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EN CAMINO
Segundo domingo del tiempo ordinario, ciclo “C”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
Fiesta de bodas
- Primera lectura: Is 62,1-5: Te llamarás “Preferida” y “Esposa”.
- Salmo Responsorial: 96(95): Canten al Señor un cántico nuevo.
- Segunda lectura: 1Cor 12,4-11: Hay diversidad de carismas, pero un solo Espíritu.
- Evangelio: Jn 2,1-11: Invitaron a Jesús y a sus discípulos al banquete de bodas.
Escribió Juan Arias en su famoso libro El dios en quien no creo: “No creo y nunca
creeré en el Dios que ponga luz roja a las alegrías humanas… en el Dios que no acepte una silla en
nuestras fiestas humanas… en el Dios que para hacernos felices nos ofreciera una felicidad divorciada
de nuestra naturaleza humana…”
Hago referencia a las palabras de este periodista y escritor español porque muchas
veces nos han presentado a un dios que gusta más de la amargura de los frustrados que
de la sonrisa de los felices. Muchas veces, cuando se habla de las cosas de Dios, se hace
referencia a rezos, templos, cofradías y archicofradías, procesiones, peregrinaciones,
etc., que, sin demeritarlas, no podemos decir que sean la única forma de unirnos a Él.
La teología tradicional nos ense￱￳ a diferenciar entre las “cosas del mundo” y “las
cosas de Dios”, con una interpretaci￳n muy errada del concepto “mundo” en el Nuevo
Testamento. La alegría, el baile, la música “profana” (así se solía llamar a las canciones
con un ritmo alegre y con una letra que no hablara de Dios), la economía, la sociedad, la
producción y el trabajo en general, eran consideradas como las cosas del mundo. Todo
lo que tuviera relación con el templo y con las actividades litúrgicas de la Iglesia eran
consideradas, como las cosas de Dios. De esta manera había historia sagrada e historia
profana, música sacra y música profana, personas consagradas (monjes, monjas,
sacerdotes, obispos, papa) y personas del mundo (el resto de los mortales); lugares
sagrados (templo, capilla, oratorio, convento) y lugares profanos (calle, plaza, casas, y el
resto de lugares).
Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús, no precisamente en el templo sino en una
fiesta. Tomando asiento en una de nuestras fiestas humanas más significativas: las
bodas. Es bueno aclarar que este evangelio es una creación literaria de la comunidad del
Discípulo Amado que pretende mostrar, no tanto un momento fortuito de la vida de
Jesús sino su manera de vivir ante Dios y ante los seres humanos.
No creo que Jesús haya sido un invitado aguafiestas que se sentara, verde de la
envidia, en un rincón de la casa a criticar a todo el mundo para esconder su propia
frustración. A criticar a la música por mundana; al baile, por estrambótico; y a las
fiestas, en general, por ser caldo de cultivo para el pecado. Creo, más bien, que
participó con plena libertad de la música, del baile, de la comida y de los cuentos que,
por cierto, le gustaban bastante, según lo muestran los evangelios. Por algo los
mojigatos y puritanos de la época lo acusaron de ser comilón y bebedor, amigo de
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publicanos y pecadores (Lc 7,34). Alguna razón tenía Henry Mencken cuando dijo que
“el puritanismo es ese molesto temor de que alguien en alguna parte sea feliz”.
¿María, Jesús y sus discípulos en las bodas de Caná estaban en las cosas de Dios o
en las cosas del mundo? Ese tipo de diferenciación no cabe aquí. Jesús nos revela su
obra salvadora en la vida cotidiana, en el día a día y en todo lo que compete a los
humanos. Nada de lo humano le fue indiferente. Por su medio Dios se revela en medio
de las cosas humanas; se hizo carne y puso su tienda entre nosotros.
