¡Felices los que creen sin haber visto!
Jn 20, 19-31
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
1. AL ATARDECER DEL PRIMER DÍA DE LA SEMANA
Estas apariciones a los apóstoles son destacadas en el Evangelio de San Juan
para relatarnos su particular importancia, estos son hechos excepcionales. La
primera aparición, sucede en la “tarde” del mismo día de la resurrección, cuyo
nombre de la semana era llamado por los judíos como lo pone aquí San Juan,
“el primer día de la semana.”
Los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos.
Suponemos que los once apóstoles están juntos, sin embargo también se
puede presumir que posiblemente hubiese con ellos otras personas, pero estas
no se citan.
El relato evangélico no precisa el lugar donde sucedieron estos hechos, no
obstante creíblemente podría ser en el cenáculo (Hech 1:4.13). Los sucesos de
aquellos días, siendo ellos los discípulos del Crucificado, les tenían temerosos.
Esa es la razón por la cual se ocultaban y permanecían a puertas cerradas.
Temía la intromisión inesperada de sus enemigos
2. EL ESTADO “GLORIOSO” EN QUE SE HALLA CRISTO
RESUCITADO
Pero la entrega de este detalle tiene también por objeto demostrar el estado
“glorioso” en que se halla Cristo resucitado cuando se presenta ante ellos. Es
así como inesperadamente, Cristo se apareció en medio de ellos. En el relato
de Lucas, se comenta que quedaron “despavoridos,” pues creían ver un
“espíritu” o un fantasma.
Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté
con ustedes!”. Con ello les dispensó lo que ésta llevaba adjunto (cf. Lc
24:36-43). San Juan omite lo que dice en evangelio de Lucas, sobre que no se
turben ni duden de su presencia. Aquí, al punto, como garantía, les muestra
“las manos,” que con sus cicatrices les hacían ver que eran las manos días
antes perforadas por los clavos, y “el costado,” abierto por la lanza; en ambas
heridas, mostradas como títulos e insignias de triunfo, tal así que Tomás
podría poner sus dedos.
En evangelio de Lucas se relata que les muestra “sus manos y pies,” y se
omite lo del costado, sin duda porque se omite la escena de Tomás. Ni quiere
decir esto que Cristo tenga que conservar estas señales en su cuerpo. Como
se mostró a Magdalena seguramente sin ellas, y a los peregrinos de Emaús en
aspecto de un caminante, así aquí, por la finalidad apologética que busca, les
muestra sus llagas. Todo depende de su voluntad. Esta, como la escena en
Lucas, es un relato de reconocimiento: aquí, de identificación del Cristo
muerto y resucitado; en Lucas es prueba de realidad corporal, no de un
fantasma.
Bien atestiguada su resurrección y su presencia sensible, San Juan transmite
esta escena de trascendental alcance teológico.
3. COMO EL PADRE ME ENVIÓ A MÍ, YO TAMBIÉN LOS
ENVÍO A USTEDES.
Jesús anuncia a los apóstoles que ellos van a ser sus “enviados,” como Él lo
es del Padre. Es un tema constante en los evangelios. Ellos son los “apóstoles”
(Mt 28:19; Jn 17:18, etc.).
Jesucristo tiene todo poder en cielos y tierra y los “envía” ahora con una
misión concreta. Los apóstoles son sus enviados con el poder de perdonar los
pecados. Para ese tiempo, ese envío era algo insólito. En el Antiguo
Testamento, sólo Dios perdonaba los pecados. Por eso, de Cristo, al
considerarle sólo hombre, decían los fariseos escandalizados: Este “blasfema.
¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mc 2:7).
