Comentario al evangelio del Martes 26 de Marzo del 2013
Si leemos con atención el Evangelio de hoy, posiblemente caigamos en la cuenta de un dato
importante. Da la impresión de que Jesús controla la situación, de que es el director de orquesta o el
regente del teatro que pone en orden a los actores y les dice cuando y hacia donde se tiene que mover
cada uno.
Esta impresión ha dado lugar a un malentendido. Jesús sabría perfectamente todo lo que iba a
suceder. ¡Para eso era Dios! No hubo sorpresas para él. Todo estaba preparado. Todo estaba amañado.
¡Incluso la Resurrección! Jesús era el Hijo de Dios encarnado. Y su naturaleza divina le permitía
conocerlo todo, controlarlo todo, conocer de antemano el futuro.
Desde nuestra fe no podemos afirmar eso de ninguna manera. Jesús es el Hijo de Dios. Eso forma
parte esencial de nuestra fe. Pero su encarnación llega hasta lo más hondo. Su ser hombre no es una
especie de disfraz que se eche por encima el Hijo de Dios. Es una encarnación con todas las
consecuencias. San Pablo llega a decir que “se hizo pecado” queriendo decir que se hizo totalmente de
nuestra carne, asumiendo lo que somos para lo bueno y para lo malo. Viviendo con los novios la
alegría de una boda y llorando amargamente en el Huerto de los Olivos cuando se siente abandonado
de todos, ¡incluso de Dios! Tiene que vivir la fe en la total oscuridad hasta pedir a Dios que pase de él
el cáliz pero que no se haga su voluntad sino la del Padre. Hasta vivir totalmente entregado en
confianza absoluta a su Padre.
Jesús, pues, no controla el futuro. Pero tiene la suficiente inteligencia como para darse cuenta de
que su tiempo está a punto de cumplirse, de que su enfrentamiento con las autoridades religiosas judías
está llegando a un desenlace que resulta inevitable si quiere ser fiel a su misión. Es consciente del
papel que juegan los demás en ese drama, que es el drama de su vida y de su muerte. El papel de Judas
y el papel de Pedro. Sabe lo que pueden dar de sí los que han estado con él desde que empezó. Los
conoce muy bien.
Y confía. Esto es lo más importante. Pone su confianza en el Padre y sigue adelante. El Reino fue
la razón de su vida. Y ahora se convierte en la mejor razón para vivir. El Padre dará la respuesta que
considere oportuna. Pero no renuncia a su sueño de fraternidad para todos los hombres y mujeres del
mundo, a su sueño de justicia. Aunque parezca que todo está perdido y que no hay futuro para su
sueño. Jesús no sabe si va a resucitar pero sí confía en que su Padre es el Dios de la vida y no dejará
morir ni a él ni a su sueño.
Fernando Torres Pérez cmf