El agua y las tinajas que los judíos utilizaban para los ritos de purificación
representan la religiosidad judía basada en el estricto cumplimiento de la ley religiosa, en
la práctica de los ritos de purificación y en la exagerada insistencia entre lo puro y lo
impuro, lo sacro y lo profano, el justo (cumplidor de la ley) y el pecador. Esa era una
religiosidad fría y aburrida que mostraba a un Dios lejano y carente de humanidad,
imagen y semejanza de los líderes religiosos judíos de su tiempo. Jesús mandó llenar de
agua las tinajas de piedra, las bendijo y las convirtió en un generoso vino para festejar la
Nueva Alianza con Dios. Esa es la propuesta de Jesús. Una vida religiosa alegre,
plenamente humana, capaz de compartir todas las realidades humanas con libertad y sin
el miedo infundado de caer en pecado por reírse o saltar de gozo.
El texto termina con estas palabras: “Ésta fue la primera obra reveladora de Jesús. Con ella
manifestó su gloria en Caná de Galilea, y sus discípulos creyeron en él.” La obra reveladora de
Jesús es la nueva propuesta para vivir ante Dios y ante los seres humanos, como en un
banquete de bodas. Con la misma alegría, ilusión, amor y entrega de los esposos.
Con esa primera obra reveladora manifestó su íntima relación con Dios: su gloria.
Mostró que la gloria de Dios es la felicidad del ser humano. Que Dios se gloría no tanto
con los ritos de purificación y toda la parafernalia religiosa judía, sino con una
humanidad alegre, festiva y sonriente. Esa es la misma temática que maneja Isaías en la
primera lectura cuando anuncia el desposorio del Dios con su pueblo: “La alegría que
encuentra un marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.
El objetivo de los autores del Evangelio de Juan fue que sus lectores creyeran en
Jesús. Creer en Jesús no es la aceptación de los dogmas desde la razón, sino el camino
con Él hasta conocerlo y aceptarlo como Mesías y Salvador. Cuando los discípulos
caminaron con Jesús, conocieron su obra y vieron la gloria de Dios en Él, entonces le
creyeron. Se convencieron de que ese era el camino para la salvación y que Él era
enviado y el ungido de Dios.
¿Somos de verdad discípulos de Jesús? ¿En nuestro camino con Él hemos visto su
gloria? ¿Realmente creemos en Él? ¿Vemos hoy la obra reveladora de Dios en nuestra
vida? ¿Es nuestra vida religiosa y nuestra vida en general, un encuentro gozoso con
Dios y con los hermanos? ¿Compartimos con los demás un generoso vino que alegra el
corazón y hace amorosos a los seres humanos o repartimos el vinagre de nuestra propia
amargura y amargamos la vida de los demás? ¿Nos acercamos a los demás cuando se les
acaba el vino, y tratamos de acompañarlos hasta que vean transformada el agua en vino,
como lo hizo María? ¿Nuestras celebraciones son encuentros gozosos con Dios y con
los hermanos? ¿Imaginamos a María como una mujer solitaria y ensimismada en sus
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Oración
Señor Jesús, hermano, amigo y salvador nuestro. Te damos gracias por tu grandeza
humana manifestada en la cotidianidad de la vida. Tú hiciste con grandeza las cosas
pequeñas de cada día. Te integraste con sabiduría y amor en todas las realidades
humanas y allí revelaste el amor del Padre que se gloría en nuestra felicidad. Tú llevaste
una vida totalmente limpia ante Dios y compartiste con entera libertad con todos los
seres humanos. Ayúdanos a vivir siempre libres para amar, a compartir fraternalmente
con nuestros hermanos y a vivir con intensidad y alegría nuestra vida.
No permitas, Jesús, que nuestras celebraciones litúrgicas se tornen frías y alejadas de
la realidad. Que cada encuentro litúrgico sea una fiesta gozosa en la cual manifestamos
y renovamos nuestra fe, nos comprometemos contigo y tomamos fuerzas para seguirte
con sinceridad y alegría. Amén.
oraciones o creemos que se integró libremente a la alegría de la boda, como lo hizo
Jesús?