Domingo II de Pascua del ciclo C.
Después de perdonar nuestros pecados, Cristo nos envía el Espíritu Santo, y nos
da la oportunidad de resucitar con Él, venciendo nuestras dificultades según nos
dejamos purificar y santificar por el Señor, mientras lo servimos, en nuestros
prójimos los hombres.
Ejercicio de lectio divina de JN. 20, 19-31.
1. Oración inicial.
Después de vivir unos intensos ejercicios espirituales, puede sucedernos que nos
suponga un gran esfuerzo, el hecho de volver a nuestra vida ordinaria. Esto les
sucede a algunos de nuestros hermanos de fe que viven la Semana Santa con gran
intensidad. Ello también le sucedió a San Pedro, cuando, después de ver a Jesús
transfigurado en el monte Tabor, quiso quedarse allí para siempre, sin comprender
que ello fue la formación previa que necesitó, para que afrontara las dificultades a
que tenía que sobrevivir. Nosotros creemos que Jesús ha resucitado de entre los
muertos, y sabemos que, al finalizar la Semana Santa, reanudamos nuestras
actividades ordinarias, y volvimos a convivir con algunos de nuestros problemas
que, al celebrar el Triduo pascual olvidamos, al meditar constantemente, la Pasión
y muerte, de Nuestro Salvador.
Ciertamente, la emotividad con que vivimos las celebraciones de Semana Santa,
era demostrativa de la fe que profesamos, aunque no tanto como debe serlo,
nuestra manera de vivir imitando a Jesús, después de haber reanudado, la
realización de nuestras actividades ordinarias. Jesús ha resucitado de entre los
muertos, y tenemos que superarnos a nosotros mismos, buscando la forma de
superar algunos problemas, y de vivir con aquellas dificultades que nos
caractericen, mientras se prolonguen nuestros años de vida.
Todos los años recibo cartas de algunos lectores que, pocos días después de
celebrar el Triduo pascual intensamente, pierden la fe. La vida de los cristianos no
es fácil. Jesús no nos ha prometido una vida sin esfuerzos. De la misma manera
que Jesús murió para vencer a la muerte, debemos convivir con nuestras
dificultades, intentando que la visión de las mismas, no nos haga sentir que somos
desgraciados, pues son pruebas que debemos afrontar y superar, -en conformidad
con nuestras posibilidades-, para ser mejores cristianos, con tal de que nos
dejemos purificar y santificar, por Dios.
Orar es pedirle al Dios Uno y Trino que nos conceda la paz que tanto
necesitamos, pues a veces nos sucede que la visión de nuestros problemas, y el
estrés a que vivimos sometidos, nos hacen sentir que carecemos de la misma.
Jesús les mostró las manos y el costado a sus discípulos, para que creyeran que,
verdaderamente, había resucitado. Orar es aprovechar, no solo el tiempo de
Pascua, sino todos los años que vivimos, para fortalecer nuestra fe por medio del
estudio de la Palabra de Dios y los documentos de la Iglesia, con tal de estar
seguros de a quién creemos.
Orar es saber que somos tan importantes para Dios, que, tal como Nuestro Santo
Padre envió a Jesús a predicar el Evangelio y a hacer el bien a Israel, también nos
envía a nosotros, a evangelizar al mundo. Tal como Jesús Resucitado se les
apareció a sus discípulos y los evangelizó como si no creyeran en Él, nosotros
debemos formarnos como si no conociéramos a Dios, con tal de seguir creciendo
espiritualmente, y disponiéndonos a resucitar, no solo de la muerte al final de los
tiempos, pues también debemos resucitar, en los años que se prolongará nuestra
vida, a muchos problemas que nos impiden sentirnos plenamente felices.
Orar es tener la certeza de que el Espíritu Santo está con nosotros. Aunque no
sentimos su presencia físicamente, Él es el amor de Dios que nos impulsa a ser
buenos cristianos. Quizás queremos sentir que el Espíritu Santo está con nosotros
para poder creer que lo hemos recibido, pero al citado Defensor divino no se le
siente, se le vive.
Dado que somos débiles y tendentes a cometer los mismos errores y pecados
muchas veces, Jesús instituyó el Sacramento de la Penitencia, para perdonarnos
nuestros pecados, y para ayudarnos a seguir disponiéndonos, a vivir en la
presencia, de Nuestro Padre celestial.
