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EN CAMINO
Sábado Santo de Gloria
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- Primera lectura: Gn 1,1-31; 2, 1-2: Y vio Dios que todo era bueno.
- Salmo Responsorial: 103 o Sal 32: La misericordia del Señor llena la tierra.
- Segunda lectura: Gn 22,1-18: No alargues la mano contra tu hijo.
- Salmo responsorial, 15: Protégeme, Dios mío, me refugio en ti.
- Tercera lectura: Ex 14,15-15,1: Pasaron por medio del mar a pie enjuto.
- Himno del Éxodo - responsorial Ex 15,1s: Cantemos al Señor, sublime su victoria.
- Cuarta lectura: Is 54,5-14: El Señor que te hizo te tomará por esposa.
- Salmo responsorial, 29: Cambiaste mi luto en danzas.
- Quinta lectura: Is 54,5-11: Semilla para sembrar y pan para comer.
- Himno de Isaías – responsorial Is 12,2-2.4bcs.5-6: Confiaré y no temeré.
- Sexta lectura: Bar 3,9-15.32-4,4: Camina a la claridad y el resplandor del Señor.
- Salmo responsorial 18: La Ley del Señor es perfecta.
- Séptima lectura: Ez 36,16-28: … les daré un corazón de carne.
- Salmo responsorial: Sal 41 y 50: Tengo sed de Dios… crea en mí un corazón puro.
- Octava lectura: Epístola: Romanos 6,3-11: Resucitaremos con él.
- Salmo responsorial, 117: La piedra desechada es ahora la angular.
- Evangelio: Mt 28,1-10 / Mc 16,1-7 / Lc 24,1-12: Ha resucitado.
La resurrección
La liturgia de esta noche está dividida en cuatro partes: El fuego, las lecturas, el
bautismo y la Eucaristía. Toda la liturgia está celebrada con una convicción profunda:
resucitó el Señor.
La fiesta de la luz: iniciamos la celebración con el fuego que disipa las tinieblas.
La muerte es una realidad innegable. Entendida la muerte no sólo como el último
suspiro de un ser vivo, sino como una realidad que reina muchas veces en el interior del
ser humano y en toda nuestra humanidad. La historia humana se ha visto muchas veces
dominada por las tinieblas y la muerte; es decir, por experiencias de esclavitud, dolor y
desesperanza .
La fiesta de luz anuncia una Buena Noticia: las tinieblas no tienen la última
palabra. Quienes mataron a Jesús no lo vencieron para siempre. Una vez resucitado por
el amor del Padre aparece como un nuevo sol que nace de lo alto para alumbrar a los
que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino
de la paz (Lc 1,79).
El signo más auténtico de la resurrección de Jesús no es precisamente la imagen
de un hombre vuelto a la vida con las mismas características espacio-temporales. Es el
Cirio Pascual. Después de la bendición del fuego se enciende el Cirio y desde allí se
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distribuye para todo el pueblo, lo cual significa que todos los participantes deben
resucitar a una nueva vida a partir de la resurrección de Jesucristo.
Por último, un miembro de la comunidad canta el pregón pascual, un cántico
festivo cargado de mucha significación. Expresa con las palabras lo que la comunidad
experimenta con la fiesta del fuego nuevo. Que la luz de Jesús disipa las tinieblas, que
los seres humanos tenemos una nueva oportunidad, que el amor vence al odio, y la
indulgencia, a la venganza.
La historia de Salvación: los textos que hoy leemos son una breve síntesis de la
historia de salvación desde la perspectiva judeocristiana.
Tenemos dos lecturas del libro del Génesis. En el texto de la creación se descubre
la voluntad de Dios para crear todas las cosas de la nada, inclusive al ser humano. El
primer acto salvífico de Dios para con el ser humano es crearlo. El ser humano recibe
de Dios su vida y la tierra para que la administre, la cuide, crezca y se multiplique en
ella. No es dueño de la vida, no es dueño de la tierra, pues sólo Dios es dueño. Cuando
el ser humano le usurpa el puesto a Dios vienen el desorden y el sufrimiento.
