TRIDUO PASCUAL. Introducción
Entramos en los tres días de preparación a la Pascua, a la fiesta más
importante del año. El jueves se bendicen los sagrados óleos para el
bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde,
después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración,
como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la
dramática noche de su agonía: « Quedaos aquí y velad conmigo » (Mateo
26,38).
El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia
nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración»
de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día,
mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los
creyentes y del mundo entero.
A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará
hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la
alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto
gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la
alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.
Recuerdo aquella canción de amor: “llegó con tres heridas: / la del
amor, / la de la muerte, / la de la vida. // Con tres heridas viene: / la de la
vida, / la del amor, / la de la muerte. // Con tres heridas yo: / la de la vida,
/ la de la muerte, / la del amor”. El Maestro ha preparado estos días, en los
que celebramos que “sus heridas nos han curado” (Luis Manuel Suárez).
JUEVES SANTO
La confesión, precepto pascual. Antes, en la liturgia romana, se
celebraba una Eucaristía para los penitentes en la mañana del Jueves
Santo, último día de Cuaresma. Ahora podemos escoger cuando más con
convenga, aunque se organizan celebraciones de la Penitencia con confesión
y absolución personal esta semana santa. En la liturgia hispánica el gran
acto penitencial se celebra el Viernes Santo, ya dentro de la Pascua, con la
impresionante ceremonia de la "indulgencia" o "perdón" en la que el pueblo
clama centenares de veces pidiendo perdón a Dios.
Es bueno entrar en la Pascua -el paso con Cristo a la Nueva Vida-
celebrando con humildad el sacramento de la Penitencia, el sacramento de
la muerte a lo viejo y al pecado, el sacramento de la reconciliación con Dios
y con la comunidad. La Pascua debe ser novedad total en nuestras vidas.
Todo lo viejo, sobre todo el pecado, tiene que dejar paso a la Vida que nos
quiere comunicar el Resucitado (Equipo MD1998).
La cuaresma es "el tiempo oportuno", 'el tiempo favorable' que el
señor nos concede para la renovación de nuestra vida cristiana, para volver
a él. El profeta Ezequiel nos convocaba el miércoles de ceniza con acentos
dramáticos a esta vuelta al Señor, dejando a un lado hasta lo que es lícito y
bueno.
Que Dios nos conceda experimentar un sincero dolor por nuestros
pecados y también la alegría de la reconciliación con el Padre: Señor, Padre
de misericordia y origen de todo bien, mira con amor a tu Pueblo que
oyendo tus reclamos quiere volver a ti y reconciliarse contigo, restaura con
tu misericordia a los que nos vemos sometidos al poder del pecado y al
peso de nuestras culpas. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
EXAMEN DE CONCIENCIA:
1. La primera cuestión es examinarme… ver si de verdad he puesto a
Dios como el centro de mi vida , si de verdad el objetivo de mi vida es ir
realizando el proyecto de Dios para el que me creó: perfeccionarme en el
amor.
¿Es esto así o en realidad son otras las cuestiones que me interesan
más: asegurarme y disfrutar de una buena situación económica, la salud,
los estudios, el prestigio o la imagen social, el pasarlo bien, el éxito
profesional?
¿No será esto lo primero que Dios me está pidiendo? ¿No será este
mi primer paso de conversión en este momento: tomarme en serio mi
vocación cristiana de irme perfeccionando día a día en el amor, creciendo
como un hijo de Dios que cada día se parece más a su Padre?
2. La segunda cuestión para un examen es si realmente pongo los
medios para ir creciendo en el amor . Si Dios es amor y la fuente de
todo amor, si el amor viene de él y de él lo recibimos, si el amor se nos da
en y a través de la relación de amistad con Dios ¿Cómo es mi relación con
Dios?, ¿cuánto tiempo estoy con él?, ¿qué intimidad tengo con él? ¿Hago
oración frecuente, o la dejo fácilmente? ¿En la oración soy el único que
habla, o dejo que Dios me diga cuánto me ama, dejo espacio para
experimentar su amor? ¿Qué me interesa más, que Dios haga lo que yo le
pido o que yo haga lo que él me pide?
Y en este sentido está en primer lugar la participación en los
sacramentos . En los sacramentos bien celebrados, es donde actúa con
todo su poder el amor de Dios. ¿Cómo participo en la eucaristía: activa o
pasivamente? ¿Racionalmente tratando de entender o también con el
corazón tratando de unirme a Dios? ¿Vivo la comunión como momento de
identificación con Jesucristo, comulgando con sus sentimientos, intereses,
preocupaciones? ¿Dejo fácilmente la eucaristía o no puedo vivir sin ella?