Quizás juzgamos al Apóstol Tomás injustamente, reprochándole que no tuviera fe
para creer, que Jesús venció a la muerte. Oremos para ser como Santo Tomás,
pues, aunque decimos que creemos en Dios, quizás nos sucede que somos muy
estrictos con el cumplimiento de las normas litúrgicas, pero no conocemos a Dios,
ni lo servimos, socorriendo a nuestros prójimos los hombres, que necesitan
nuestras dádivas, espirituales, y, materiales. Tomás no perdió la fe porque era
pecador. Él necesitaba estar seguro de a quién debía creer. Ojalá deseemos estar
tan seguros de a quién creemos, como quiso estarlo Tomás, de que su Maestro,
había vencido a la muerte.
Orar para nosotros es creer en Jesús, sin haberlo visto físicamente. Quizás hemos
vivido una maravillosa experiencia de Dios durante la Semana Santa, pero, para
que esa experiencia marque nuestra vida, debemos prolongarla durante años,
aplicándola, a nuestras circunstancias vitales. Creer que Jesús murió para
concedernos la vida eterna, no es tan difícil, como lo es, el hecho de creer, que, tal
como el Hijo de Dios y María venció a la muerte, lentamente, podremos superar, las
dificultades, que nos impiden, ser plenamente, felices.
Jesús hizo prodigios ante sus discípulos que no fueron escritos por el cuarto
Evangelista. El Señor sigue haciendo prodigios en nuestra vida y en el mundo, que
solo podemos captar, con una atenta y amorosa, mirada de fe. Quiero pedirles a
quienes se desilusionaron del Señor porque se les debilitó la fe después de vivir la
Semana Santa, que no se desanimen, para que puedan recorrer el camino del
crecimiento espiritual, que les hará descubrir que pueden ser más felices de lo que
jamás imaginaron, al dejarse purificar y santificar, por Nuestro Dios Uno y Trino.
Oremos:
ORACIÓN PARA PEDIR LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
¡Oh Espíritu Santo!, humildemente te suplico que enriquezcas mi alma con la
abundancia de tus dones.
Haz que yo sepa, con el Don de la Sabiduría, apreciar en tal grado las cosas
divinas, que con gozo y facilidad sepa frecuentemente prescindir de las terrenas.
Que acierte con el Don de Entendimiento, a ver con fe viva la trascendencia y
belleza de la verdad cristiana.
Que, con el Don de Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme,
perseverar y salvarme.
Que el Don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la
fe y en el camino de salvación.
Que sepa con el Don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, entre
lo falso y lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo
y del pecado.
Que, con el Don de Piedad, os ame como a Padre, os sirva con fervorosa devoción y
sea misericordioso con el prójimo.
Finalmente, que con el Don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración
a los mandamientos divinos, cuidando con creciente delicadez de no quebrantarlos
lo más mínimo.
Llenadme sobre todo, de vuestro santo amor. Que ese amor sea el móvil de toda mi
vida espiritual. Que lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al
menos con mi ejemplo, la sublimidad de vuestra doctrina, la bondad de vuestros
preceptos, la dulzura de vuestra caridad. Amén.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente JN. 20, 19-31, intentando abarcar el mensaje que San
Juan nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"A los ocho días, llegó Jesús
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se
puso en medio y les dijo:
—«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
—«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían:
—«Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó:
—«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero
de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
—«Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás:
— «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y
no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás:
—«¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo:
—«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de JN. 20, 19-31.
3-1. ¿Tenemos fe en Jesús?
"Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo
a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó
Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros"" (JN. 20, 19).
Los discípulos de Jesús permanecían escondidos, temiendo que las autoridades de
los judíos tomaran represalias contra ellos, por haber sido seguidores del Hijo de
María. Quizás estamos en un estado similar al que se encontraban los discípulos de
Jesús el día que Nuestro Señor resucitó. Quizás leemos la Biblia, celebramos la
Eucaristía asiduamente, e incluso hacemos algunas obras de caridad, pero no nos
hemos preocupado de conocer la doctrina cristiana, para saber defender nuestra fe,
cuando sea criticada, por quienes la desconocen, y por quienes, aun conociéndola,
la rechazan. Tal como recordaremos en la presente meditación, Jesús resucitó para
conducirnos a la presencia de Nuestro Santo Padre, y para que colaboremos, en la
realización de su obra salvadora, lo cual requiere que conozcamos la fe que
profesamos profundamente, para que podamos vivirla, y transmitírsela, a quienes
deseen conocerla, para amoldarse al cumplimiento, de la voluntad, de Nuestro
Padre celestial.
