieron que salir de Israel y dispersarse
en distintas partes del imperio romano. A las ciudades donde llegaban se integraban con
sus paisanos en los barrios judíos.
En las reuniones de los judíos tradicionales, los judeocristianos aprovechaban para
anunciarles su experiencia de fe. Algunos abrazaron el camino de Jesús, y otros lo
rechazaron e incluso lo persiguieron. La primera lectura de hoy nos narra la
evangelización en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, la acogida y la alegría que generó
esta Buena Noticia para algunos, así como la envidia, el rechazo y la persecución por
parte de otros.
Hay que reconocer que las mujeres jugaron un papel muy destacado en la vida del
Jesús histórico, así como en el desarrollo de las primeras comunidades cristianas. Pero
aquí encontramos a un grupo de señoras distinguidas y devotas, confabuladas con los
principales de la ciudad, y en total oposición a la Buena Noticia de Jesús.
Se trataba de mujeres acomodadas que, como era costumbre en la antigüedad, se
dedicaban al caluroso oficio de no hacer nada. Eran sanguijuelas que vivían a expensas
de sus maridos adinerados o influyentes. Vivían sometidas a ellos, pero tenían todas las
comodidades. Esa jaula de oro no les permitía ver más allá. Solían tener, por lo menos,
tres esclavos a su servicio, muchos vestidos en el ropero y alhajas en su cuello y manos,
para ocultar su poquedad humana. Estas distinguidas damas vieron en el Proyecto de
Jesús un enemigo mortal y por eso lo persiguieron a muerte. Aliadas con los principales
de la ciudad, expulsaron a los cristianos.
En medio de todas las incomodidades y el peligro inminente por las
persecuciones, éstas nunca lograron extinguir el cristianismo. Por el contrario, cada
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creyente disperso se convertía en fundador de nuevas comunidades. Por algo, San
Alfonso de Liguori, cuando vivió momento críticos, escribió a los miembros de su
naciente comunidad: “no temo las persecuciones, temo que las comunidades abandonen la
observancia regular y se disipen, cayendo en la indisciplina y perdiendo la razón de ser”.
“No hay mal que por bien no venga” , decían nuestros viejos. Hechos incómodos y
dolorosos como lo fueron las persecuciones, sirvieron como motor para que el
evangelio se extendiera de manera asombrosa. El rechazo de algunos judíos habitantes
de Antioquía de Pisidia, impulsó a los apóstoles a que rompieran ese gueto nacionalista
y evangelizaran a los no judíos o gentiles, como les llamaban despectivamente. Luego,
ante la fuerte persecución en esa ciudad, vieron la oportunidad de evangelizar Iconio y
así lo hicieron.
La visión del libro del Apocalipsis describe no un simple sueño nacionalista judío,
sino la nueva realidad instaurada por el Cordero, por medio del cual fueron superadas
todas las fronteras que los humanos construyeron para vivir separados y divididos. La
propuesta del Apocalipsis es universal e incluyente. “… vi una muchedumbre inmensa que
nadie podía contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie, delante del trono y del Cordero”.
(Ap 7,9).
Ésta es una visión del cielo. 1 Recordemos que para este libro, la historia no sólo se
ve en el mundo palpable a los sentidos , sino que tiene una dimensión profunda, oculta
y trascendente. Cuando se habla de cie lo no se refiere tanto a la otra vida después de la
muerte, sino a la dimensión profunda y trascendente de nuestra historia que nos hace
vivir esta vida de una manera diferente. (Los capítulos 21 y 22 hacen una descripción
más detallada del cielo).
Los hec hos del cielo pasaban desapercibidos para quienes vivían en la
superficialidad y aprovechaban los privilegios que daba el imperio, sin importar el
sufrimiento de los oprimidos. El cielo no lo podían percibir quienes eran indiferentes al
dolor de los esclav os empobrecidos y sólo pensaban en los placeres, asequibles
únicamente para los “hombres libres”, los ciudadanos romanos.
El cristiano debía liberarse de toda la ideología imperial, renunciar a ese mundo de
dominación y maltrato a la dignidad humana, y lavar sus túnicas en la sangre del
Cordero. Unirse a la comunidad de los sumergidos (bautizados) en Cristo y vivir de
manera diferente a esa estructura organizativa. El imperio proclamaba dichosos a
quienes dominaban, oprimían y exprimían a los perdedores. Los cristianos decían que
los perdedores tenían una dignidad que no merecían quienes aplastaban a los demás y
se envenenaban a sí mismos con la copa de la victoria imperial. Para el Apocalipsis,
unirse al imperio era mancharse, mientras que renunciar a él y unirse a los “perdedores”
y a su utopía de un cielo nuevo y una tierra nueva, era revestirse con túnicas blancas y
levantar las manos limpias, dignas y dispuestas para trabajar por una humanidad nueva.
