II Domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.- Hch. 5, 12-16: Crecía el número de creyentes.
Este pasaje es el tercer sumario que hace el autor para destacar las actividades que
hacen los apóstoles. Inmediatamente antes, ha narrado la simulación e impostura
de Ananías y Safira (5,1-11) y luego de esta síntesis, nos ofrece una imagen de la
Iglesia perseguida (5, 17-42). No todos eran problemas ni persecuciones, Lucas,
quiere destacar los éxitos del evangelio en medio de ese contexto concreto porque
entonces se vería limitado el poder del evangelio y la predicación de los apóstoles.
Los cristianos comenzaron a ser respetados por los judíos, por lo de Ananías y
Safira, ese temor debía ser completado con esta síntesis. Pedro y los apóstoles,
dice Lucas, hacían signos y prodigios. Pedro, como cabeza resume la actividad de
todos. Luego, habla de la comunidad, unida a los apóstoles, que se reunía en el
pórtico de Salomón. El templo ya había sido destruido, cuando escribe Lucas, su
obra. Esta comunidad es presentada como protegida por un aura de temor y
respeto por los no cristianos, no se les unían en la enseñanza, pero al mismo
tiempo la gente común los apreciaba. Era una especie de temor sagrado que
separaba a unos y otros. Hay que destacar que los cristianos ya contaban con su
espacio, lo que no significa que no hubiera conversiones, porque el propio Lucas,
afirma que la comunidad aumentaban más los creyentes. Del temor se pasa a la
estima hasta convertirla en aceptación como grupo entre la población. Las
curaciones que realizaban los apóstoles, atraían a muchas personas a venir a
Jerusalén, lo que habla de la gran consideración en que se tenía a los cristianos.
b.- Ap. 1,9-13.17-19: Estaba muerto, pero ahora, vivo por los siglos de los
siglos.
Juan evangelista nos narra la primera de sus experiencias místicas sucedida el día
del Señor, celebración de la Resurrección y de la Eucaristía (cfr. Hch. 20,7;
1Cor.16,2), cuando vino el Espíritu para hacerlo vidente y predicador profético de la
palabra que iba a llegar a su Iglesia. El éxtasis se siente como abundante presencia
del Espíritu Santo, su espíritu, se le capacita para recibir conocimientos divinos, que
por su naturaleza no recibiría habitualmente. Es obra del Espíritu, que el espíritu del
hombre se abra a esta nueva dimensión, elevado sobre sus propias posibilidades
para comprender esta revelación divina. De ahí que el acto de fe que todo esto
conlleva sea don del Espíritu de Dios, es gracia. Esta primera visión es audible,
deberá escribir a las siete Iglesias todo cuanto ha visto; Jesús les había mandado
predicar, ahora se extiende dicha obra, por la proclamación de la palabra escrita.
Cuando se vuelve según la indicación de la voz, el vidente contempla a Jesucristo
glorioso (vv.12-13) como lo está en su Iglesia. Los siete candelabros de oro,
representa a las siete Iglesias (cfr. Ap. 1,20; 4,4; 21,15.18.21); el oro representa a
los santos, los cristianos, como comunidad de santos, elegidos por Dios y para Dios,
la que también se encuentra en esta iglesia que camina en esta vida y es
perseguida, y no sólo creída como un futuro por alcanzar, sino muy unida a iglesia
celestial o triunfante (cfr. Rm.1,7;1Cor.1,2; 2Cor.1,1; Ef. 1,1; Flp.1,1; Col.1,2;
Flp.3,20). La esencia de la Iglesia está en vivir en torno a su Señor glorificado, para
ser guiada y regida por él, representada por estos candelabros de oro. Representa
también la imagen de la Iglesia puesta sobre el candelabro del mundo para
iluminarlo y de cada cristiano como luz del mundo (cfr. Mt. 5,15-16; Ef. 5,8; 1
Tes.5, 5; 1Pe. 2,9; 1Jn. 1,7; 2,9). La figura que Juan contempla recuerda al Hijo de
Hombre y que Jesús sea aplicó para expresar su misión mesiánica. En Daniel
aparece como aquel a quien se le dado todo poder en el cielo como en la tierra, es
el Señor glorificado en su Iglesia (cfr. Dan.7, 13; Mt. 28,18). Los atuendos que
lleva son de sumo sacerdote y de rey: el Hijo del Hombre ejerce su poder como
mediador para con Dios y los hombres (cfr. Hb.7, 24s; Dan. 7,9). “No temas” le
dice Jesús (v.17), después de haber quedado impresionado por la visión (cfr.1Cor.
2,8; Mt.17,6; Is.6,5; Ez.1,28). A las palabras de aliento sigue el gesto de la
imposición de manos, la presentación de sí mismo, y una misión para el vidente: la
consagraci￳n profética (cfr. Hch.6,6;13,3;1Tm.4,14; 5,22; 2Tim.1,6). “Yo soy el
primero y el último 18 y el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los
siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (v.17). El Se￱or se
aplica las palabras antes dichas de Dios (Ap.1,8). ÉL es eterno, como el Padre,
existe desde antes de la creación, está por encima de la historia, la que ante ÉL un
día conocerá su fin; ÉL vive para siempre, en oposición a los ídolos muertos. Alude
a la encarnación, vivió entre nosotros, superó la muerte con su resurrección y nos
dio vida eterna. Constituido Señor posee las llaves de la vida y de la muerte (v.18).