3-2. Jesús nos da su paz.
Quizás pensamos en la paz como ausencia de conflictos de cualquier tipo, y de
preocupaciones. La paz cristiana no se opone a tales conceptos, pero también
consiste en la tranquilidad de vivir cumpliendo la voluntad de Dios. Esta es la razón
por la que Jesús les dijo a sus discípulos, durante la celebración, de su última Cena
pascual:
"Os dejo la paz,
mi paz os doy;
no os la doy como la da el mundo.
No se turbe vuestro corazón ni se acobarde" (JN. 14, 27).
Existen situaciones en que la vivencia del Cristianismo no está ausente de
conflictos, en que necesitamos la paz de Cristo, para actuar como verdaderos hijos
de Dios. Acojamos la paz del Señor. Sintámonos tranquilos aunque vivamos
situaciones dolorosas, porque, Jesús, nos ha dado su paz. Esta es la causa por la
que San Pedro escribió las siguientes palabras, en su primera Carta:
"en conclusión, tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos
como hermanos, sed misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni
insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar
la bendición.
Pues quien quiera amar la vida
y ver días felices,
guarde su lengua del mal,
y sus labios de palabras engañosas,
apártese del mal y haga el bien,
busque la paz y corra tras ella.
Pues los ojos del Señor miran a los justos
y sus oídos escuchan su oración,
pero el rostro del Señor contra los que obran el mal" (1 PE. 3, 8-12).
3-3. ¿Nos alegramos de creer en Jesús Resucitado?
"Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver
al Señor" (JN. 20, 20).
Jesús les enseñó las manos y el costado a sus discípulos, para que, al ver las
marcas de los clavos con que fue fijado a la cruz, y la herida que le hizo el soldado
que le traspasó el costado con su lanza, creyeran que había vencido a la muerte.
Nosotros no hemos visto a Jesús físicamente, y por ello nos aplicamos, las
siguientes palabras, de San Pedro, quien nos dice que Jesús es "a quien amáis sin
haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de
alegría inefable y gloriosa" (1 PE. 1, 8).
Muchas de las crisis de fe que viven quienes hacen ejercicios espirituales, están
causadas, por el hecho de que confunden la realidad con sus sentimientos. Vivimos
en la civilización del sentimentalismo. Amamos a nuestros familiares y amigos, no
porque consideramos que ello sea un deber para con quienes nos aman, sino
porque lo sentimos. Esta mentalidad puede atraernos desengaños y sufrimientos,
porque no podemos sentir los sentimientos siempre, con la misma intensidad. De la
misma manera que no experimentamos el amor a nuestros familiares con la misma
intensidad cuando los abrazamos después de pasar tiempo sin verlos que cuando
discutimos con ellos y nos enfadamos, sentimos que la intensidad de nuestra fe en
Dios no es la misma cuando terminamos de vivir unos emotivos ejercicios
espirituales, que cuando tenemos un grave problema que resolver, el cual nos
produce una gran preocupación.
Los discípulos de Jesús se llenaron de alegría cuando el Señor resucitó. ¿Nos son
suficientes las pruebas del poder del Señor que vemos en el mundo y en nuestra
vida para creer en la Resurrección del Mesías? Jesús forma parte de nuestra vida, lo
vemos reflejado en nuestros prójimos, y lo recibimos en la eucaristía. El Cuerpo de
Jesús Resucitado no está sometido a las limitaciones que nos caracterizan, así pues,
ello es lo que le permite ser ubicuo, -es decir, estar en todas partes-.
3-4. Jesús nos da su paz y nos envía a evangelizar al mundo y a beneficiar a la
humanidad.
"Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también
yo os envío"" (JN. 20, 21).
La autoridad cristiana consiste en servir a las personas cuyo cuidado y/o
crecimiento espiritual se nos encomiende. Esta es la causa por la que el Papa
Francisco dijo el 19/03/2013, en la homilía con que inició su Pontificado:
"el verdadero poder es el servicio".
La autoridad cristiana no es la lucha sin tregua de quienes desean ser poderosos
para conseguir ver realizada su aspiración. La autoridad cristiana proviene de Dios,
y por ello debe estar encaminada, a predicar el Evangelio, y a servir a quienes
necesiten nuestros dones, espirituales, y, materiales.