El segundo texto del Génesis es del sacrificio de Isaac que proponía una nueva
experiencia religiosa a los habitantes de Canaán. Se trataba de dar un giro a la forma
como daban culto a Dios. La nueva experiencia religiosa elimina totalmente los
sacrificios humanos y los reemplaza por los sacrificios de animales, pues nadie en el
nombre de Dios, tiene derecho a levantar su mano contra otro ser humano. Invita a
confiar más en la voluntad salvífica de Dios y en la forma como conduce la historia. A
asumir los cambios necesarios para ser fieles a Dios y al ser humano y a manifestar la fe
con la vida, más que con los ritos.
El texto del Éxodo (lectura e himno responsorial) presenta el paso por el Mar
Rojo, como signo de la superación del peligro y de la muerte, encarnada en el faraón y
en su ejército. Dios vio el sufrimiento de un pueblo esclavo, escuchó sus clamores, se
puso de su parte y lo liberó de manera prodigiosa. La acción de Dios siempre es
liberadora de todo tipo de opresión.
Isaías nos presenta cómo Dios mete su mano para salvar al pueblo, de nuevo en
problemas. Las palabras de Is 14,3ss fueron pronunciadas con ocasión de la muerte de
un rey asirio. En este texto son aplicadas a la ruina de Babilonia, símbolo de la
ignominia que había vivido el pueblo cuando estuvo sometido a este imperio, salvaje
como todos los imperios. Tarde o temprano los imperios caen y, con ellos, los hombres
endiosados que destrozan a los pobres. Lo único que continúa imbatible es la voluntad
salvífica de Dios para todos los seres humanos. Así muchas veces se desvíe, la historia
de salvación no se detiene porque Dios lleva el timón.
Isaías 54,5-14 introduce la figura del matrimonio para comparar la relación de
Dios con su pueblo; Dios, como esposo fiel, rescata a su esposa, se desposa con ella, la
hace suya, reconstruye su vida y le pide vivir en la justicia, para no caer de nuevo en la
opresión. El capítulo 55 es el último del segundo libro de Isaías. Aquí se simboliza la
relación de Dios con la humanidad con un banquete gratuito. Dentro de ese gran
banquete está la Palabra de Dios, como una fuerza capaz de transformar la vida
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humana. La Palabra ha de ser procesada y vivida en el interior del ser humano, de
manera que continuamente se vean los frutos: pan para comer y semilla para sembrar.
Ezequiel 36 presenta el reclamo de Dios por la infidelidad del pueblo y su
indignación por la profanación que las naciones han cometido con su tierra. El profeta
dice que el pueblo tiene un corazón de piedra y promete que Dios lo va a transformar
en un corazón de carne. El corazón es símbolo del lugar desde donde brotan los
sentimientos humanos y todo lo que hace actuar al ser humano. Su moral, su ética, su
manera de vivir consigo mismo, con Dios y con los demás. Tener un corazón de piedra
es ser duro con los otros. En un corazón de piedra reinan la indiferencia, la maldad, la
injusticia, el egoísmo y está siempre cerrado al amor del hermano y al amor de Dios. En
cambio, la persona con un corazón de carne deja que Dios y los demás seres humanos
lleguen a su vida, hace suyo el dolor ajeno, se indigna ante la injusticia y trabaja por un
mundo mejor. Un gran fruto de la vivencia de la Pascua es abrir el corazón para que la
gracia de Dios lo vuelva dócil; de manera que pueda contemplar y disfrutar de todo lo
bueno y lo bello tiene la vida y ser sensible ante al dolor del prójimo.
