¡POCAS PALABRAS! ¡QUÉ HABLE LA CRUZ!
Padre Javier Leoz
1.- No son necesarias muchas palabras en este día de Viernes Santo. Dios lo ha
dicho todo. Dios lo ha dado todo por Cristo, con Cristo y en Cristo. Además, la cruz,
ya lo dice todo. Jamás, Dios, en tan poco espacio de tiempo, había hecho tanto por
el hombre. La lectura y meditación de su Pasión es suficiente, reconforta, y nos da
cien mil vueltas a lo que nosotros, con mil explicaciones, quisiéramos decir o
completar en esta hora de muerte.
Cortas palabras, la tradición pone 7 en los labios de Jesús, en este momento, donde
–en el cielo- Alguien parece haberse vuelto loco para permitir tanto en pro de
nosotros los hombres.
Escasas palabras, hermanos, hacen falta en Viernes Santo. La cruz lo explica y lo
llena todo. Es el mejor altavoz por el que podemos escuchar la profundidad del
amor de Dios. Es el mejor escaparate, o la mejor fotografía del auténtico rostro de
Dios en Jesús. El amor gigante de Cristo se palpa, se siente, se visualiza en un
lenguaje que todos entendemos: se entrega hasta morir. Se entrega por amor y
con amor.
2.- Danos, oh Cristo, también a nosotros, esa fuerza que te ha hecho soportar el
cruel madero.
Descúbrenos, Señor, el secreto que te ha permitido ser fiel hasta el final. Aún en
medio de ingratitudes y desprecios.
Ábrenos, Señor, al Misterio que nos revelas, sin tapujos ni vergüenza, en la soledad
del Calvario.
Hermanos, sólo Dios, vive en el corazón de Cristo. Sólo a Dios, Jesús, buscó, amó y
sirvió con toda su alma y con todas sus fuerzas.
¿Podemos pedir más? ¿Qué nos sugiere la Pasión y Muerte de Jesús? ¿Qué
motivaciones y sentimientos despierta en nosotros Jesús colgado de la cruz? ¿Nos
lleva a Dios? ¿La cruz de Jesús, nos sigue hablando del amor de Dios o, tal vez, se
quedó como amuleto en el pecho de alguno o como simple adorno?
Es Viernes Santo. Dios lo ha dicho todo. Dios lo ha hecho todo. Dios lo ha dado
todo… por dar, nos ha dado hasta lo más grande y único que poseía: a su Hijo.
3.- En este Año de la Fe hemos de recuperar, con todo lo que ello conlleva, el
símbolo de la cruz. Para vivir, conocer y dar testimonio de nuestras convicciones
cristianas es necesario dejarnos traspasar por esa gran lección de generosidad,
negación, humillación y obediencia que Jesús nos enseña desde ese alto pupitre
formado en dos maderos: la cruz.
No nos podemos conformar con el hecho de que sea un signo universal más o
menos conocido. Para nosotros, en este Viernes Santo, es algo que ha de
conformar y configurar nuestra propia existencia. Qué bien lo expresó San Pio de
Pieltrecina: La Cruz nunca aplasta. Si su peso te hace tambalear, su potencia te
endereza. Subamos al Calvario llevando nuestra cruz, con la convicción que este
camino abrupto nos conduce a la visión de nuestro dulcísimo Salvador.
3.- TE MIRO CON FE, OH SEÑOR
Quisiera subir contigo a la cruz, Señor,
y dejar clavarme con el mismo amor que Tú lo haces
Más me falta un poco de altura, para ascender hasta ella
y, siento que mi amor, queda a merced
de otros maderos más ligeros y menos cruentos
Quisiera decir contigo las mismas palabras de misericordia
repetir desde ese púlpito de sangre
las mismas frases de vértigo
por las veces en que me sacude el temor o miedo
los mismos pensamientos de paz que, con tu cuerpo maniatado,
ofreces a pesar de nuestro rechazo y actitudes violentas.
Sólo sé, Señor, que en este Año de la Fe
miro con los ojos más abiertos que nunca a tu cruz
Que, este Viernes Santo, me recuerda tu inmenso amor
Que, tu cruz, siempre permanece firme
sosteniendo la Palabra que se hizo carne
mientras, nuestro mundo, sigue dando mil y una vueltas
Te miro con fe, oh Señor, en la cruz
porque frecuentemente olvido cómo y a quién amar
porque, sin saber cómo ni por qué,
no siempre el perdón lo llevo hasta las últimas consecuencias
porque, cuando las heridas asoman en mi cuerpo
el sufrimiento se me hace duro e insoportable.
¡Necesito tanto mirar con fe a tu cruz, oh Señor!
Ayúdame, Señor, a abrazar tu cruz con amor
para que, lejos de arrastrarla,
avance con ella con pasión, delicadeza y fervor
¡TE MIRO CON FE, OH SEÑOR!
Ayúdame a ser amante de tu cruz
porque, amándola como Tú la amaste,
siento al gran Amado que siempre me acompaña
en el duro combate de esta vida que me aguarda y espero.
Ayúdame a adorar tu cruz
para que, arrodillándome ante ella,
vea el único amor que merece la pena
contemple la Palabra que se hizo Verdad hasta el final
llore por no saber estar a la altura
cuando, lejos de una gran cruz,
asoman pequeñas astillas en mi cuidado y refinado cuerpo.
¡TE MIRO CON FE, OH SEÑOR!
Ayúdame a mirar, vivir, llevar y alzar tu cruz
con tu misma dignidad, obediencia y valentía
Con tus mismos sentimientos y pasión
con tu misma humildad, silencio y entrega
Amén