¿Cómo serviremos a Dios? ¿Seremos buenos trabajadores en la viña del Señor?
Jesús nos ha mostrado cómo debemos proceder por medio de sus palabras y obras,
así pues, si seguimos el ejemplo que nos dejó, seremos fieles servidores del Dios
Uno y Trino.
3-5. Cumplamos la voluntad de Dios dejándonos dirigir por el Espíritu Santo y por
medio de su poder.
"Dicho esto, sopló y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (JN. 20, 22).
Cumplamos la voluntad de Dios bajo la dirección del Espíritu Santo, y
sirviéndonos de su poder, ya que no somos capaces de hacerlo, por nuestros
medios humanos. Jesús dispuso a sus discípulos a que recibieran el Espíritu Santo
en Pentecostés, para que pudieran llevar a cabo la obra que les encomendó. Los
amigos del Señor creyeron que Jesús resucitó y se gozaron por ello, pero tenían
muchas dudas, con respecto al modo, en que iban a llevar a cabo la misión, que
Jesús les encomendó. De alguna manera, ello también nos sucede a nosotros, pues
creemos en Dios, pero nos faltan fe y fuerza de voluntad, para ser buenos
seguidores de Jesús. Durante la Semana Santa, nos hemos emocionado al recordar
cómo Jesús se sacrificó por nosotros, pero, al llegar el tiempo en que debemos
demostrar nuestra fe con obras y palabras, hemos descubierto, que somos tan
débiles, y tenemos tan poca fe, que, prácticamente, no hemos crecido
espiritualmente, al recordar, un año más, la Pasión y muerte, de Nuestro Salvador.
Los discípulos de Jesús, no hubieran podido fundar la Iglesia, ni predicar el
Evangelio, sin haber contado con la asistencia, del Espíritu Santo. No olvidemos que
ellos se escondían de los judíos, por miedo a ser encarcelados, por haber sido
discípulos de Jesús. Tal como debieron orar los seguidores de Jesús, nos es
necesario hacerlo también nosotros, y estudiar la Palabra de Dios, poniendo en
práctica lo que aprendamos, para poder tener una fe auténtica, en Dios.
3-6. El perdón y la retención de los pecados.
"A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos"" (JN. 20, 23).
Cuando los católicos nos confesamos, los sacerdotes no nos conceden su perdón,
sino el perdón de Dios. He conocido varios casos de católicos que no se confiesan
porque tienen miedo a no ser perdonados. Los pecados se retienen cuando los
penitentes no demuestran tener deseos de no volver a cometerlos, así pues, no
debemos tener miedo de confesarnos. Aunque los laicos no estamos autorizados
por la Iglesia para ejercer como confesores, nada nos impide predicar el hecho de
que Dios perdona nuestros pecados, si nos arrepentimos sinceramente de
cometerlos, y nos comprometemos a cambiar de conducta, a partir del momento en
que nos percatamos, de que hemos incumplido la voluntad divina.
3-7. El escepticismo de Tomás.
"Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino
Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó:
"Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de
los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré"" (JN. 20, 24-25).
Tomás, -al igual que los creyentes de todos los tiempos-, debería haber sido,
desde que conoció al Señor, mellizo de Jesús. Tomás no era como muchos que
dicen que son cristianos desde siempre y no conocen lo que dicen que creen con
respecto a Dios. Tomás necesitaba estar seguro de que Jesús resucitó de entre los
muertos, para poder creer en el Señor. Tal deseo no es pecaminoso. Si Tomás se
hubiera mostrado exigente con Jesús, el Señor no le hubiera permitido tocar sus
heridas.
Lamentablemente, no nos esforzamos en aumentar nuestro conocimiento de la
Palabra de Dios, porque no creemos que ello sea necesario, para nosotros, como lo
es el hecho de trabajar para vivir dignamente, o el hecho de respirar, para no
perder la vida. No tenemos la costumbre de consultar la Palabra de Dios cuando
debemos tomar decisiones difíciles, para ver qué nos aconseja el Señor, por medio
de la lectura de la biblia. Cuando tenemos problemas, les pedimos ayuda a
nuestros familiares y amigos en quienes más confiamos, pero quizás no les
pedimos a nuestros directores espirituales que nos aconsejen. Lamentablemente,
aún no hemos aprendido a aplicar la Palabra de Dios a nuestra vida, y por ello no
consideramos que la fe sea indispensable para nuestro crecimiento espiritual, y por
eso no la añoramos tanto, como si se tratara del poder, las riquezas o el prestigio.