3. La tercera cuestión es el servicio . Yo, ¿De qué voy: en la vida de
servidor o de que me sirvan? ¿A quién sirvo: a los de mi familia y amigos?
Eso también lo hacen los que no tienen la vocación de ser hijos de Dios. ¿Ni
siquiera sirvo a los míos en casa?
¿Me resisto y me niego de hecho a colaborar en servicio a los demás,
por ejemplo, en el colegio de los hijos, en la universidad donde estudio, en
el trabajo, en asociaciones de participación ciudadana, en organizaciones de
ayuda al tercer Mundo, de defensa de los derechos humanos... o en algo
más cercano: la propia parroquia, que también necesita cristianos que
sirvan a la Comunidad?
4. La cuarta cuestión que nos podríamos plantear en esta celebración
es el uso de mi dinero . ¿Vivo la limosna como un deber de justicia, es
decir, como devolver a los que no tienen lo que les pertenece? ¿Hago en
este sentido cálculo de lo que puedo y no puedo gastar, de lo que conforme
a mis ingresos debo entregar, teniendo en cuenta no mis necesidades, sino
las de los más pobres? ¿Ahorro con ilusión para poder dar generoso y
solidario? ¿Despilfarro? Si yo fuera pobre del Tercer Mundo, ¿qué pensaría
de un cristiano que gastara como yo gasto?
5. La última cuestión. Se refiere a la calidad de mis relaciones
humanas . ¿Soy atento o descuidado con los demás? ¿Cultivo la amabilidad,
la simpatía, y no por caer bien, sino por hacer la vida agradable a los
demás?
¿Soy rencoroso, vengativo? ¿Me resisto a hacer las paces y a
reconciliarme con alguna persona o familia? ¿Tal vez sea lo que tenga que
hacer más urgentemente?
¿Soy exigente, incomprensivo, intolerante, duro, susceptible,
irritable? ¿Me ofendo fácilmente? O por el contrario: ¿Soy excesivamente
tolerante y todo me da igual porque no me quiero meter en complicaciones?
¿Me aprovecho de otros, de sus bienes materiales, de sus cualidades
humanas? ¿Estoy atento al cultivo de mi afectividad y sexualidad,
orientándolas hacia un amor limpio de egoísmos?
¿Soy elemento creador de paz o de discordia? O por el contrario
¿critico, murmuro, llevo chismes, difamo?
CONTRICIÓN: Acojámonos con plena confianza a la misericordia de
Dios y confesemos nuestros pecados para obtener su perdón: Yo confieso
ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho
de pensamiento, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran
culpa. Por eso, ruego a Santa María, siempre virgen, a los ángeles, a los
santos y a vosotros, hermanos, que roguéis por mi ante Dios nuestro Señor,
Amen.
Con verdadero dolor de nuestros pecados y sintiendo la incapacidad
de liberarnos de ellos invoquemos a Cristo nuestro redentor: Con el ciego
Bartimeo te decimos: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Señor, ten
piedad! ¡Señor, ten piedad!
Con el centurión te decimos: Señor, basta que tú digas una palabra y
yo quedaré sano ¡Señor ten piedad!
Con el leproso te decimos: ¡Señor, si tú quieres, puedes curarme!
¡Señor, ten piedad!
Con los apóstoles atemorizados te decimos: ¡Señor, sálvanos que
perecemos! ¡Señor, ten piedad!
Con la mujer cacanea te decimos: ¡Señor, ayúdame! ¡Señor, ten
piedad!
Con el apóstol Pedro hundiéndose en las aguas: ¡Señor, sálvame!
¡Señor, ten piedad!
Con el ladrón crucificado y arrepentido te decimos: ¡Acuérdate de mi
ahora que estás en tu reino! ¡Señor, ten piedad!
Ahora oremos como el mismo Jesucristo nos enseñó para que
perdonándonos unos otros nuestras ofensas, nos perdone Él nuestros
pecados. Padre nuestro ...
Escucha, Señor a tus hijos, que se reconocen pecadores; y haz que,
liberados de toda culpa, por el ministerio tu Iglesia, puedan agradecidos
cantar tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.
Con la Confesión y absolución individual, Dios no nos otorga su
perdón como un gobernante decreta una amnistía general. Dios nos
perdona con un apretón de manos y un cálido abrazo, con una sonrisa
cargada se valoración y afecto. En una palabra, Dios nos perdona en un
encuentro entrañablemente personal. No nos privemos de este perdón y
acerquémonos a confesar nuestros pecados personales para recibir este
perdón personal (de una Javierada).
Llucià Pou Sabaté