La epístola a los romanos se lee después de cantar el Gloria que exterioriza la
alegría de la resurrección. Pablo invita a la comunidad cristiana a morir con Cristo para
resucitar con Él. Es necesario morir a todo aquello que nos aleja del amor de Dios y de
los hermanos. Muriendo a aquello que nos minimiza como humanos podemos nacer a
una vida nueva en el agua y el Espíritu. Eso es el bautismo: morir con Cristo para
resucitar con Él. El bautismo no es sólo el momento concreto del rito. Es la vida
incorporada a Cristo, comprometida con su causa y dispuesta a darlo todo como Él lo
hizo. ¡Claro que en el bautismo nos hacemos hijos de Dios! Pero no tanto porque
recibimos el agua, y mucho menos porque tenemos entre manos una partida, sino por
la vivencia del sacramento. Porque ser hijo de Dios es hacer la obra de Dios. En la
renovación de las promesas bautismales, vale la pena hacer énfasis en este aspecto.
¿Hacemos la obra de Dios, es decir, somos realmente sus hijos?
El Salmo 117 es un salmo festivo de acción de gracias. A él volveremos en varias
oportunidades durante la celebración de la Pascua. A este salmo se le hace una lectura
desde la resurrección de Jesús y se ve en Él la piedra desechada por los sabios de este
mundo, convertida por Dios en piedra angular. A partir de esa piedra angular se puede
edificar una nueva persona, una nueva familia, una nueva comunidad y una nueva
humanidad.
Los evangelios que compartimos en los tres ciclos: Mt 28,1-10 ciclo A, Mc 16,1-7
ciclo B y Lc 24,1-12 ciclo C tienen un mismo mensaje que se constituye en el motivo
por el cual nos reunimos esta noche: AQUEL QUE MATARON, HA
RESUCITADO.
Porque no se trata de cualquier muerte ni de cualquier resurrección. Se trata de
Aquel que mataron porque la sociedad judía, manipulada y dominada por sus
representantes, lo consideró un loco peligroso, un falso profeta, un endemoniado que
tenía el poder de Belcebú, alguien que ponía en peligro la pureza de la religión y la
estabilidad de la nación (Jn 11,49-50). Y lo mataron en nombre de Dios, como algo que
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se debía hacer para defender su dignidad, la sana doctrina y la estabilidad del pueblo. Y
lo sacaron de la ciudad, lo consideraron una escoria, una fruta podrida y peligrosa, un
maldito que no merecía seguir respirando: “porque Dios maldice al que cuelga de un árbol
(madero)” (Dt 21,23).
Se trata de aquel que la sociedad romana, representada por Pilato y su poderoso
ejército, consideró un bandido peligroso porque con su enseñanza y su vida ponía en
peligro el sagrado poder de los césares. Aquello que sostenía los privilegios insultantes
de los ciudadanos romanos y una vida miserable para las colonias: el sistema esclavista
de producción, los impuestos, el comercio manipulado y todo el sistema de represión,
así como la mentalidad subyugada y desesperanzada de los muchos de sus paisanos.
Confesar que Jesús, el crucificado por los poderes religioso y político, resucitó es
afirmar que Dios Padre, dador de vida, deja sin piso la sentencia dada por estos dos
“sagrados poderes” a la cabeza de sus representantes. Es desenmascarar la corrupción y
toda la bajeza humana de quienes, en nombre de Dios, o de los dioses, pretendían
administrar justicia y conducir los destinos de una nación. Este acontecimiento deja sin
piso toda la estructura religiosa y política.
Deslegitima la imagen de un dios defendida e impuesta por los sacerdotes, levitas,
escribas y demás líderes religiosos. Deslegitima la autoridad de quienes querían
mostrarse como necesarios para la estabilidad de la nación.
Los tres evangelistas muestran a las mujeres con mayor capacidad para enfrentar y
exteriorizar el dolor. Son ellas las que van al sepulcro y las primeras que poco a poco
van sospechando, descubriendo y experimentado algo distinto, algo nuevo que va
mucho más allá de su imaginación.