Tomás no estaba con sus compañeros cuando los tales vieron a Jesús. Dado que
no nos esforzamos en adquirir el conocimiento de la Palabra de Dios, no nos
relacionamos con Él debidamente, y por ello nos flaquea la fe, cuando sentimos que
nos ahogan nuestras dificultades. La Palabra de dios debe alimentar nuestras almas
diariamente. Por muy grandes que sean nuestro conocimiento de Dios y la fe que
tenemos en Él, si dejamos de meditar las Sagradas Escrituras, sin percatarnos de
ello, dejaremos de creer en Dios. Recordemos que, aunque Dios nos da la fe,
necesitamos fortalecerla, mediante el estudio de la Biblia, y la aplicación del
conocimiento que adquiramos, a nuestra vida.
3-8. La importancia de la vivencia de nuestra fe en comunidades de creyentes.
"Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se
presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con
vosotros"" (JN. 20, 26).
Tomás no estuvo con sus amigos cuando Jesús se les apareció la semana
anterior, pero, cuando aconteció la aparición del Mesías que vamos a considerar,
estaba reunido, con sus compañeros de ministerio. Ello es importante porque, si
Tomás no hubiera estado reunido con los demás discípulos del Señor, no se hubiera
encontrado con Jesús, quien despejó su gran duda de fe.
Tal como Tomás se encontró con Jesús estando reunido con sus compañeros de
ministerio, nos será más fácil tener una experiencia de fe formando parte activa de
una comunidad cristiana, que viviendo nuestras creencias, aisladamente.
Necesitamos relacionarnos con hermanos de fe que cometen los mismos pecados
que nosotros y tienen nuestros mismos defectos, para aprender a superarnos
juntos. El hecho de vivir nuestra religiosidad aisladamente puede ser doloroso,
pero, aunque quizás no nos identifiquemos con todos los componentes de las
comunidades físicas de que somos miembros, el hecho de relacionarnos con
quienes comparten nuestra fe, es gratificante.
3-9. Jesús debe ser el centro de nuestras comunidades cristianas.
Jesús se les apareció a sus discípulos estando las puertas cerradas, y se puso en
medio de ellos. Los miembros de las comunidades cristianas físicas y virtuales
estamos expuestos a cometer errores y a pecar. Si deseamos crecer
espiritualmente, e imitar la conducta que observó Jesús, debemos inspirar nuestra
manera de proceder, en el ejemplo que nos dejó el Señor, cuando vivió en Israel. Si
nuestras comunidades trabajan por causas no relacionadas con el cumplimiento de
la voluntad de Jesús, no son cristianas. Jesús nos concede su paz, para que
actuemos como pacificadores cuando surjan disputas en las comunidades de que
somos miembros, con tal de que podamos cumplir su voluntad.
El trabajo en las comunidades cristianas conlleva una doble responsabilidad, en el
sentido de que debemos trabajar para que todos nuestros hermanos de fe crezcan
espiritualmente junto a nosotros, y nos sintamos estimulados a aplicar el
conocimiento de la Palabra de Dios, a nuestra vida. En este terreno debemos ser
muy cuidadosos, porque corremos el riesgo de esforzarnos para evangelizar a
nuestros hermanos de fe y servirlos para solventar sus carencias, obviando nuestro
crecimiento espiritual, y evitando servir, a nuestros familiares. Seamos cristianos
dentro y fuera de nuestras comunidades físicas y/o virtuales.
3-10. Jesús se nos da a conocer.
"Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente"" (JN. 20, 27).
Aunque no podemos ver a Jesús físicamente, si cultivamos la fe en Él, mediante
el estudio de su Palabra, la aplicación de la misma a nuestra vida, y la práctica de
la oración, nos convenceremos plenamente de que venció a la muerte, aunque no
estuvimos presentes, en el momento, en que salió triunfante, de su sepulcro.
Cuando alguien nos sugiere que nos esforcemos en conocer a Dios, recurrimos
automáticamente al pensamiento de que ello no nos es posible, porque no tenemos
tiempo. Sé que muchos de mis lectores trabajan muchas horas, y que no lo hacen
por ambición, sino porque les imponen horarios de trabajo que abarcan días
completos, pero, a pesar de ello, si creemos en Dios, y consideramos que su
conocimiento es necesario para nosotros, muchas veces encontraremos tiempo
para leer el Evangelio del día dos o tres veces para retener las frases más
significativas del mismo, con el fin de meditarlas, cuando tengamos unos minutos
libres, que, normalmente, son utilizados, para quejarnos de nuestros problemas.