Vale la pena que en medio de nuestro mundo que le rinde culto a la eficiencia, a
los placeres, al poder y, en general, a los ganadores, asumamos una postura crítica y
descubramos el otro lado de la historia. Preguntémonos si hacemos parte de los
1 RICHARD, Pablo. Apocalipsis, reconstrucción de la esperanza. Quito, Tierra Nueva. Colección Biblia No
65. 2001. Págs. 104-107
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ciudadanos del cielo y vivimos comprometidos con la construcción de los cielos nuevos
y la tierra nueva, o si caminamos como zombis por donde nos conduce esta sociedad
egoísta, consumista y planetófaga.
El evangelio también fue escrito en un contexto de persecución. Casi siempre le
pedimos al Señor que nos vaya bien en todo. Solemos decir: “Yo tengo fe en que Jesús
me va a ayudar, y que todo va a salir bien.” Y eso es bueno, porque es un pensamiento
positivo. Pero, ¿qué entendemos cuando afirmamos: “espero que todo me salga bien”?
Porque a veces pensamos sólo en nuestro bienestar egoísta y no medimos las
consecuencias de nuestro éxito. El político corrupto que compra las elecciones y logra
su objetivo: ganamos, nos fue bien. El negociante deshonesto cuando logra engañar a
alguien y venderle un mal producto o un producto de buena calidad pero a un precio
exagerado, dice: nos fue bien. Las metas empresariales normalmente contemplan bajar
costos de producción y vender más para subir las ganancias. Y cuando presentan los
informes dicen: nos fue bien. ¿A costa de qué? ¿De pagar malos sueldos? ¿De disminuir
el número de empleados y aumentarle el trabajo a los quedan?
Jesús no nos garantiza que en todo nos va a ir bien y, menos, a costa de los demás.
Hay situaciones duras que es preciso enfrentar fortalecidos por la Gracia. Es necesario
optar por la vida, por la justicia, por la honestidad, así eso nos cueste un poco y
pongamos en riesgo nuestra tranquilidad personal. Él nos garantiza su presencia y la
victoria final sobre la muerte. Él nos garantiza que estará con nosotros todos los días
hasta el final de los tiempos (Mt 28,20).
Vale la pena que hoy nos preguntemos si hacemos parte del rebaño de Jesús. Si
tenemos a Jesús como nuestro pastor y, a su vez, si asumimos nuestro trabajo como un
pastoreo al estilo del único pastor. Veamos las características de las “ovejas” que hacen
parte del rebaño de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen y yo les
doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará de mi mano.” (Jn 10,27-28).
Analicemos detenidamente estos puntos y preguntémonos si hacemos parte del
grupo de Jesús:
1. Escuchar su voz.
2. Dejarse conocer por Jesús.
3. Seguir sus pasos.
4. Experimentar la vida eterna que Él ofrece.
5. Hay algo asegurado para estas ovejas: nunca perecerán.
6. Fidelidad y seguridad en Él: “Nadie las arrebatará de mi mano”.
¿Hacemos parte de este rebaño?
Oración
Te bendecimos, Padre porque en medio de los avatares de la vida, en medio de las
cosas bellas y también de las difíciles, en medio de luchas, de cansancios, de la entrega
sincera y de las infidelidades la Iglesia sigue su camino como propuesta de vida para el
mundo de hoy. Gracias por este hermoso camino de Jesús que se nos sigue
presentando como Buena Noticia, esperanzadora, e iluminadora de nuestra historia
personal y comunitaria.
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Gracias por todas las personas que dan testimonio de Jesús, de la validez del
Evangelio, de la capacidad transformadora de tu Espíritu y de tu fuerza salvadora que
dinamiza nuestra vida.
Te pedimos, Padre, que nunca nos opongamos al Evangelio, que nunca pongamos
intereses egoístas por encima de los intereses de justicia y equidad. No nos dejes caer en
la tentación de llevar una vida vacía, desequilibrada existencialmente, mezquina y
superficial. Ayúdanos a superar todos los obstáculos y a seguir avanzando victoriosos
en la construcción de nuestra propia realización y felicidad, como seres humanos e hijos
tuyos, con criterios comunitarios, solidarios y fraternos. Ayúdanos a hacer parte de esa
gran multitud del Apocalipsis, que pasa por la gran tribulación y lavan las túnicas en la
sangre del Cordero. Que también nosotros purifiquemos nuestra vida, que superemos
todas las barreras y lleguemos a ser auténticamente hijos tuyos y hermanos los unos a
los otros. Que vivamos de una manera digna y caminemos con la confianza de saber
que somos conducidos por un Buen Pastor que nos da Vida. Amén.