Reclaman el cadáver de Cristo
Domingo de Pascua 2013 C
En una playa de Acapulco se acercó un reportero y le pregunto a uno de los jóvenes
que en ese momento esperaban su turno para recibir una buena dotación de
“chelas bien elodias” y que por cierto llevaba colgada una imagen de la cruz en el
pecho: “Joven, ¿sabía usted que Nicodemo y José de Arimatea acaban de ir con
Pilatos a reclamarle el cadáver de Jesús?” y sin pensarlo mucho, el joven
respondió: “Mire, lo mejor será que vaya usted directamente a la PGR. y ahí
seguramente le darán toda la información que necesita”. Así de un solo plumazo,
aquél muchacho se sumó a los millones y millones de seres a los que lo mismo les
da que Cristo haya muerto y que algunos influyentes hubieran reclamado el cuerpo
de Jesús y mucho menos si Cristo resucitó, lo único importante es recibir sus
cervezas, sentarse al borde del malecón y esperar el momento en que abran los
antros para poder continuar el día en medio de un ruido ensordecedor y que
llaman música, que impide cualquier otra consideración.
Ese es el drama de los cristianos que han echado fuera de sus vidas a Cristo, lo
mismo que en su propia época, pues cuando el espectáculo macabro que se vivió
en Jerusalén con la muerte de Cristo hubo acabado, las gentes se retiraron cada
uno a sus propias ocupaciones, los mismos discípulos también estaban tomando el
camino de regreso a sus hogares, los meros cuates de Jesús corrieron a encerrarse,
porque ser amigo de Jesús en esos momentos era sumamente peligroso, y la única
mujer que esperaba con ansia el regreso de su Hijo era María. Ya tenía las nuevas
sandalias y la túnica que había preparado con sumo cuidado, y en el horno tenía el
pescado, para que Cristo lo comiera asadito como le gustaba cuando él se sentaba
con ella y con una pequeña copa de vino. Ya volvería su Hijo. Él siempre había sido
muy cumplido, y en esta ocasión no podía fallar. Aunque nadie creyera, ella
volvería a decir que sí, que sí esperaba, que su fe estaba puesta en la promesa de
su Hijo, que creía contra toda esperanza, y que en su grande amor a su Hijo,
sostendría en sus apóstoles la esperanza cierta de verlo resucitado. Y el milagro se
hizo. Nadie fue testigo, nadie contempló ese momento, pero de que volvió, volvió, y
entre las primeras gentes que tuvieron la dicha de contemplarlo fue María. No podía
ser menos, pues ella fue compañera, amiga, testigo, maestra y sobre todo madre
para aquél hombre que fue creciendo y desarrollándose como uno más de los
habitantes de aquél humilde pobladito de Nazaret.
María se encontraba ahora en Jerusalén, y no temía salir a la calle por provisiones
para aquellos hombres a los que su hijo tanto amó y que ahora, comprensiblemente
temían ser aprehendidos y muertos como su maestro. Ella no los expondría por
ningún motivo.
El momento había llegado, y en la habitación de María, Cristo luminoso, radiante,
lleno de vida y de alegría, con las huellas visibles de los tormentos de la cruz, se
presentó el Salvador. Hubo un momento de desconcierto en que María no sabía si
arrodillarse, si besar sus pies benditos, pero Cristo la tomó, la abrazó y la colocó
sobre su pecho, como queriendo prolongar su amor, su cariño, y su agradecimiento
por aquella mujer admirable que supo arrostrar todos los peligros, acompañándolo
en aquellos momentos terribles de abandono de todos los suyos y sobre todo de
aquella soledad interior que lo consumía. Ahí había estado su madre. Fiel y de pie
junto a la cruz. No podía verla, sus dolores y la incómoda posición en la cruz se lo
impedían, pero la sentía cerca, cerca de su corazón. Ahora era el momento de
recompensarla, porque había creído en él y en aquellas horas de su permanencia en
el sepulcro, ella se había ocupado en los menesteres de sus amigos los apóstoles,
fomentando siempre la esperanza de que él volvería puntualmente para hacer a los
suyos testigos de su amor, de su perdón, dándoles al Espíritu Santo, para que
definitivamente, sin ninguna clase de temor, pudieran ir por el mundo como
testigos calificados de su resurrección.
Este día, cristianos, es el momento de gritar entusiasmados: “Que todo el mundo
se entere, el Cristo que los hombres mataron, el Padre lo ha resucitado y se
encuentra en nosotros, en la Eucaristía, en cada uno de los bautizados y en su
Iglesia. Aleluya”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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