3-11. No dejemos de admirarnos de la grandeza del Señor.
"Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío"" (JN. 20, 28).
¿Cómo meditamos la Palabra de Dios?
¿Leemos la Biblia como si se tratara de una novela, o nos admiramos de cómo el
Señor no escatimó su vida a la hora de redimirnos sumiéndose en la mayor
debilidad, para alcanzarnos la glorificación?
Supongamos que uno de nuestros familiares y/o amigos nos cuenta las causas
por las que padece. En tal caso, si le prestamos atención, quizás nos emocionamos
porque alguien a quien amamos sufre, y por ello tratamos de ayudarle, pero, si no
le prestamos atención, no nos interesaremos en sus dificultades. Dios está
realizando un proyecto en que quiere involucrarnos. ¿Creemos que Jesús es
Nuestro Señor y Nuestro Dios, como lo hizo Tomás, cuando se convenció de que el
Mesías resucitó de entre los muertos?
3-12. Dichosos somos quienes creemos en Jesús sin haberlo visto físicamente.
"Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y
han creído"" (JN. 20, 29).
Muchos cristianos piensan que sus dudas de fe se resolverían satisfactoriamente
si vieran a Jesús físicamente realizando signos semejantes a los descritos en los
cuatro Evangelios. Ello es discutible, porque el Señor fue visto por sus hermanos de
raza como un hombre cualquiera, y, aunque hizo muchos signos, los tales no les
bastaron, para creer en el Mesías. Aunque pudiéramos comprobar la Divinidad de
Jesús y los prodigios que hizo empíricamente, ello no nos bastaría para tener fe en
Él, pues la fe nace en nosotros, cuando experimentamos a Jesús Resucitado, en
nuestra vida, y en el medio en que vivimos. En la biblia y el testimonio de fe de los
creyentes, encontramos todas las pruebas que necesitamos, para creer que Jesús
resucitó de entre los muertos para no volver a morir, porque es Dios. Si tenemos fe
en Jesús, el hecho de ver al Señor físicamente, no debería fortalecernos, la citada
virtud teologal, porque, los ojos que deben ayudarnos a creer que Jesús vive, son
los de la fe.
A todos los cristianos, -e incluso a muchos no creyentes-, nos gustaría ver a
Jesús físicamente, tocarlo, y escuchar sus palabras. No olvidemos que podemos ver
a Jesús en nuestra vida, y en nuestros prójimos, e incluso podemos socorrerlo,
sirviendo a quienes tienen carencias espirituales y materiales. Recordemos también
que podemos escuchar las palabras de Jesús al leer la Biblia, y orar en estado de
recogimiento interior. Jesús es tan real para nosotros, como lo fue para Tomás,
cuando dicho discípulo del Mesías, se convenció, de que su Maestro resucitó.
No todos los que tienen dudas de fe dejan de ser cristianos. La fe de Tomás
maduró, porque no se separó de sus amigos, los cuales le ayudaron a acercarse a
Jesús, progresivamente. Tomás consiguió ver resueltas su duda de fe, porque, a
pesar de la misma, les fue fiel, tanto a Jesús, como a sus compañeros de
ministerio. Pensemos que, si no tuviéramos dudas de fe, no tendríamos necesidad
de creer en Dios. Si nuestras dudas nos hacen hacernos preguntas las cuales nos
son respondidas en las comunidades de fe de que formamos parte, son positivas,
porque nos acercan al Señor. A este respecto, oremos para que aumente el número
de evangelizadores en nuestras comunidades cristianas, y trabajemos para estar
entre los mismos, porque, quienes se esfuerzan en fortalecer la fe de los cristianos
poco formados espiritualmente y de los nuevos catecúmenos, si son buenos
evangelizadores, aumentan su fe en Dios, al intentar resolver las dudas de aquellos
a quienes evangelizan.
