Octava de Pascua
Comenzamos las celebraciones de la Pascua con la gran Vigilia, sigue la
cincuentena o siete semanas hasta Pentecostés. La Resurrección de Cristo Jesús es
la máxima celebración del año litúrgico, misterio que conmemoramos cada domingo
en la Eucaristía semanal, también denominada la Pascua semanal. La Resurrección
de Cristo, es el misterio central de nuestra fe cristiana, fuente de nuestra fe y
esperanza. Realidad cumbre en la vida de Jesucristo y de la economía de la
salvación, de la que brota la vida nueva para ÉL a la diestra del Padre y para
nosotros sus discípulos. Es claro que la Resurrección no es un dato que podamos
comprobar por método científico alguno, es un dato que está más allá de la
historia. Es un misterio de fe, obra de Dios Padre, que nosotros recibimos por la
predicación apostólica. Es el testimonio de los apóstoles en que se fundamenta la
Iglesia para predicar la Resurrección de Jesucristo. Su testimonio de vida, fue
sellado con su propia existencia y muerte en el martirio; a lo que se une el
testimonio de la Escritura y los profetas. La realidad de la Resurrección y la fe en
ella, no es algo ilusorio, sino que basado en el testimonio de los apóstoles, que
vieron a Jesucristo, vivo después de su muerte en cruz. Murió por los pecados de
los hombres y Resucitó por nuestra salvación, enseñará el kerigma primitivo (cfr.
Rm. 4, 25). Su testimonio es fidedigno, plenamente creíble: creemos en Cristo
Jesús, como Señor de la historia humana y Juez de vivos y muertos, dador de vida
a quienes creen en ÉL. “¡Dichosos los que no han visto y han creído!” (Jn. 20, 29),
en Jesús.
El fundamento último de la Resurrección son los relatos evangélicos, donde
encontramos datos imprescindibles: el sepulcro vacío, el mensaje de los ángeles
revelándoles el misterio de la Resurrección a los testigos de primera hora: las
mujeres. Un segundo dato, son las apariciones del Resucitado, que vienen a
confirmar lo anterior. Finalmente, el don del Espíritu, que unida a la tarea
evangelizadora, les comunica la nueva vida de Jesús a los apóstoles. Si bien el
sepulcro vacío y el mensaje de los ángeles, centra la atención de la liturgia de la
vigilia y del día de Pascua, será la propia experiencia del Resucitado, visión y
comunión vital con Jesús vivo, lo que resultará decisivo a la hora de creer en ÉL. Al
mismo que habían visto morir, ahora lo contemplan vivo para siempre, y presente
entre ellos. Sus apariciones confirman la palabra de los ángeles y proporciona la
razón que explica el sepulcro vacío. Esta solemnidad nos llena de gozo y la
proclamamos a todos los hombres para que tengan vida. Nuestra vida de
resucitados con ÉL, es para buscar los bienes definitivos allá donde está Cristo,
barriendo la vieja levadura del pecado y ser así masa nueva, criaturas nuevas.
Comenzamos estas celebraciones con la semana de la Octava de Pascua, semana
que la Iglesia dedica a la celebración de la Resurrección de Cristo, como si fuera un
solo día Domingo. Se inauguran los cincuenta días del tiempo pascual previos a la
Solemnidad de Pentecostés. Las apariciones del Resucitado son el centro de cada
una de las lecturas de estos días; se une a ellas, el caminar de la naciente Iglesia,
con las peripecias que sufrieron los apóstoles por el anuncio del Evangelio.