4. AL DECIRLES ESTO, SOPLÓ SOBRE ELLOS Y AÑADIÓ:
“RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO”
El Espíritu Santo es el “don” por excelencia, infinito como infinito es Dios;
aunque quien cree en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo y
poseerlo cada vez más. La donación del Espíritu Santo los Apóstoles en la
tarde de la Resurrección demuestra que ese don inefable, indescriptible, está
estrechamente unido al misterio pascual; es el supremo don de Cristo que,
habiendo muerto y resucitado por la redención de los hombres, tiene el
derecho y el poder de concedérselo. La bajada del Espíritu en el día de
Pentecostés renueva y completamente este don, y se realiza no de una
manera íntima y privada, como en la tarde de Pascua, sino en forma solemne,
con manifestaciones exteriores y públicas indicando con ello que el don del
Espíritu no está reservado a unos pocos privilegiados sino que está destinado
a todos los hombres como por todos los hombres murió, resucitó y subió a los
cielos Cristo. El misterio pascual culmina por lo tanto no sólo en la
Resurrección y en la Ascensión, sino también en el día de Pentecostés que es
su acto conclusivo.
5. “LOS PECADOS SERÁN PERDONADOS A LOS QUE
USTEDES SE LOS PERDONEN, Y SERÁN RETENIDOS A LOS
QUE USTEDES SE LOS RETENGAN”.
Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida
que Dios concede (Gen 2:7; Ez 37:9-14; Sab 15:11). Por la penitencia, Dios
va a comunicar su perdón, que es el dar a los hombres el “ser hijos de Dios”
(Jn 1:12): el poder de perdonar, que es dar vida divina. Precisamente en
Génesis, Dios “sopla” sobre Adán el hombre de “arcilla,” y le “inspiró aliento de
vida” (Gen 2:7) Por eso, con esta simbólica sopladura explica su sentido, que
es el que “reciban el Espíritu Santo.” Dios les comunica su poder y su virtud
para una finalidad muy concreta: “Los pecados serán perdonados a los que
ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Aquí el regalo del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de “perdón.”
Los apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los
pecados. Este poder exige para su ejercicio un juicio. Si han de perdonar o
retener todos los pecados, necesitan saber si pueden perdonar o han de
retener. Evidentemente es éste el poder sacramental de la confesión.
Por otra parte, para no confundirse, esta no es la promesa del Espíritu Santo
que les hace en el evangelio de Juan, en el Sermón de la Cena (Jn
14:16.17.26; 16:7-15), ya que en esos fragmentos se les promete al Espíritu
Santo, que se les comunicará en Pentecostés, una finalidad “defensora” de
ellos e “iluminadora” y “docente.” En este relato san Juan trata sólo del poder
que se confiere del perdón de los pecados. “Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes
se los retengan”.
6. “¡HEMOS VISTO AL SEÑOR!”
En esta aparición del Señor a los apóstoles no estaba el apóstol Tomás, de
sobrenombre el mellizo. Si aparece, por una parte, el hombre de corazón y de
arranque que relata san Juan 11:16. En el capítulo 14:5 san Juan lo muestra
un tanto escéptico. Entonces se diría que es lo que va a reflejarse aquí. No
solamente no creyó en la resurrección del Señor por el testimonio de los otros
diez apóstoles, y no sólo exigió para ello el verle él mismo, sino el
comprobarlo. Es así como el necesitaba ver las llagas de los clavos en las
manos del Señor, y aún más, meter su dedo en ellas, lo mismo que su mano
en la llaga del costado de Cristo, la que había sido abierta por el golpe de
lanza del centurión. Entonces, sólo a este precio creerá.
7. “TRAE AQUÍ TU DEDO: AQUÍ ESTÁN MIS MANOS.”
Pero a los ocho días se realizó otra vez la visita del Señor. Estaban los
apóstoles juntos, probablemente en el mismo lugar, y Tomás con ellos. Y vino
el Señor otra vez, cerradas las puertas. San Juan relata esta escena muy
sobriamente. Y después de desearles la paz "¡La paz esté con ustedes!", se
dirigió a Tomás y le dijo: “Trae aquí tu dedo” : aquí están mis manos y le
mandó que cumpliese en su cuerpo la experiencia que él exigía diciéndole:
Acerca tu mano, métela en mi costado. En adelante, no seas incrédulo, sino
hombre de fe.
No dice explícitamente el relato si Tomas llegó a introducir el dedo en las
llagas para cerciorarse, al contrario lo exceptúa al decirle Cristo: Ahora crees,
porque me has visto. La evidencia de la presencia de Cristo había de deshacer
la obstinación de Tomás.
8. ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!
Tomas exclamo: ¡Señor mío y Dios mío! Esta exclamación encierra una
riqueza teológica grandiosa y hermosísima. Esta es un reconocimiento de
Cristo, es un afirmación de quién es El. Es, además, esta enunciación, uno de
los pasajes del evangelio de san Juan junto con el prólogo, en donde
explícitamente se proclama la divinidad de Cristo. Dado el lento proceso de los
apóstoles en ir valorando en Cristo su divinidad hasta la gran clarificación de
Pentecostés, sin duda la frase es una explicitación de san Juan a la hora de la
composición de su evangelio. Pero supone el acto de fe de Tomás.
9. “AHORA CREES, PORQUE ME HAS VISTO.”
Tomás fue reprochado, no porque el ver para creer sea malo, sino por haber
rechazado el testimonio de los otros apóstoles que vieron. Para creer hay que
verlo directamente, como los apóstoles, o indirectamente, como nosotros, que
nos apoyamos en el ver y en la predicación solemne y pública de los
apóstoles.
La fe es un don de Dios, pero tiene también sus bases humanas, como es el
estudio y el testimonio de los testigos.
Este Evangelio nos enseña una lección de fe y, nos invita a no esperar signos
visibles para creer. Pero también es comprensible que Tomás quisiera
experimentar por sí mismo, del mismo modo como nos gusta a nosotros
experimentar por nosotros mismos, porque a Cristo se le debe experimentar
en primera persona. Es cierto que la ayuda de los amigos como los consejos
de nuestro director espiritual son válidos, pero al final solo depende de
nosotros mismos dar ese gran paso a la fe, y entregarnos con toda confianza a
los brazos del Señor.
El Señor permite a Tomás esta experiencia, se aparece a los apóstoles e
inmediatamente le habla, me imagino la emoción de Tomás al verle, tal vez
entristecido por haber dudado, pero al mismo tiempo agradecido por este
actitud de Cristo y, así, el hace ese hermoso reconocimiento a la divinidad de
Jesús con esta hermosa oración de alabanza: “Señor mío y Dios mío.”
10. ¡FELICES LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO!
Dice el Señor: ¡Felices los que creen sin haber visto! La respuesta de
Cristo a esta confesión de Tomás acusa el contraste, se diría un poco irónico,
entre la fe de Tomás y la visión de Cristo resucitado, para proclamar
bienaventurados a los que creen sin ver. No es censura a los motivos
racionales de la fe y la credibilidad, como tampoco lo es a los otros diez
apóstoles, que ocho días antes le vieron y creyeron, pero que no plantearon
exigencias ni condiciones para su fe, ya que ellos no tuvieron la actitud de
Tomás, que se negó a creer a los testigos para admitir la fe si él mismo no
veía lo que no sería posible verlo a todos, ni por razón de la lejanía en el
tiempo, ni por haber sido de los elegidos por Dios para ser testigos de su
resurrección (Hech 2:32; 10:40-42). Es la bienaventuranza de Cristo a los
fieles futuros, que aceptan, por tradición ininterrumpida, la fe de los que
fueron elegidos por Dios para ser testigos oficiales de su resurrección y para
transmitirla a los demás. Es lo que Cristo pidió en la Oración Sacerdotal: No
ruego sólo por éstos (por los apóstoles), sino por cuantos crean en mí por su
palabra” (Jn 17:20).
Cristo es "nuestra paz" (Ef 2, 14), la Paz de Cristo Resucitado para todos
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
II DOMINGO DE PASCUA C