Quiero hacerles una petición a los formadores que año tras año instruyen a niños
y adultos leyendo libros y no se reciclan a sí mismos, para adaptarse a las
necesidades de sus oyentes y/o lectores. No os limitéis a impartir charlas leyendo
libros. Sed ejemplos de fe viva a imitar, y adaptaos a las circunstancias de la gente
que instruís, evangelizándola, a partir de sus gozos y tristezas. Recordemos que
Jesús no les leía el Antiguo Testamento a sus oyentes, pero se lo explicaba, en
términos muy inteligibles para ellos. Los predicadores del Evangelio somos grandes
responsables de que nuestra fe se extinga en muchos países, porque no
evangelizamos a quienes se confían a nosotros partiendo de sus circunstancias
vitales, sino de los esquemas que memorizamos hace mucho tiempo, y repetimos
un año tras otro, a pesar de que sabemos que no nos ayudan a hacer que nuestras
comunidades cristianas, se llenen de nuevos creyentes.
El Papa Francisco pronunció unas palabras en su homilía de la Misa crismal del
Jueves Santo del año 2013, que debemos aplicarnos, todos los predicadores del
Evangelio.
"así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia
redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada,
ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones".
3-13. ¿Qué podemos hacer para conocer a Jesús plenamente y creer en Él?
"Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están
escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (JN. 20, 30-31).
Para comprender la vida y misión de Jesús, lo mejor que podemos hacer, es
estudiar profundamente los Evangelios, y asistir a cursos de formación cristiana. Si
tenemos fe en el Señor, la formación que adquiramos, nos ayudará a transformar
nuestra vida, con tal de que lleguemos a ser buenos cristianos. Tengamos en
cuenta que todo lo que está escrito en los Evangelios, es lo que necesitamos saber,
para aceptar a Jesús como Ungido por dios para redimirnos, y, por tanto, para
concedernos la vida eterna.
3-14. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-15. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en JN. 20, 19-31 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Por qué permanecían los discípulos de Jesús escondidos?
¿Conocemos la doctrina cristiana y estamos dispuestos a predicarla respondiendo
todas las preguntas que se nos puedan plantear?
¿Para qué siguió teniendo un cuerpo humano Jesús cuando resucitó?
3-2.
¿Se opone la paz cristiana a la paz deseada por los no creyentes?
¿En qué consiste la paz cristiana?
¿Por qué no nos da Jesús su paz tal como nos la da el mundo?
¿Por qué quiere Jesús que evitemos la turbación y la cobardía?
3-3.
¿Nos alegramos de creer en Jesús Resucitado?
¿Para qué les mostró Jesús las manos y el costado a sus discípulos?
¿Estamos seguros de aplicar el texto de 1 PE. 1, 8 a nuestra vida?
¿Qué puede sucedernos si actuamos en base a nuestros sentimientos en vez de
hacerlo cumpliendo nuestros deberes cristianos?
¿Por qué la vivencia del sentimentalismo puede atraernos desengaños y
sufrimientos?
¿Nos son suficientes las pruebas del poder del Señor que vemos en el mundo y
en nuestra vida para creer en la Resurrección del Mesías?
¿Cómo podemos percatarnos de que Jesús está en el mundo y en nuestra vida?
¿Por qué está Jesús en todas partes?
3-4.
¿En qué consiste la autoridad cristiana?
¿Cuáles son las metas que deben perseguir los cristianos que gozan de
autoridad?
¿Cómo serviremos a Dios?
¿Seremos buenos trabajadores en la viña del Señor?
3-5.
¿Por qué debemos cumplir la voluntad de Dios dejándonos conducir por el Espíritu
Santo y sirviéndonos de su poder?
¿Por qué dispuso Jesús a sus discípulos a que recibieran el poder del Espíritu
Santo el día de Pentecostés?
¿Qué debemos hacer para actuar como buenos cristianos?
3-6.
¿Nos conceden los sacerdotes a los católicos cuando les confesamos los pecados
que cometemos su propio perdón?
¿En qué casos se nos debe retener el perdón de los pecados que cometemos
cuando nos confesemos?
¿Qué debemos hacer para que nos sean perdonados los pecados?
3-7.
¿Debemos considerar que el escepticismo de Tomás fue pecaminoso?
¿Por qué accedió Jesús a resolver la duda de fe de Tomás?
¿Por qué muchos cristianos no se esfuerzan en aumentar su conocimiento de
Dios?
¿Consultamos la Palabra de Dios y a nuestros confesores cuando vivimos
situaciones difíciles de resolver?
¿Por qué nos flaquea la fe cuando tenemos dificultades?
¿Por qué se nos debilita la fe al dejar de estudiar y meditar la Palabra de dios?
3-8.
¿Qué pensamientos te sugiere el hecho de que la duda de fe de Tomás fue
resuelta en una comunidad de creyentes?
