II Semana de Pascua
Martes
El amor es lo que une la familia de hijos de Dios.
«No te sorprendas de que te haya dicho que os es preciso nacer de
nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de
dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.
Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede ser esto? Contestó
Jesús: ¿Tú eres maestro en Israel y lo ignoras? En verdad, en
verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro
testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo
ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha
subido al Cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea
levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida
eterna en él» (Juan 3, 7-15)
1. Sigue el diálogo de ayer de Jesús con Nicodemo, sobre el don de la
vida eterna para todo el que cree en Jesús como enviado e Hijo de Dios.
Nicodemo le preguntó algo parecido a lo que pregunta la Virgen, y que es
señal de estar atentos a lo que Dios quiere, para obedecer: -« ¿Cómo
puede suceder eso? » Le contestó Jesús: - « …nadie ha subido al cielo,
sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés
elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo
del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna.»
Estas palabra adquieren nueva perspectiva desde la Pasión y Resurrección:
Jesús sube al monte de la cruz, para atraernos hacia arriba, hacia el cielo.
Cuentan de hace muchos años, cuando un voluntario del Hospital de
Stanford, conoció a una niñita llamada Liz quien sufría de una extraña
enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse era una transfusión de
sangre de su hermano de 5 años, quien había sobrevivido milagrosamente a
la misma enfermedad y había desarrollado anticuerpos necesarios para
combatirla. El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le
preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre a su hermana. Dudó por solo
un momento antes de tomar un gran suspiro y decir: Si, lo hare, si eso
salva a Liz. Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una
cama al lado de la de su hermana, y sonriente mientras nosotros lo
asistíamos a él y a su hermana, viendo retornar el color a las mejillas de la
niña. Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Él
miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: ¿A qué hora empezare a
morirme? Siendo solo un niño, no había comprendido al doctor; pensaba
que le daría toda su sangre a su hermana. Y aún así, se la daba. Es lo que
ha venido a hacer Jesús. Nos ha dado toda su vida, su sangre redentora,
para que nosotros tuviéramos vida en Él.
Es esa vida nueva como hijos de Dios, lo que Jesús nos da en el
Evangelio; es la vida de la Nueva Alianza del Amor, que se puede resumir
en tres cosas, que expresan toda su esencia:
a) todo lo que necesitamos y rezamos está en la oración que Jesús
rezó, que nos enseñó: el “Padre nuestro”. Es lo que expresa nuestra FE.
Jesús como Verdad; es nuestra filiación divina;
b) todo lo que enseñó con esta vida como Camino para vivir
auténticamente está en las Bienaventuranzas, es la ESPERANZA; y
c) todo lo que es Jesús, Él mismo, vivo, nos lo da en la Eucaristía,
que es la Vida, la CARIDAD; así vemos estas tres formas en que es Camino
(Bienaventuranzas), Verdad (Padrenuestro, somos hijos de Dios) y Vida
(Eucaristía, nos da la Vida allí); y también las tres virtudes teologales: Fe
(en que somos hijos de Dios Padre), Esperanza (en el camino de la Cruz, las
Bienaventuranzas, encontramos la felicidad, el Cielo), y Caridad (el Amor
hecho Eucaristía, que nos enseña a amar).
Es entrar en el misterio de sentirnos hijos de un Padre que nos quiere
con locura. Es entrar en el misterio del amor de Jesús con su Padre. Hace
poco en el colegio un niño pequeño me pidió un caramelo y le dije que se lo
daría si me respondía una pregunta; y le dije: “-Explícame el misterio de la
santísima Trinidad”. Cuál fue mi sorpresa cuando el niño contest￳: “Esto lo
sabrás en el cielo”. Se gan￳ el caramelo.
En Jesús tenemos la plenitud de la vida, que no está tanto en hacer
cosas sino en amar, pues no consiste tanto en hacer todo perfecto sino en
dejarse amar por ese Dios encarnado que ha muerto y resucitado por
nosotros. Así, también nosotros tenemos esa Vida cuando hacemos vida la
suya, pues no consiste tanto esa nueva vida en cumplir todas las leyes, sino
que “al caer la tarde, seremos juzgados en el amor” (S. Juan de la Cruz); al
atardecer de la vida, no se nos mirará como al ni￱o que va a cenar “a ver si
tienes las manos limpias”, sino sobre todo “a ver si tienes las manos llenas”
de amor, ahí está la auténtica ley. Pues la salvación es un don abierto a
todos a manos llenas, que Dios nos envía, y todo depende de que queramos
dilatar el corazón, por el amor que damos, para que quepa el Amor que
Dios nos quiere dar. Pedimos a la Santísima Virgen que con ella estemos
todos unidos, como los primeros cristianos en el Cenáculo (en la Eucaristía):
con “ un solo corazón y una sola alma ”.
2. Leemos hoy un nuevo resumen de la vida de la primera Iglesia, la
familia de Jesús, y vemos cómo se busca la concordia entre los hermanos,
el perdón y la armonía: “ En el grupo de los creyentes todos pensaban
y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo
propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la
resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a
todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que
poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a
disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que
necesitaba cada uno. José, a quien los apóstoles apellidaron
Bernabé, que significa Consolado, que era levita y natural de Chipre,
tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a disposición de
los apóstoles ”. Ese amor entre los hermanos hace ver la unidad de la
Iglesia. Es el “mirad c￳mo se aman” que se decía de los primeros cristianos,
o como cantamos en el Ubi caritas: “cesen las disputas malvadas y los
conflictos, para que viva entre nosotros Cristo Dios”, y también dirá san
Pablo: “ un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo ” (Ef 4,5), así
como Dios es uno en la Iglesia hemos de estar todos unidos en el Amor, tal
como pidi￳ Jesús al Padre en la última Cena: “ que todos sean uno, como
Tú Padre en mí, y yo en ti, que así ellos estén en nosotros ” (Jn
17,21), así nos quería Jesús bien metidos en la relación de Jesús y el Padre.
La renuncia de las riquezas de Bernabé y otros hablan del
desprendimiento y sencillez de corazón, y se intuye ahí un sistema
organizado de ayuda a los necesitados: amor y desprendimiento van
unidos. Jesús decía que no se puede amar a Dios y a las riquezas, y
podríamos añadir que si uno pone el corazón en las cosas, éstas ejercen un
poder de atracci￳n como el anillo de “El Se￱or de los anillos”, que va
tomando nuestra voluntad hasta ser esclavo de esa idolatría, el “dios don
dinero”, que es como un cáncer, y entonces no cabe el amor en el corazón
pues el cáncer se ha hecho con todo el espacio. Jesús nos habló de esto en
el «monte de las Bienaventuranzas», este monte está en realidad en el
corazón de los que tienen a Jesús, que nos trae la paz y belleza, la libertad
para servir, para la misión, la confianza total en Dios, que se ocupa de las
flores del campo, pero sobre todo de sus hijos. Estas crisis actuales son de
egoísmo, y se vencen con la generosidad, con la solidaridad, y así “ el
hermano ayudado por el hermano es una ciudad amurallada ” (Prov
18,19), estamos todos seguros.
3. El Salmo canta la realeza de Dios, que reina sobre todo y su trono
es firme y eterno:“ El Señor reina, vestido de majestad, el Señor,
vestido y ceñido de poder. / Así está firme el orbe y no vacila. Tu
trono está firme desde siempre, y tú eres eterno. / Tus mandatos
son fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por
días sin término ”.
Llucià Pou Sabaté