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EN CAMINO
2do domingo de cuaresma, ciclo “C”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- Primera lectura: Gn 15, 5-12.17-18: Te doy descendencia y tierra para vivir.
- Salmo Responsorial: 26: El Señor es mi luz y mi salvación.
- Segunda lectura: Filp 3,17-4,1: Muchos se muestran enemigos de la cruz de Cristo.
- Evangelio: Lc 9,28-36: Éste es mi Hijo, mi elegido. Escúchenlo a él.
Un Cristo sin cruz – Transfiguración
Un Cristo sin cruz: Pablo, en la carta a los Filipenses que leemos hoy, denunció
la actitud de muchos cristianos que con su manera de proceder se mostraban enemigos
de la cruz de Cristo. ¿Cuándo somos enemigos de la cruz de Cristo?
A muchos grupos cristianos les molesta la cruz porque, según ellos, es signo de
maldición, ya que el libro del Deuteronomio dice: “Si un hombre, culpable de algún delito que
merece la muerte, ha sido ajusticiado y colgado de un árbol, su cuerpo no pasará la noche colgado, sino
que lo enterrarás el mismo día, porque un colgado es maldición de Dios” (Dt 21,22-23ª).
Otro grupo porta en el pecho la cruz como un elemento de lujo o como una
especie de amuleto para la protección. Con mucha frecuencia se ve a las personas
signarse con la cruz en diversos momentos: al empezar un camino, cuando se va a
cerrar algún negocio (así haya trampa de por medio), en el momento de presentar un
examen o una entrevista, etc. Muchas veces se portan cruces y se hacen signos, sin
alguna vinculación real con la cruz de Cristo.
Por lo general nos gusta más una vida cristiana chévere, tranquila y sin mucho
compromiso real. “Tranquilo, cógela suave”, suele repetir mucha gente. Porque nos gusta
más el Cristo superestrella, el Padre bonachón y el Espíritu Santo que calienta el
corazón. Cristo sí, pero la cruz de Cristo nos asusta.
Caemos muchas veces, en lo que Von Hepher llamó la gracia barata. Para este
teólogo protestante la gracia barata es el más grande y mortal enemigo de la Iglesia. Se
manifiesta en el perdón sin arrepentimiento ni deseo sincero de cambio, en los
sacramentos sin proceso y en una fe tibia y sin compromiso real con Jesús. Detrás de la
gracia barata se presenta la imagen de un dios abuelo, bueno, manso y alcahuete de sus
nietos.
Cuando hablamos de personas comprometidas, a veces pensamos que son
aquellas que van a todos los grupos de la parroquia y no se pierden la movida de una
banca. Otros piensan que tomar la cruz de Cristo es aceptar de manera pasiva los
dolores de cada día: un marido irresponsable, unos hijos malcriados, un jefe injusto, un
gobierno corrupto… y todo con la “paciencia” de los borregos.
Pero eso de aguantar y dejar que las cosas sigan su curso; eso de dejarle todo a
Dios para que al final castigue a los malos y premie a los buenos, es un somnífero
peligroso que utilizan muy bien quienes saben explotar a los “creyentes” incautos.
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Tomar con gallardía las cruces, incomodidades y dolores de cada día, sí. No se
trata de evadir la realidad sino de reconocerla, enfrentarla y asumirla para mejorarla, no
sólo con fuerza humana sino también con la gracia de Dios. Se trata de tomar
conciencia de mi realidad interna y externa, de mi ser y quehacer, y de asumir el riesgo
que implica el compromiso de la causa de Jesús. Porque una cosa es decir Señor, Señor,
que a nadie le trae problemas, y otra cosa es asumir su camino y trabajar por su causa
que tal vez nos ponga en apuros.
No se trata de buscar el dolor sino de asumirlo cuando llegue como consecuencia
del trabajo por el Reino. Es peligroso y equivocado exaltar la cruz por sí misma y el
dolor por el dolor. No toda cruz es la de Cristo, no toda cruz es salvadora. La cruz de
Cristo presupone el seguimiento y la participación en su misión redentora. Tomar la
cruz es seguirlo hasta las últimas consecuencias, incluidas la persecución y la muerte.
Aunque no toda persecución y muerte es por Cristo. No se trata de los perseguidos por
cualquier causa, sino por la causa de la justicia, por la causa de Jesús.