¿Por qué nos es más fácil tener fe en Dios viviendo entre cristianos que creer en
Nuestro Padre común sin relacionarnos con quienes compartimos defectos, pecados
y creencias?
3-9.
¿Por qué debemos inspirar nuestra manera de proceder en la conducta que
observó Jesús cuando vivió en Israel?
¿Para qué nos concede el Señor su paz?
¿Cuál es la doble responsabilidad que caracteriza a quienes trabajan en las
comunidades cristianas?
¿Por qué debemos actuar como cristianos en nuestras comunidades religiosas y
en el ambiente familiar y social en que vivimos?
3-10.
¿Cómo podemos percatarnos de que Jesús está presente en el mundo y en
nuestra vida?
¿Qué necesitamos para leer y meditar el Evangelio de la Misa diaria con la mayor
frecuencia posible?
3-11.
¿Cómo meditamos la Palabra de Dios?
¿Leemos la Biblia como si se tratara de una novela, o nos admiramos de cómo el
Señor no escatimó su vida a la hora de redimirnos sumiéndose en la mayor
debilidad, para alcanzarnos la glorificación?
¿Creemos que Jesús es Nuestro Señor y Nuestro Dios, como lo hizo Tomás,
cuando se convenció de que el Mesías resucitó de entre los muertos?
3-12.
¿Se resolverían satisfactoriamente nuestras dudas de fe si viéramos a Jesús
físicamente realizando signos como los descritos en los Evangelios? Razona tu
respuesta.
¿Dónde podemos encontrar las pruebas que pueden convencernos de que Jesús
resucitó?
¿Por qué consiguió Tomás ver resuelta su duda de fe?
¿En qué sentido podemos beneficiarnos de nuestras dudas de fe para creer en
Dios?
¿En qué sentido se nos aumenta la fe cuando resolvemos las dudas de nuestros
oyentes y/o lectores?
¿Por qué conviene que evangelicemos a nuestros oyentes y/o lectores partiendo
de sus gozos y tristezas?
¿Por qué somos responsables los predicadores del retroceso de nuestra fe de que
es testigo el mundo?
3-13.
¿Qué podemos hacer para conocer a Jesús plenamente y creer en Él?
5. Lectura relacionada.
Lee JN. 20, 11-18, fijándote en cómo el convencimiento de que Jesús resucitó de
entre los muertos, convirtió a María Magdalena, en una gran evangelizadora.
6. Contemplación.
Visualicemos a los discípulos de Jesús encerrados y sintiendo un gran miedo,
pues, además de poder ser detenidos por haber sido seguidores del Señor, podían
ser acusados, de haber robado el cadáver de su Maestro, para hacerles creer a sus
seguidores, que había resucitado.
Contemplémonos con temor a dar a conocer la fe que profesamos, porque nos
importa más la reacción de quienes nos conocen si nos vieran predicar, que los
frutos que podríamos producir, si fuéramos fieles seguidores de Jesús.
Contemplemos a Jesús Resucitado entre sus discípulos, y pensemos que el Señor
nos da su paz.
Jesús sopló y les dijo a sus seguidores que recibieran el Espíritu Santo. Cuando
Dios creó al hombre, le insufló en la nariz aliento vital, y, cuando Jesús nos envía el
Espíritu Santo, nos hace integrantes del nuevo mundo que está creando, que
conocemos con el nombre de Reino de Dios.
Tomás no podía creer que Jesús resucitó, y, aunque nosotros decimos creer este
hecho, actuamos como si no lo creyéramos. Alimentemos nuestra alma con el
conocimiento de la Palabra de Dios y el testimonio de sus fieles hijos, para que
nuestra fe sea firme.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de dios, expuesta en JN. 20, 19-31.
Comprometámonos a tener presente la experiencia del Señor que hemos tenido
durante la Semana Santa, a fin de que la misma nos haga más fervientes.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Querido Jesús: Ayúdame a comprender que puedo encontrarte en mis prójimos,
en la Biblia, los Sacramentos y mi vida, para que, conforme mi fe se engrandezca,
empiece a sentir, que no necesito verte físicamente, para poder creer en ti.
9. Oración final.
Al leer pausadamente el Salmo 119, nos percatamos de que, al cumplir los
Mandamientos divinos, aumentamos la calidad y calidez de la relación que
mantenemos, con el Dios Uno y Trino.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com