Hay una clara invitación a la confesión de la fe hasta el final, incluida la
persecución, dar la vida por su Nombre, nutrida por la promesa de vida eterna. Los
que le pertenecen no temen a la muerte. Armado el profeta de su misión se reitera
el mandato de escribir con precisión lo visto y experimentado y remitirlo a las siete
iglesias (cfr. Ap. 1,11). Presente y futuro son contrapuestos en el tiempo, aunque la
estructura interna del mismo quedó trastocada substancialmente por la primera
venida del Redentor. El tiempo se ha convertido en tiempo final, orientado no sólo a
la segunda venida de Cristo, sino el germen de la eternidad entró en la vida de los
hombres. El futuro de eternidad entró en el mundo con el establecimiento del Reino
de Dios y con la resurrección de Cristo, fuerza motora de la historia universal en
vista de su consumación final, donde se pondrá al descubierto, lo que ya estaba
presente en el tiempo hasta el final. Habrá que aguardar con paciencia puesto que
poseemos las primicias del Espíritu (cfr. Rm. 8, 18-25).
c.- Jn. 20, 19-31: A los ocho días se les apareció Jesús.
“Al atardecer de aquel día…se les present￳ Jesús en medio de ellos y les dijo: “La
paz con vosotros” (Jn. 20,19-20). El mismo día de la resurrección, Jesús se
aparece al grupo de los apóstoles, como la había hecho con la Magdalena. Se
denota el miedo que tenían, pero también la alegría que les provoca la presencia
de Jesús vivo. Se les había dicho que conocerían la angustia, pero también que
Jesús vencería al mundo (cfr. Jn.16, 33). Las historias de pascua, recogen este
tema y el temor que reinaba en el ambiente por la ausencia de Jesús. A
evangelista, no señala el lugar donde se encuentran reunidos, pero si destaca el
miedo, el cerrar las puertas, a fin que ningún extraño o enemigo entre donde se
encuentran. A pesar de este lenguaje, Jesús logra atravesar puertas y ventanas
cerradas, con lo que el evangelista explica la identidad del Resucitado y también del
Paráclito. El Resucitado ya es un ser que posee la misma naturaleza espiritual que
el Espíritu Santo, lo que caracteriza su nuevo modo de presencia dentro de la
comunidad. Esta aparición de Jesús se debe a su iniciativa, aunque humanamente
hasta ahora no había posibilidad de ella, pero si se menciona el miedo a los judíos,
también podemos hablar, de la cerrazón a una aparición de Jesús de cara a la
Iglesia y al mundo. El saludo del Resucitado es un don, la paz, comprende la
reconciliación para toda la humanidad, es la vida del mundo que ha entregado y
dona Jesús con su muerte (cfr. Jn.6,51s). La paz es fruto de la acción del
Crucificado, de sus padecimientos y de su muerte; paz que brota del sacrificio de
Jesús en la Cruz. Se ha superado el pecado, es decir, la cerrazón del hombre a Dios
y a su prójimo. Si el Resucitado, habla de paz, es porque la reconciliación es ya una
realidad. Para el evangelista es importante dejar en claro que la identidad del
Resucitado es la misma que la del Crucificado, por ello les muestra las manos y el
costado. Sus heridas se convierten en fuente de identidad; el Cristo glorioso, no ha
borrado los padecimientos humanos que ha sufrido en su pasión. Ha quedado
marcado para siempre, de modo que el Resucitado es el mismo Crucificado, por lo
que se nos enseña que la fe pascual no es una exaltación del dolor sino que es la
esperanza de superar con Cristo dichos sufrimientos. De la tristeza se pasa a la
alegría pascual, de la ausencia a la presencia del Resucitado, la alegría se convierte
en se￱al de su nuevo modo de vivir en medio de la comunidad eclesial. “Jesús les
dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os
envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.” (Jn. 19,21-23). El Resucitado repite el saludo y el acto
fundacional de la Iglesia, es decir, la misión de llevar la paz y la reconciliación al
mundo entero. La comunidad en Juan es enviada, como el Hijo por el Padre, con la
misma misión y autoridad de Jesús. No se representa válidamente a Jesús, si no se
entra en su camino, si no se asume su actitud reconciliadora, renuncia al poder y
dominio, como lo demuestra el lavado de los pies y su pasión. La misión es
entendida en clave de servicio humilde de paz y amor, de reconciliación con Dios.