Muchas veces nuestra vida religiosa se limita a pedir favores para satisfacer
nuestras necesidades reales o creadas, sin alguna vinculación con el camino de Jesús.
Como cuando “amamos” a alguien con un móvil egoísta, solamente por lo que nos
pueda ofrecer esa persona: “Ya se lo había dicho yo muchas veces y ahora se lo repito con lágrimas
en los ojos: hay muchos que con su manera de proceder se muestran enemigos de la cruz de Cristo. Ellos
no tienen otro paradero que la perdición, su dios es el estómago, y se sienten muy orgullosos de cosas que
deberían avergonzarlos. No piensan más que en las cosas de la tierra.” (Fil 3,18-19).
Aquí no se invita a olvidarnos de las cosas de la tierra ni a andar como zombis,
sino a superar al hombre cargado de miedos, egoísmos, avaricia y de todo aquello que
nos impulsa a ser rastreros y mezquinos con los demás seres humanos. A trabajar con
todo nuestro ser por un mundo nuevo y mejor, más humano, más solidario, más digno
y feliz. Así seremos ciudadanos del cielo. Los ciudadanos del cielo no son quienes
desprecian este mundo para entrar como ángeles al paraíso, sino quienes dan lo mejor
de sí mismos para hacer realidad desde ahora ese paraíso, con el peligro que eso pueda
traer.
Transfiguración: los evangelistas nos presentan a Jesús como un hombre muy
activo: un hombre que predica, sana, escucha, camina e invita al seguimiento. Un
maestro que enseña con parábolas, con discursos, con preguntas, silencios y, sobre todo
con su vida. Un hombre activo pero no superficial. Detrás de ese hombre activo y
luchador había un ser humano con una alta calidad y una constante comunicación con
Dios, un hombre de profunda oración.
Jesús subió a la montaña para orar con tres de sus discípulos más cercanos. La
montaña es signo del encuentro con Dios. Otras veces lo hizo solo, esta vez lo hizo
acompañado. Iban de camino a Jerusalén y sacaron un espacio para orar. Había una
sensación agridulce en los discípulos. Alegría por estar con el Mesías prometido, pero
asustados por lo que “les iba pierna arriba”, debido al peligro que implicaba seguir el
camino de Jesús. Él lo había anunciado: “ El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser
rechazado por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo
condenarán a muerte, pero tres días después resucitará.” (Lc 9,22).
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Jesús vivía desde ya su pasión. Camino a Jerusalén, sabía que las cosas no iban a
ser fáciles. Pero no podía regresar, tenía que continuar y ser fiel a Dios, a su pueblo y a
su causa. La transfiguración, más que un espectáculo, es un destello de luz en medio de
la oscuridad, una voz de esperanza en medio de la persecución y el miedo al fracaso.
Manifiesta que la victoria se hace presente en el camino de la cruz, y que la cruz y la
muerte no tienen la última palabra. Que la ruidosa victoria de quienes imponen con
sevicia cruces a otros seres humanos, para defender sus intereses, no durará para
siempre.
Lucas nos presenta dos personajes claves en la historia del pueblo de Israel:
Moisés, líder del éxodo y a quien se atribuye la promulgación de la ley de Dios, y Elías,
precursor del profetismo. La ley y los profetas. Lo cual garantiza que el trabajo de Jesús
está avalado por toda la tradición del pueblo de Israel y por el mismo Dios que hizo
historia con él. Jesús hablaba con estos dos personajes, es decir, estaba en
comunicación constante con ellos.
Con la figura de Moisés presente en el diálogo, Jesús es mostrado como el
promotor de un nuevo pueblo y el constructor de una nueva humanidad. Para ello es
necesario vivir un nuevo éxodo de salvación; enfrentar el Mar Rojo y un inmenso
desierto con todas sus amenazas, y caminar hacia “la tierra prometida”, impulsados por
la gracia de Dios, y conducidos por una nueva Ley: el Amor misericordioso. Con la
figura de Elías se recoge la tradición profética del pueblo, y toda su lucha a favor de la
justicia y el derecho para tantos empobrecidos a quienes los poderosos condenaban a
vivir indignamente. Las causas de Moisés y Elías asumidas por Jesús, lo pusieron en
conflicto con el poder corrupto de su época.
Por eso, Moisés y Elías hablaban sobre la muerte de Jesús que sería consumada en
Jerusalén, centro del poder. Ante el peligro inminente de la muerte que representaba
continuar el camino, Pedro quiso evitarlo: “Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Vamos a
hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Pero nos dice el evangelista
que “ no sabía lo que decía”; es decir, que no había comprendido el camino de Jesús.
Vuelve y juega lo mismo que denunciaba Pablo en la carta a los Filipenses: Cristo sí, la
cruz no.
En esta tentación de Pedro hemos caído muchas veces en la Iglesia, cuando
convertimos la oración en una válvula de escape por temor a enfrentar la realidad de la
vida, con sus riesgos y todo; cuando buscamos a Cristo, pero no estamos dispuestos a
asumir su causa con sus consecuencias: la cruz. Cuando nos dejamos invadir por el
miedo a enfrentar el mundo y a buscar cambios, y nos refugiamos en el antiguo sofisma
de distracción: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.
A veces los compromisos y los deseos por un mundo mejor se quedan en una
falsa promesa de momento. Cuando logramos cierta estabilidad corremos el riesgo de
instalarnos y anquilosarnos en nuestros puestos. Entonces, para defender nuestro
pellejo renunciamos a todo aquello por lo cual decíamos luchar y dar la vida. Caemos
en la tentación de Pedro: nos “enchozamos” y, adiós utopías; adiós, grandes ideales;
adiós, servicio; adiós, entrega; adiós, cruz; y por lo tanto, adiós, Cristo y adiós,
Evangelio.
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Constantemente, tenemos la tentación de Pedro y también constantemente
tenemos la invitación del Evangelio: “Este es mi hijo elegido, escúchenlo.” Es preciso que
todos los días nos dejemos invadir por la nube, es decir, por la presencia de Dios que
nos impulsa a seguir el camino de Jesús. Necesitamos una profunda experiencia de
oración, no para enchozarnos y huir de la realidad, no para refugiarnos porque tomar la
cruz nos aterra, sino para tomar fuerzas y vivir nuestro propio éxodo, en el cual
enfrentemos todo aquello que condena al ser humano a vivir esclavizado. Con la cruz
de Cristo hacia la resurrección y la vida, hacia la victoria final.
Oración
Padre y Madre Dios, fuente de vida y de salvación, origen y meta de nuestra vida.
Te damos gracias por la Alianza que realizaste con Abraham, con el pueblo de Israel y
con toda la humanidad. Tú nos diste la tierra para vivirla, cultivarla y trabajarla. Tú
bendices nuestro trabajo cotidiano y nos das abundantes frutos para recoger, compartir
y disfrutar. Haz, Señor, que nosotros cumplamos a cabalidad esa alianza de vida y de
libertad. Que sepamos trabajar con un espíritu firme, noble y sereno, con energía,
confianza y alegría porque Tú siempre nos bendices abundantemente. Infunde en
nosotros una conciencia ecológica que nos ayude a hacer nuestro el clamor de nuestra
madre tierra y danos la capacidad de trabajar para protegerla. Concédenos la sabiduría
para desarrollar proyectos auto sostenibles que cuiden esta casa común que nos diste
con amor.
Señor Jesucristo, amigo, hermano y salvador nuestro. Te damos gracias por toda
tu entrega, tu lucha, tu trabajo decidido, generoso y fiel hasta las últimas consecuencias.
Nos unimos a Ti, a tu camino de salvación, a tu trabajo por el Reino de Dios y su
justicia, y a tu cruz, como consecuencia del compromiso contigo. Nos unimos, como
Tú, a toda la tradición histórica del pueblo de Israel, a Moisés y a Elías. Nos unimos
también a todos los hombres y mujeres que a lo largo de la historia humana, han
marcado camino de verdadera libertad y madurez, de auténtica espiritualidad y
comunión en el amor.
Señor Jesús, transfigúranos a tu imagen y haznos, como tú, auténticos hijos en
nuestra manera de hablar y de obrar. Que la fuerza de tu Espíritu nos conduzca siempre
y nos dé la capacidad de escucharte, seguirte y ser testigos de tu salvación. Que la gracia
de tu Espíritu nos dé la fuerza para enfrentar y salir victoriosos de todos nuestros
obstáculos, para gloria tuya y bien nuestro. Todos nuestros anhelos, sueños e ilusiones
las presentamos con confianza a Ti, que amas e invitas a amar, que recibes la vida del
Padre y la comunicas por medio del Espíritu, por los siglos de los siglos. Amén.