La preocupación de las mujeres, la ausencia de los demás discípulos y la zozobra
que reinaba en todos manifestaba la situación de desesperanza que sufrían los que
habían puesto su confianza en Jesús. La tumba vacía no significa que el cadáver de
Jesús se haya levantado, como si los cristianos creyéramos en la revivificación de un
cadáver y no en la resurrección. Significa que Jesús ya no pertenece al mundo de los
muertos sino que está vivo y resucitado. Ningún evangelio relata el momento mismo de
la resurrección; con todo lo imaginativos que fueron los evangelistas, eso es algo que se
escapa a cualquier percepción humana. La resurrección de Jesús la descubren sus
discípulos y discípulas en el interior de sus vidas, a nivel personal y comunitario.
“¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó.” (Lc 24,5b-6ª). Es
decir, Jesús no pertenece al mundo de los muertos. No tenían razón quienes lo
excomulgaron, lo consideraron un peligro, un bandido, un enemigo de Dios. Dios sacó
la cara por Él, lo resucitó reivindicando su vida, su palabra, su causa, su lucha, su
entrega, su propuesta para la humanidad. Y ahora vive de una manera nueva, de una
manera que ya nada ni nadie puede acabar con Él. Y es tan cierta esta afirmación
fundacional que todas las persecuciones dadas desde los inicios hasta ahora, así como
las mismas incoherencias de sus representantes no han podido acabar con él.
Vale la pena que leamos estos fragmentos de la historia de salvación y veamos
también nuestra propia historia personal y colectiva, de tal manera que la acción de
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Dios nos ayude a construir una historia salvífica para todos. No leemos todas estas
lecturas sólo para solemnizar la fiesta y, menos, para aburrirnos con ellas. Lo hacemos
para que, mientras las leemos y las reflexionamos, nos miremos a nosotros mismos y
hagamos propia la historia de la salvación en nuestras propias vidas. En las
comunidades pequeñas se podría pensar en la posibilidad de generar un espacio y
tiempo necesarios, una especie de retiro en el cual se pueda reflexionar, a la luz de la
historia de salvación, la historia personal.
FELICES PASCUAS
Oración
Padre y Madre Dios, creador de la vida y de la historia de salvación. Hoy más que
nunca reafirmamos nuestra fe en Ti, en tu amor, en la vida que nos das y en el destino
salvífico que tienes para todos.
Reconocemos que Tú eres el origen y la meta de nuestra vida; que día a día
peregrinamos gozosos por el jardín del tiempo, en medio de espinas y de flores, hacia la
realización plena de nuestra vida, en tus manos grandes de Padre y en tu cálido regazo
de Madre. Reconocemos que muchas veces hemos vivido lejos de Ti, del amor, de la
verdad y de la luz. Hay muchas cosas que nos quitan la paz, que nos hacen deambular
en las tinieblas, que nos someten y nos hacen sufrir. Por eso hoy, contemplando estos
fragmentos de la historia de salvación, queremos experimentar que participamos de ella.
Que con tu Hijo Jesucristo, iluminados y fortalecidos por la acción del Espíritu,
escribimos nuestra propia historia de salvación.
Señor Jesús, hoy y siempre queremos participar de tu muerte y de tu resurrección.
Queremos morir y resucitar contigo. Ayúdanos a morir a todo aquello que nos quita la
paz, la auténtica vida, la felicidad… Queremos nacer de nuevo en el agua y en el
Espíritu… Queremos ser nuevas criaturas totalmente transfiguradas contigo. Que en
nuestra vida reinen la luz, la verdad, el amor, el servicio, la libertad y la alegría completa.
Queremos ser totalmente libres para amar, para servir, para compartir y para seguir
construyendo la justicia del Reino que nos permite vivir a plenitud. Porque Tú
resucitaste, nosotros resucitaremos contigo. Amén.