Muy unida a la misión va la entrega de parte del Resucitado del Espíritu Santo. El
soplo recuerda a Yahvé que comunica vida al hombre (Gn. 2,7). La comunicación
del Espíritu es comunicación de vida, la creación del hombre nuevo, con lo que
Juan, ha versado su evangelio: Jesús es el dador de vida escatológico. Les
transmisión de poderes está destinada a comunicar la nueva vida del Resucitado en
su Iglesia y la sociedad a través de ellos. La vida se transmite por medio del perdón
de los pecados (v.23); es la gran purificación, comienzo de vida nueva, nueva
oportunidad. Es el fundamento de toda la acción de la comunidad, de su testimonio
de fe, de su vida, la reconciliación llevaba a cabo por Jesús. El perdonar y retener,
recuerda el atar y desatar (cfr. Mt. 18,18; 16,19). En Juan vemos que el perdonar
los pecados, es fruto fundamental de la realidad pascual. Dios ha obrado por medio
de su Hijo la gran reconciliación que ahora es ofrecida al mundo entero y para ello
está la comunidad eclesial. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba
con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi
dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn.
19, 24-28). Juan deja bien en claro que a la fe se llega por la palabra de Jesús y
por sus milagros, lo que también vale para las apariciones pascuales; los milagros
son más bien una concesión a la debilidad humana (cfr. Jn. 4,48). Mientras se habla
de la Resurrección surgen las dudas en la fe pascual (cfr. Mt.28,17; Lc.24,11;
Hch.17,22-24; 1Cor.15). Tomás, el Mellizo, conocido en el evangelio de Juan
(cfr.Jn.11,16; 14,5; 21,2). Aquí aparece como el antagonista del grupo, no cree, o
al menos duda de la resurrección, pero luego del encuentro con el Resucitado, llega
a la confesión en el Señor viviente. Tomás no vivió el primer encuentro con el
Resucitado, los otros discípulos le comunicaron la extraña noticia; aquí tenemos no
es testigo presencial, le comunicaron el mensaje pascual. Situación típica o
ejemplar, porque es el motivo de la predicación cristiana desde los días de los
ap￳stoles hasta hoy. “Hemos visto al Se￱or” (v.24); Tomás exige una prueba, de
ver y tocar, una auténtica verificación (v.25). Este apóstol encarna una verdadera
actitud, la de comprender la realidad, quiere una poseer una certeza efectiva del
Resucitado. A los ocho días, vuelve Jesús, da el saludo de la paz y llama a Tomás,
que ahora sí se encuentra en la comunidad. Le dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo
y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino
creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» (vv.27-28). El Señor le
había tomado la palabra, Tomás ha de rendirse ante la evidencia; le basta con ver a
Jesús, no llega a tocarle. La invitación de Jesús es a no ser incrédulo sino creyente,
porque lo que está en juego es el tocar, sino la fe. Lo mismo había sucedido con la
Magdalena (cfr. Jn. 20, 17ss). Tomás llega a la fe con una confesión creyente:
“Se￱or mío y Dios mío” (v.28). “Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído.
Dichosos los que no han visto y han creído.» (v. 29). Esta confesión de fe en el
encuentro con el Resucitado, queda muy bien porque sabemos quién es el
Resucitado. En todo el NT, se le da dos títulos fundamentales: Dios y Señor. En
particular en el cuarto evangelio lo vemos en Jesús como revelador del Padre y
dador de vida eterna. Jesús es la palabra, que era Dios (cfr. Jn.1,1; 17,5). El
Resucitado ha ingresado en la gloria divina de la que había venido, Es significativo
que sea el escéptico Tomás, quien pronuncie la suprema confesión de fe en Cristo.
Juan concluye con una bienaventuranza, acerca de creer sin haber visto (v.29).
Todo lo escrito por Juan es para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y
para que creyendo tengáis vida en su nombre (vv. 30-31). El autor pareciera
hablarnos de una gran tradición, de la que él rescató una parte, y escribió en su
evangelio. Pero lo que nos interesa es el propósito teológico del autor, suscitar la fe
en sus lectores hasta confesar que Jesús es el Mesías, para tener vida verdadera.
Es el testimonio de la fe para tener parte en la salvación escatológica.
La Santa Madre Teresa compara el ingreso de Jesús en el Cenáculo, con su estadía
en el alma que ha comenzado a tener vida mística. “Ahora me acuerdo, sobre esto
que digo de que "no somos parte", de lo que habéis oído que dice la Esposa en los
Cantares: Llevóme el rey a la bodega del vino, o metiome, creo que dice (20). Y no
dice que ella se fue. Y dice también que andaba buscando a su Amado por una
parte y por otra. Esta entiendo yo es la bodega adonde nos quiere meter el Señor
cuando quiere y como quiere; mas por diligencias que nosotros hagamos, no
podemos entrar. Su Majestad nos ha de meter y entrar El en el centro de nuestra
alma y, para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más
parte de la voluntad que del todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las
potencias y sentidos, que todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma
sin ninguna, como entr￳ a sus discípulos cuando dijo: “Pax vobis”, y sali￳ del
sepulcro sin levantar la piedra (21). Adelante veréis cómo Su Majestad quiere que
le goce el alma en su mismo centro, aun más que aquí mucho en la postrera
morada.” (5M 1,12).