MONS. RUBEN OSCAR FRASSIA
MISA CRISMAL - CATEDRAL DIOCESANA
27 de marzo 2013
Queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas.
Querido pueblo fiel:
En la Misa Crismal , donde el Obispo unido a su presbiterio consagra los óleos, el
Santo Crisma, y bendice los óleos del sacramento del enfermo y de catecúmeno, es
una fecha que se celebra en cada diócesis por lo general el jueves santo; pero el
Obispo tiene las facultades para anticiparlo otro día por razones de conveniencia
pastoral, y por eso nosotros celebramos el miércoles, y a esta hora para que el
pueblo fiel tenga tiempo de participar de esta celebración.
En esta misa se expresa el deseo y la intención de querer configuranos con
Jesucristo. Queremos acercarnos a Jesucristo. Ya estamos consagrados por
Jesucristo. Pero queremos renovar nuestro amor y nuestra entrega para amar a
Jesucristo y, en Cristo, amar a todos nuestros hermanos. Porque bien sabemos que
no podemos amar si no tenemos en cuenta al Amado. Y el Amado es Dios, el
primero y el último; el principal que nos alimenta, que nos ilumina, que nos
perdona y que renueva nuestra fuerza para seguir dando, hasta el final, ese amor a
Jesucristo.
El amor del Padre en el sacramento de Cristo y Siervo del Padre; que vinimos y
estamos convencidos que -en la Iglesia- nosotros queremos hacer la voluntad de
Dios, la voluntad del Padre. Porque ningún sacerdote, ningún diácono, ningún
obispo, puede hacer su gusto o su voluntad porque la voluntad que nosotros
queremos hacer es la voluntad del Padre. Por Cristo al Padre.
No se puede entender el sacerdocio ministerial, y el sacerdocio católico, de otra
manera si no hace y no se busca la voluntad del Padre. Y queremos configurarnos a
Jesucristo en la humildad, en la verdad, en la entrega, en la fidelidad, en la
paciencia, en el sacrificio y en la misericordia.
Estamos celebrando los cincuenta años del Concilio Vaticano II, estamos en pleno
centro del Año de la Fe , para renovar nuestra vida y recapitular todo en Jesucristo.
Y esta anhelada renovación de la Iglesia , sabemos que en parte o en la mayor
parte, pasa por el entusiasmo de la vida ministerial, del sacerdote.
El sacerdote es cabeza de su comunidad. Si el sacerdote, que es cabeza y guía,
está y vive entusiasmado, enamorado y entregado, convencido del Evangelio de
Jesucristo, convence, entusiasma, fortalece, levanta y da ánimo a su comunidad.
Pero si el sacerdote tiene una vida sin entusiasmo, casi vencido, ciertamente
perjudica y daña a su comunidad.
Esto es porque nos necesitamos mutuamente y porque mutuamente tenemos que
darnos y sostenernos unos con otros. Por eso los sacerdotes, dentro de breves
instantes, van a renovar sus promesas sacerdotales ante Dios, ante el Obispo y
ante su pueblo fiel.
¡Es verdad y no estamos arrepentidos!
¡Queremos seguir a Jesucristo!
¡Sabemos que entregando la vida a Jesucristo no la perdemos sino que la ganamos!
¡Sabemos que estamos llamados para amar más, para ser padre de muchos,
privándonos de ser padre de pocos! Pero sí ser padre de muchos para poder
animar, sostener y cuidar a todo el Pueblo de Dios: al pobre, al pequeño, al que
sufre, al enfermo, al sano, al bueno, al que no es tan bueno. La paternidad
espiritual es nuestra razón de ser en nuestro ministerio sacerdotal.
Y ustedes, querido pueblo, también están comprometidos a rezar por sus
sacerdotes y también por su Obispo; para que ninguno de nosotros pueda vivir de
una manera superficial, o de una manera de engrupidos, creyendo que la vocación
que tiene le corresponde más a él y no a Dios, quien se la ha confiado
misericordiosamente y que todo se resume en regalo de Dios y en gracia para su
Pueblo.
La bendición del óleo de los enfermos, la bendición del óleo de los catecúmenos y la
consagración del Santo Crisma, una vez más al querido Pueblo de Dios -cuando
hablo de Pueblo de Dios, no hablo de pueblo, hablo del pueblo creyente, del pueblo
unido en la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- este querido Pueblo de Dios
recibe la gracia y la cercanía de que Dios se hace presente a través de sus
sacramentos.
La ternura de Dios se hace presente en el sacramento del bautismo; se hace
presente en la unción del enfermo para fortalecerlo, para aliviarlo, para levantarlo;
y se hace presente también en esa dignidad de que uno será el ungido, el cristiano,
el otro Cristo en la tierra y el otro Cristo en la Iglesia : el bautizado.
¡Qué dignidad nos regala el Señor!
¡Cuánto amor Dios nos confiere, nos otorga!
¡Y nosotros tenemos que vivirlo!
Es muy importante que los gestos de Dios, la bondad de Dios expresada en la
elección del nuevo Papa, Francisco, que ayer fue el Cardenal Bergoglio, elegido un
miembro de nuestra Iglesia y de nuestra tierra en Argentina, es un honor con el
que Dios nos ha tocado a todos. Pero ese honor, ese regalo y esa gracia que Dios
nos otorga, también crea en nosotros responsabilidades.
Tenemos que vivir más responsablemente el ser argentinos.
Tenemos que vivir más responsablemente el ser cristianos.
Tenemos que vivir más responsablemente el ser hijos de Dios.
Tenemos que nombrar y hablar en serio de los demás como hermanos, de este
pueblo que formamos todos nosotros.
Ciertamente es un regalo que hemos recibido, pero también se espera de nosotros
respuestas. Preguntémosle al Señor ¿qué nos pide a nosotros sacerdotes?, ¿qué
pide a nuestras comunidades?, ¿qué les pide a ustedes, religiosas?, ¿qué les pide a
ustedes, diáconos?, ¿qué les pide a ustedes, seminaristas?, ¿qué les pide a ustedes,
querido pueblo fiel?
Y cada uno tendrá que hacerse una pregunta, ¡y por favor den la respuesta!
Prefiero que la den y que se equivoquen; y no que, por miedo a equivocarse, no la
den. ¡Es preferible arriesgarse pero dando respuestas! Y no que -por miedo o
cobardía- se oculte el don y no haya respuesta.
Pidamos al Señor que bendiga nuestra diócesis, que bendiga a nuestros sacerdotes
y que nos bendiga a todos, para que todos tengamos la dicha y el gozo de poder
decir bien de Dios, de poder vivir en comunión, de poder vivir unidos, de poder vivir
queriéndonos, respetándonos unos con otros; y que ninguno de nuestros hermanos
pueda padecer el flagelo de la indiferencia.
Hay mucha tristeza y una gran tristeza es pensar de los demás: ¿a quién le importa
mi vida?, ¿a quién le interesa mi vida?, ¿quién me tiene en cuenta? Terribles
preguntas que espero que ninguno de nosotros, algún día, se la pueda hacer. Y si
se las hace es porque no hay respuestas. Espero que haya buenas respuestas.
Pidamos al Señor y a la Virgen que nos ayuden a ser buenos discípulos y a renovar
internamente la santidad de Dios en nuestro querido pueblo diocesano de
Avellaneda Lanús.
Que así sea.