Domingo de Ramos de la Pasión del Señor
“Bendito sea el rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19,38)
Con esta celebración comenzamos a vivir la Semana Santa, semana esplendorosa y decisiva
para la fe cristiana. Contemplamos a Cristo entrando triunfalmente a Jerusalén el domingo
antes de su Pasión. Es la única manifestación pública de Jesús, pues Él se había opuesto
metódicamente a ellas, pero hoy Él mismo se deja llevar en triunfo. Ya está preparado para su
entrega en la cruz y por eso se deja llevar triunfalmente aceptando que lo proclamen
públicamente “Mesías”. El verdadero sentido de su mesianismo se mostrará muriendo en la
cruz, allí será verdaderamente el Redentor y el Salvador del mundo. Jesús se presenta como
un rey sencillo, como un rey manso y humilde, que viene montado en un asno y que solamente
proclamará su realeza en los tribunales de Pilatos y que permitirá que se ponga el título de Rey
en la santa cruz de la redención.
Sin duda alguna el Espíritu ha suscitado en el pueblo esa espontánea aclamación a Jesús
como Rey e incluso es posible que no lo entendieran con toda la realidad de su significado: que
Jesús se encamina a través de la Pasión y la Muerte a la plena manifestación de su realeza
divina. Ellos no podían comprender el pleno significado de esta aclamación y menos aún que
un rey y libertador se encaminara a la muerte y a la muerte ignominiosa de la cruz. Sin
embargo esa muerte y la resurrección de Jesús, suscitó la fe de muchos. Y hoy esa misma fe
-ya crecida y madura- hace que los fieles repitan, si es que acaso pueden comprender su
profundo significado: “Tú eres el Rey de Israel y el noble Hijo de David, Tú, que vienes Rey
bendito, en nombre del Señor. Ellos te aclamaban jubilosamente cuando ibas a morir, nosotros
celebramos tu gloria ¡Oh Rey Eterno!
Hoy la liturgia nos invita a seguir a Jesús hasta el Calvario. Allí, muriendo en la Cruz, triunfará
para siempre sobre el pecado y la muerte. Estos son los sentimientos de la Iglesia cuando ora
al bendecir los ramos. Con los ramos, el pueblo cristiano honra con devoción la misericordiosa
obra de salvación del Señor. Unirse a Cristo en su Pasión y Muerte -honrar su Pasión- es el
modo más firme para triunfar con Cristo sobre el enemigo, que es el pecado.
Leamos con detención las lecturas de esta misa, que nos introducen plenamente en la Pasión
del Señor. El Profeta Isaías y el salmo responsorial nos revelan los detalles de lo que Jesús
debía pasar. El Profeta los relata con tremenda realismo: “ofrecía la espalda a los que me
golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No oculté mi rostro a los insultos y
salivazos” (Is. 50,6). Esta es la Voluntad del Padre y el Siervo del Señor está total y
sumisamente orientado a ella. Jesús por amor al Padre acepta y quiere el sacrificio de si mismo
por la salvación de los hombres. “El Se￱or Dios me ha abierto el oído y yo no me he rebelado
ni me he echado atrás” (Ib.5). Es por esto que le vemos arrastrado a los tribunales y de allí al
Calvario. Jesús tendido sobre la Cruz da cumplimiento al salmo: “me taladran las manos y los
pies, puedo contar mis huesos” (Sal. 22). A esto vemos reducido al Hijo de Dios por un solo y
único motivo: el amor. Amor al Padre cuya gloria quiere resarcir y amor a los hombres a los que
quiere reconciliar con el Padre y salvar del pecado y de la muerte eterna.
Sólo el amor infinito de Dios -incomprensible para el hombre- puede explicar las humillaciones
de Jesús: “Cristo a pesar de su condici￳n divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario se despojó de su rango y tom￳ la condici￳n de esclavo” (Fil.2.6-7). Cristo lleva a los
límites extremos su renuncia a hacer valer su condición divina. Se despoja totalmente de todo
lo suyo tomando la condición de esclavo. Se somete al suplicio de la Cruz y a los más amargos
insultos y los soporta solamente por amor. Por amor entregó su vida, por amor fundó la Iglesia
y por amor nos conduce a la liberación total, al final, cuando Él venga en toda su gloria.
La Iglesia nos propone la Pasión de Cristo con toda su cruda realidad para que quede claro
que aunque siendo verdadero Dios, es también verdadero hombre y que como tal sufrió. Cristo
anonadando todo vestigio de su naturaleza divina, se hizo hermano de todos los hombres
hasta compartir con ellos el sufrimiento, el dolor y la muerte. Y todo esto para hacer al hombre
partícipe de su divinidad. Hoy comienza la Semana Santa, vivámosla con un corazón bien
dispuesto para seguir los pasos de Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección. Que unidos a
Él encontremos nueva vida y renovados en Él podamos ser participes de la renovación del
mundo y de la sociedad que nos rodea.
Que la Virgen Santísima al pie de la cruz nos asocie al misterio de la Pascua redentora de
Jesús.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú