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EN CAMINO
5to domingo de cuaresma, ciclo “C”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- Primera lectura: Is 43,16-21: Ahora voy a hacer algo nuevo.
- Salmo Responsorial: 125: Vuelven cantado, trayendo sus gavillas.
- Segunda lectura: Flp 3,8-14: Ganándolo a él, para mí el resto es basura.
- Evangelio: Jn 8,1-11: Yo tampoco te condeno.
Recordar lo antiguo - Yo tampoco te condeno
Recordar lo antiguo: una tendencia que no deja crecer a las personas o a las
instituciones, es hacer siempre lo mismo porque eso ha funcionado así por mucho
tiempo. ¿Para qué cambiar las estructuras de la Iglesia si han funcionado por tantos
años? ¿Para qué cambiar las estrategias en la pastoral, si las hemos mantenido por tanto
tiempo? ¿Para qué cambiar los equipos de una fábrica, la diagramación de una revista, el
estilo de un noticiero, la programación de un canal o algo tan sencillo como la
decoración de un apartamento, si con esa fórmula han funcionado bien las cosas? ¿Para
qué cambiar la pedagogía, la política, la teología… en fin… para qué nos complicamos
tanto?
El primer domingo de Cuaresma hablábamos de la memoria histórica y su
importancia en nuestra vida de fe, tanto a nivel personal como colectivo. Como un
complemento de esta reflexión, el profeta Isaías, en el texto que hoy leemos, invita a sus
lectores a no quedarse en el pasado.
Es muy importante hacer memoria de los acontecimientos históricos, pero no
para quedarnos ahí, ni para vivir de ellos, como quien añora el pasado por aquello de
que “todo tiempo pasado fue mejor.”
El profeta se refiere específicamente a los acontecimientos del Éxodo que deben
ser recordados, no para quedarse en el pasado sino para hacer otro éxodo de salvación.
Porque recordarlos simplemente como unos datos históricos y seguir en lo mismo es
una tontería. Dios se sigue manifestando en nuestra historia y es preciso descubrir su
presencia entre nosotros para dejar atrás algunas realidades negativas, otras buenas que
podrían ser superadas y para abrirnos a una nueva experiencia con Él.
Muchas personas, tras una pérdida, se quedan ahí ancladas y no logran superar el
dolor. Se acabó el matrimonio, se acabó la empresa, se fueron los años, se murió el ser
querido, cambio de época, época de cambios… y muchos se quedan lamentándose por
la leche derramada y, tal vez, culpando a los demás por sus desgracias, y terminan
llevando una vida mediocre y amargada.
Por supuesto que necesitamos recordar para aprender las lecciones de la historia,
sabia maestra. Pero no podemos quedarnos recordando lo antiguo y lamentándonos de
lo bueno que vivíamos antes. Por supuesto que necesitamos evaluar por qué tuvimos
fracasos, ruinas, muertes y demás pérdidas, pero necesitamos una actitud mental de
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avanzada. La vida continúa y necesitamos seguir escribiendo nuestra historia de
salvación en medio de las cosas que nos incomodan, sabiendo que contamos con el
Dios de la vida que hace brotar agua del desierto: “No se queden recordando lo antiguo, no
piensen en cosas del pasado, ahora que voy a hacer algo nuevo; ya se vislumbra, ¿no lo perciben? Voy a
abrir un camino en el desierto, y ríos que lo rieguen.” (Is 43,18-19).
Yo tampoco te condeno: a la religión, así como a todo lo que atañe al ser
humano, no la podemos desligar de las realidades propias de su tiempo. Es claro que la
Ley de Dios buscaba la construcción de un pueblo armonioso, digno, libre y justo ante
Dios y ante los demás seres humanos. Pero no podemos aplicar la Ley de manera
irracional, sin tener en cuenta las reales necesidades del ser humano de hoy y los aportes
de las ciencias modernas. No podemos desconocer que la Ley fue promulgada para una
cultura antigua, patriarcal y androcéntrica (centrada en el varón), muy diferente a la
nuestra. Hace casi dos mil años, Jesús encontró algunos elementos que necesitaban
replantearse para seguir fieles a Dios, que se gloría en la salvación del ser humano. Nos
corresponde a nosotros hacer nuestro propio discernimiento.
Para el tema que nos interesa hoy, la Ley mandaba apedrear a la mujer que no
llegara virgen al matrimonio (Dt 22,13ss), pero con respecto al varón no tenía
prescripción alguna. El marido podía tener relaciones sexuales con todas las mujeres
que quisiera; el problema era cuando las tenía con una mujer casada, pues se
consideraba una deshonra para el marido de esa mujer. Si se descubría este delito los
dos debían morir (Dt 20,10ss. 22,22). El énfasis no lo ponían en la dignidad de la mujer,
sino en la afrenta contra su marido.
Algo no estaba bien y necesitaba ser replanteado. Por una parte la Ley estaba
claramente a favor del varón, y por otra, maximizaba la falta sexual, a tal punto de
ocultar otras faltas más graves y perjudiciales para el ser humano.
El evangelio que hoy leemos nos presenta la escena de una mujer sorprendida en
adulterio. Quienes la acusaban y querían matarla por ese pecado, no se preguntaron las
circunstancias del hecho. No les interesó saber cómo la trataba el marido, qué
insatisfacción, vacío afectivo o desajuste emocional podría tener ella. Simplemente fue
sorprendida en el mismo acto de tener relaciones sexuales ilícitas y, por lo tanto, debía
morir.
¡Claro! ¡Un pecado mortal!, ¡una abominación!, podría decir alguien. Pero, sin
pretender ocultar la frustración y el conflicto que vienen tras una sexualidad
desordenada, muchas veces se exagera cuando se juzgan y se castigan severamente las
faltas sexuales, mientras se dejan pasar muchas actitudes que denigran más la dignidad
humana.
Muchas personas se sienten puras porque no cometen “delitos” sexuales, pero
viven llenas de envidia, codicia, injusticia, ambición, y explotación. ¿De verdad
podríamos decir que son puras por no cometer “delitos” sexuales, aun si son
usurpadores del bien ajeno, cómplices de injusticias e indiferentes ante el sufrimiento
humano?
Un gran número de personas maneja la siguiente relación:
- Malos pensamientos = pensamientos sexuales.
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- Malos deseos = deseos sexuales
- Deseos impuros = deseos sexuales.
- Una pecadora pública = una prostituta.
- Dos personas pecaron = dos personas tuvieron relaciones sexuales.
- Sexo = Pecado. ¡Qué horror!
Claro que una sexualidad desordenada trae muchas frustraciones, pero es preciso
tomar conciencia de que hoy como ayer, se sigue maximizando el castigo a los “delitos
sexuales” y se olvidan otras faltas que hacen mucho daño a las personas y a los pueblos.
En el caso del evangelio de hoy quienes acudieron a Jesús no lo hicieron para
consultarlo, ni para aprender algo de su nuevo camino para encontrar a Dios y su forma
de aplicar la Ley. Para los acusadores todo estaba muy claro: la mujer debía morir
porque había pecado gravemente. La mujer y Jesús no interesaban para ellos. Sólo
querían aliviar con la violencia sus deseos reprimidos, esconder sus propias falencias,
mostrarse puros, y ponerle una trampa al hombre de Nazareth para tener de qué
acusarlo. Si él aprobaba la muerte, se contradecía a sí mismo y su lenguaje de
misericordia. Si la desaprobaba se ponía en contra de toda una institución poderosa y lo
podían acusar de complicidad. Jaque mate: con cualquier respuesta perdía.
Él se inclinó y empezó a escribir en el suelo. No se sabe exactamente qué significa
ese signo, aunque los escrituristas prefieren suponer que el evangelio quiere manifestar
una actitud desinteresada por parte de Jesús, ya que Él vino a dar vida y no a juzgar ni a
condenar (Jn 3,16-17; 10,10).
Jesús no discutió la veracidad de la acusación y fue más allá. Supo descubrir la
bajeza humana de quienes se creían santos y con autoridad para dar muerte a una
pecadora, motivados por el falso afán de hacer justicia. Supo revisar la Ley de Dios que
podía y debía ser actualizada.
“ᄀEl que no tenga pecado, que le tire la primera piedra!” dijo, y se volvió a inclinar para
escribir en el suelo. Estas palabras de Jesús no pueden ser una excusa para no corregir a
nuestros hijos, alumnos o hermanos, ni menos para quitar todo tipo de acción judicial
contra los delincuentes reales, cuando lo ameriten las circunstancias. Eso hay que
hacerlo, sin decir que los encargados de corregir las conductas personales o sociales
tengan que ser santos, aunque no deben comportarse como dioses, dueños del bien y
del mal (Gen 3,1ss).
Se fueron todos y quedó Jesús sólo con la mujer, que seguía allí delante. De esta
manera los acusadores se convirtieron en acusados. Muy valientes para descubrir y
combatir los pecados de los demás, pero cobardes e incapaces de descubrir y enfrentar
los propios.
A la mujer le habló como Él mejor sabía hacerlo: con misericordia. La importancia
que le negó a los acusadores, se la dio a la mujer, pues ella necesitaba una palabra
certera para la ocasión. No la condenó como persona, pero tampoco la felicitó por su
falta. Creyó en ella y en su capacidad de conversión y la invitó a no volver a pecar.
“Entonces se incorporó y le preguntó: ‘Mujer, ¿dónde están? ﾿Nadie te condenó?’ Ella respondió:
‘Nadie, Señor’. Jesús le dijo: ‘Pues tampoco yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques
más’.”
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Revisemos nuestra vida a la luz de esta palabra. ¿Cómo reaccionamos ante las
fallas de las demás personas y cómo lo hacemos ante las nuestras? ¿He sentido el índice
de alguna persona o institución que me acusa y la misericordia de Dios que no me
condena pero me invita a la conversión? ¿Cómo va mi camino de conversión?
Oración
Señor Jesús, te damos gracias por tu voz firme y serena, siempre a favor de la vida,
de la dignidad de las personas, especialmente de los menos favorecidos por el sistema.
Te damos gracias por tu testimonio de auténtico amor misericordioso que ataca el mal y
defiende a la persona y a su propia felicidad.
Delante de Ti reconocemos que, sintiéndolos libres de pecado, algunas veces
hemos juzgado a los demás. Delante de Ti reconocemos que necesitamos purificar
muchas cosas de nuestra vida. Danos un corazón generoso para mirar los errores de los
demás y comprenderlos, un corazón puro para amar con libertad, un corazón fuerte e
incorruptible para asumir la vida con entereza.
Ayúdanos a estar atentos para no caer en las actitudes bajas y deshonestas de
quienes pretenden mostrarse puros al acusar y condenar a los demás. Ayúdanos a
enfrentar y superar nuestra propia fragilidad e impureza humana. Danos la fuerza de tu
espíritu para vivir, pensar, sentir y hablar como Tú, siempre a favor de la vida, de la
auténtica libertad y felicidad.
Ayúdanos a superar los fracasos, las pérdidas y los dolores de nuestra vida. Que
nos quedemos recordando obsesivamente las heridas del pasado, porque Tú tienes la
capacidad de hacer en nosotros nuevas todas las cosas, de reeditar nuestra historia y
hacer de ella una historia de salvación con un sentido nuevo y un final feliz. Creemos
en Ti y en la vida que nos comunicas del Padre. Creemos en Ti y en la acción de tu
Espíritu que nos conduce a la verdad plena. Creemos en Ti, en tu Palabra de Vida
eterna, en tu amor, en tu presencia vida, dadora de alegría y de plenitud. Amén.